El Economista (España)- por Jorge Cachinero
Desde hace décadas, Irán mantiene una red de organizaciones terroristas apoderadas en el Próximo Oriente, que incluye a hutíes, en Yemen, a Hezbollah, Partido de Allah, en el Líbano, a milicias proiraníes, en Irak, y a Hamas, Movimiento de Resistencia Islámico, en Gaza. Esta red se define por tres características destacadas. Crédito foto: Europa Press
En primer lugar, esta malla de grupos no es jerárquica y, en consecuencia, no cuenta con un centro de mando y control desde el que éstos reciban instrucciones.
Por lo tanto, las acciones de todas estas bandas no se ejecutan porque reciban órdenes del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica -Islamic Revolutionary Guard Corps (IRGC), por sus siglas en inglés- iraní o de su Fuerza Quds, rama del IRGC especializada en la guerra no convencional.
A pesar de que, desde Teherán, no se aleccione a estas facciones sobre lo que deben hacer en cada momento, Irán lleva años facilitándoles tecnología y sistemas de armas.
Asimismo, Hamas y el resto de estas organizaciones, que componen, en Oriente Medio, lo que Irán denomina como el “eje de la resistencia”, tienen intereses que se solapan unos a otros.
Todas ellas comparten, sin duda, el deseo de aniquilar al Estado de Israel, su odio a Estados Unidos (EEUU) o la ambición de alterar el statu quo del Próximo Oriente.
Sin embargo, estos grupos no son idénticos unos a otros.
Así, mientras Hamas desempeña su rol y planifica sus operaciones en torno a Gaza, Irán necesita, al hacer sus cálculos estratégicos, tomar en consideración factores de espectro más amplio.
Por último, esta urdimbre de terrorismo yihadista no es una alianza entre iguales, como muestra, por ejemplo, el hecho de que Teherán esté más comprometido en su apoyo a Hezbollah, en el Líbano, que, con el facilitado a Hamas, en Gaza.
Irán lleva años prestando sustento a Hamas -entrenamiento, financiación, armas y tecnología-, sin el cual Gaza no se encontraría hoy recorrida subterráneamente por una trama densa y larga de túneles, a lo largo de los cuales transitan los militantes y los sistemas de armas de la organización, todos ellos construidos y financiados por Teherán.
Sin embargo, no sólo no hay evidencia, al menos, todavía, de que el ataque brutal que Hamas lanzó, el 7 de octubre de 2023, contra el sur de Israel fuera llevado a cabo por mandato directo del IRGC, sino que, además, no está descartado que Irán pudiera haber sido sorprendido tácticamente por la acción de esta organización.
Los dirigentes de Irán, el Líder Supremo, Khamenei, y el presidente del gobierno, Raisi, llevan semanas haciendo llamamientos públicos en favor del establecimiento de una alto el fuego en Gaza, algo que no es más que el resultado de un cálculo frío sobre cuál sería la fórmula con la que mejor se protegerían los intereses estratégicos iraníes en esta crisis.
Si el conflicto en Gaza hubiera concluido en dos o en tres semanas, Irán podría haber reclamado que se hubiera infligido una derrota significativa a Israel, con la que Teherán hubiese intentado intoxicar al mundo sobre una supuesta debilidad creciente del Estado de Israel.
Teherán hubiera preferido este escenario para la resolución de la guerra en Gaza.
Sin embargo, ahora parece evidente que no habrá una solución rápida al enfrentamiento en Gaza porque Israel, con el respaldo del pueblo israelí, está decidido a acabar con Hamas, de una vez y para siempre.
A medida que la situación de Hamas sobre el campo de batalla se deteriore de forma significativa, el gobierno de Irán se situará ante un dilema, que contiene, para éste, una opción mala y otra, peor.
Por una parte, mientras la guerra en Gaza se prolongue y los objetivos militares y políticos de Israel se vayan cumpliendo, el riesgo de la desaparición de Hamas -como grupo terrorista, no tanto, sus ideas- es decir, de sus capacidades estratégicas para seguir cometiendo ataques terroristas, de sus dirigentes mismos y de su posición en Gaza, se irá materializando.
Irán sería muy ingenuo, si pensara que este conflicto terminará nada más que con un Hamas debilitado y susceptible, por tanto, de ser reconstruido, ya que, por el contrario, va a ser aniquilado por completo.
Ante esta opción, si Irán empujara a Hezbollah a ayudar a Hamas, mediante la apertura de un frente septentrional contra Israel, Teherán podría colocar al Líbano en una situación de peligro elevado.
Además, Teherán se arriesgaría a perder el activo más valioso que posee dentro de esa red de organizaciones terroristas apoderadas en el Próximo Oriente, es decir, Hezbollah.
A la vista de esta destrucción de Hamas, más que probable, Irán cometería un error estratégico grave, si diera el paso de incitar a Hezbollah para que intervenga contra Israel.
Irán debería proteger a Hezbollah de sufrir el mismo destino que Hamas.
Las razones para un optimismo moderado tienen sus raíces en el hecho de que, desde el 7 de octubre de 2023, el comportamiento de Irán está encaminado a proteger sus intereses nacionales y su propia seguridad, dado que, aunque es un actor extremista, nunca ha dejado de conducirse racionalmente.
La visión revolucionaria de Teherán alberga, sin duda, el sueño de la destrucción del Estado de Israel y de la construcción de un Oriente Medio sin presencia estadounidense.
No obstante, Irán no está interesada, en definitiva, en escalar la pugna actual, no iniciará un conflicto regional, ni provocará una guerra global, en la que EEUU pudiera participar y amenazarla.
Todo ello, en un momento en el que, gracias a China y a Rusia, Irán está consiguiendo romper su aislamiento y reubicarse, al menos, dentro del Próximo Oriente y del mundo euroasiático.