Los testimonios de las víctimas necesitaron transitar por un proceso de dolorosa elaboración. Durante las primeras décadas posteriores a 1945, esos hombres y mujeres se sumieron en el silencio como una forma superior de piedad hacia sí mismos y hacia los demás, mezclados con sentimientos de temor a hablar, aún sabiendo la importancia que tenía el trasmitir las humillaciones e incertidumbres que les tocó vivir.
