Hay por lo menos tres lecciones que extraer del reñidero árabe. La primera es que los regímenes caudillistas y sin instituciones legítimas tienden a desembocar en la violencia cuando llegan a su agotamiento. El reemplazo se produce a cañonazos porque no hay modos pacíficos de transmitir la autoridad. Eso ha ocurrido en Túnez, en Egipto y luego en Libia. Quienes desprecian el Estado de derecho a la manera de las democracias estables y prósperas de Occidente, no entienden que la gran virtud del sistema radica, precisamente, en la renovación pacífica de los gobernantes. Es posible que elijamos a un cretino o a un inepto, incluso a un canalla (ocurre con frecuencia), pero a estos indeseables se les puede reemplazar en los próximos comicios.
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