Quienes hemos tenido el privilegio de frecuentar círculos y tertulias intelectuales en Nueva York, París, Londres, Berlín y México, por nombrar solamente algunas de las ciudades donde pasa la cultura del mundo de un modo intenso y vital, sabemos que una plática frecuente de los medios culturales gira cada año en torno a los nombres de autores “nobilizables”, esto es, de autores que por su trayectoria, por sus méritos, por el impacto de su obra y, en ocasiones, por más o menos veladas razones de “geo política”, son candidatos “relativamente” firmes para obtener el que ha sido reputado como máximo galardón de las letras universales.
Se sabe: hay Nobeles olvidables y Nobeles merecidos que nunca llegaron a la meta: Borges es un caso típico de Nobel frustrado, de escritor que lo merecía y jamás lo obtuvo. Cela es un Nobel muy probablemente merecido literariamente pero, a la vez, muy poco “políticamente correcto”, aunque por el momento en que fue otorgado el galardón y atendiendo al retorno de España a la democracia y al seno de la civilización europea, se entiende que José Camilo Cela fuera una figura de consenso entre izquierdas y derechas.