Los dilemas democráticos de combatir el terrorismo

20/Nov/2015

El Observador, Martín Natalevich

Los dilemas democráticos de combatir el terrorismo

El combate contra el terrorismo plantea dilemas laberínticos para cualquier democracia. Por fuera de las invalorables pérdidas humanas y de los daños materiales, el terrorismo atenta contra una forma de vida establecida. El objetivo de cualquier tipo de terrorismo – ya sea anarquista, anticolonialista, separatista o religioso– es generar un cambio político a partir de los efectos sociales de una acción violenta. En el siglo XXI, el terrorismo busca limitar las libertades individuales y circunscribir los principios fundamentales y rectores de las sociedades abiertas. En este sentido, el estado de pánico que pretendieron generar los atentados de París funcionaría solo si los franceses abandonaran su rutina diaria y si el gobierno extremara los controles al punto de convertir a Francia en algo diferente de lo que ha sido hasta ahora. Para eso el terrorismo atenta contra la vida libre e independiente utilizando las más temidas ansiedades de los seres humanos: lo inevitable e impredecible de la muerte.
Uno de los efectos más notorios de este dilema forma parte del debate que ha perdurado en la comunidad académica que estudia el fenómeno del terrorismo con un abordaje científico. Algunos expertos aseguran que el terrorismo sólo existe en la medida que haya comunicación. La exprimer ministra británica, Margaret Thatcher, patentó esta postura cuando afirmó que los medios de comunicación le brindan a los terroristas “el oxigeno de la publicidad”. De hecho, las acciones perpetradas por los terroristas perderían cualquier efecto si no fueran masificadas. Un terrorista comienza a cumplir parte de su objetivo cuando pasa a ser noticia.
En consecuencia hay especialistas que recomiendan limitar la divulgación acerca de un acto terrorista a la mínima expresión. Aconsejan no mostrar imágenes de alto impacto, no reproducir la palabra de los terroristas, no poner a víctimas o testigos de ataques terroristas frente a las cámaras y no hacer seguimientos en vivo de sucesos en desarrollo. El hombre radicalizado pretende que su mensaje llegue a quienes pueden tomar decisiones. Si su objetivo es el cambio político, entonces, el ataque sobre civiles es sólo un escalón estratégico para generar atención.
Sin embargo, la libre circulación de la información es un pilar básico de cualquier democracia. No informar significaría perder una batalla trascendente. Por ende, no informar es una posibilidad que no debería ser considerada. No obstante, quizás sí sea necesaria una reflexión acerca del tratamiento informativo y lo que pueden generar determinadas acciones en comunicación. Lo mismo sucede con la vigilancia social. Los sistemas de control y espionaje social a través de las telecomunicaciones pueden resultar muy sofisticados y útiles, pero también pueden simbolizar un recorte importante a la intimidad de los ciudadanos, por no decir una falta grave sobre los derechos individuales.
Terrorismo bajo regímenes autoritarios. El caso de Medio Oriente
Es evidente que los regímenes autoritarios encuentran otras facilidades para lidiar con este tipo de fenómenos. No tienen un estado de derecho por el cual preocuparse ni garantías que asegurarle a sus ciudadanos. En Egipto, por ejemplo, los ideólogos del Islam radical moderno, entre ellos Sayyd Qutb, fueron perseguidos y ejecutados. El régimen de Gamal Abdel Nasser en los años de 1950 y 1960 no dudó en declarar ilegal a los Hermanos Musulmanes y en destruir cualquier intento de propagación. Los sobrevivientes de esa primera camada de intérpretes del Islam en su variante radical encontraron refugio en Arabia Saudita donde descubrieron un campo fértil para implantar el germen del salafismo.
