El hombre detrás de la revuelta egipcia no es ningún extremista islámico que quiera que Israel desaparezca de la faz de la tierra para imponer la sharia en el mayor aliado árabe de Estados Unidos la región: se trata de un ingeniero de sistemas de 30 años que trabaja en la oficina de Google en Qatar, como encargado de marketing para África y Medio Oriente. Con una computadora y ganas de escribir, lideró a un movimiento joven, multicultural, amigo de las nuevas tecnologías y conectado al mundo, que desde el 25 de enero pasó del mundo virtual a las calles de Egipto y dejó al alguna vez todopoderoso presidente Hosni Mubarak contra las cuerdas. Como para que, mientras el mundo discute y teoriza sobre cuál será el destino de la revolución y habla hasta por los codos de la Hermandad Musulmana, Egipto ofrezca señales de que la historia es mucho más difícil de etiquetar de lo que puede parecer.
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Indefendible visita a Irán
La reciente visita a Irán de cinco legisladores -tres del Frente Amplio, un blanco y un colorado- es tan misteriosa como contradictoria con la posición democrática y defensora de los derechos humanos de nuestro gobierno y del resto del sistema político. Son tan frágiles como cuestionables los argumentos esgrimidos por los diputados viajeros para tratar de justificar su presencia en la nación persa y sus entrevistas con los principales gobernantes, incluyendo el presidente Mahmoud Ahmadinejad. Carece de solidez su argumento de que fueron a abrir nuevos mercados para las exportaciones uruguayas y atraer inversiones a nuestro país.
‘La revolución egipcia ha nacido en un club de fútbol’
La pregunta no es por qué ha estallado ahora la revolución árabe y egipcia, sino por qué no ha estallado antes… Las teles sólo tienen las imágenes del espectáculo de la plaza Tahrir, reflexiona Margalit, pero la política que decide el futuro de Oriente Medio no se ve en los telediarios. Nadie conoce ese futuro, pero Margalit intuye sus protagonistas: los altos mandos militares más jóvenes; la organización de los Hermanos Musulmanes y, tal vez, un Suleiman convertido, tras la caída del muro árabe, en Putin de Oriente Medio. Margalit confiesa ser uno más de los israelíes acongojados por la posibilidad del fin de la paz con Egipto, un temor que ya ha paralizado toda negociación en Oriente Medio y refuerza a la derecha que gobierna Israel: “Eso no es nuevo, porque su gran aliado siempre ha sido el miedo”.
Faraón, deje salir a mi pueblo
Una democracia real en la nación árabe más grande sería un sueño hecho realidad. Podría salvaguardar la calma coexistencia de las muchas partes de Egipto: musulmanes, académicos, tradicionalistas, navegadores de Facebook. Una democracia real se adhería a una constitución moderna, sostendría un poder judicial independiente, protegería los derechos de la minoría cristiana, respetaría a los disidentes y dejaría de perseguir a los homosexuales. Combatiría la corrupción, trabajaría para resucitar la economía egipcia, y encontraría maneras para alimentar y educar a sus pobres. La real democracia egipcia nunca podrá tener paz con Israel a favor de una guerra renovada.