El destino de los Hermanos Musulmanes en Siria fue muy similar al de sus camaradas egipcios. El régimen Baazista dejó a esa primera generación de yihadistas sirios sin otra posibilidad que huir a regímenes más benevolentes en la región. Sin embargo, durante la década de 1980 y, sobre todo, luego de la victoria yihadista en Afganistán contra los rusos (de la cual nacería Al Qaeda) los estados árabes de Medio Oriente proscribieron el regreso de sus nacionales temiendo el inicio de una rebelión interna. Para los yihadista controlar y cambiar sus regímenes siempre fue una aspiración suprema. Saddam Hussein, entre otros líderes regionales a quienes los yihadistas trataban de “déspota”, encarnizaba al enemigo “cercano” para los radicales del Islam. Sin embargo el proyecto de Osama Bin Laden en la región fracasó pronto. En aquel entonces, el egipcio Ayman al-Zawahiri –actual líder de Al Qaeda– lo convenció a Bin Laden de realizar un cambio estratégico para mantener viva a la organización. Así fue como Bin Laden puso la mira en el “infiel” occidental, eso es, en “el enemigo lejano”.
Los yihadistas que fueron expulsados de sus propios países encontraron refugio en algunos países europeos. Es así como en la década de 1980 comenzaron a llegar hombres cuyos nombres aparecerían una década después en los radares de todas las agencias de inteligencia europeas. El egipcio Anwar Shaban pidió asilo en Italia y creó en Milán una mezquita que ocupó un destacado lugar en el reclutamiento para la guerra de Bosnia. El sirio Abu-Dahda construyó la red terrorista más importante de España. Parte de esa red cometería, años después, los atentados de Madrid. En tanto, los sirios Omar Bakri Mohamed, Farid Kassim y el jordano Abu Qatada montaron la estructura yihadista de propagación ideológica y reclutamiento más grande del Reino Unido.
La frustración del fracaso en Medio Oriente hizo que los yihadista redirigieran su mirada hacia países occidentales que había apoyado a muchos de esos regímenes seculares a combatir Islam radical. En Ámsterdam, Londres, Glasgow, Madrid y París los yihadistas encontrar un espacio propicio para ejecutar sus planes. Se vieron obligados a movilizar su campo de operaciones pero su objetivo último siempre se mantuvo íntimamente relacionado al Medio Oriente.
¿Por qué el terrorismo ha fracasado?
A pesar de que el terrorismo ataca los componentes definitorios de las sociedades democráticas y se ha vuelto una realidad difícil de desterrar, la táctica seguirá siendo inservible para lograr cambios políticos. El motivo fundamental de su fracaso radica en una paradoja esencial: para conseguir los cambios que anhelan las organizaciones terroristas necesitan encontrar legitimidad. Pero sus métodos no suelen recoger simpatías aún entre quienes se sienten identificados con “la causa”.
El terrorismo genera daños irreparables pero difícilmente alcanza sus objetivos políticos. Así lo indica la experiencia histórica. Los grupos que utilizaron el terror tan sólo han podido ganar algunas “batallas”. Es posible reconocer algunos “logros” como, por ejemplo, los atentados de 1983 contra los cuarteles de los marines de Estados Unidos en Beirut que provocaron la retirada de los cuerpos de paz del Líbano. También es generalmente referido la victoria de José Rodríguez Zapatero en España y la retirada española de Irak como un efecto de los atentados de Atocha y los trenes de cercanía en 2004. Pero en la mayoría de los casos el terror no ha sido un método efectivo. De hecho, algunos grupos radicales renunciaron a la lucha armada ante la percepción de que el status quo es inquebrantable. El caso de ETA en España es un ejemplo visible.
De manera que, al parecer, las organizaciones terroristas no luchan por una causa última como puede ser un califato, el sufrimiento de sus pares o un concepto de justicia social o divina. Ese es tan sólo el pretexto que utilizan para reclutar a nuevos camaradas. En realidad las organizaciones terroristas en la actualidad luchan por su subsistencia. Un juego de poder que curiosamente se asemeja a las preocupaciones de algunos líderes políticos democráticos o autoritarios. No es sorpresa que los terroristas tengan las mismas motivaciones humanas que el común denominador, aún cuando se los deshumaniza por las acciones que cometen.
Ante la imposibilidad del terrorismo de triunfar, el elemento de lucha contra el terrorismo más importante para una democracia es no renunciar a su naturaleza. No abandonar los principios de libertad e independencia. Continuar con un estado de derecho que brinde garantías a todos sus ciudadanos. El terrorismo apuesta a la metamorfosis de las democracias. Lo que los terroristas parecen ignorar es que su torpe juego solo tiene cabida bajo la apertura y la libertad que ofrecen las democracias.