Hamás es el mismo Hamás y los túneles los mismos túneles

23/Oct/2014

Aurora, Jorge Iacobsohn

Hamás es el mismo Hamás y los túneles los mismos túneles

El anuncio de Hamás de
que está reconstruyendo los túneles del terror (en lugar de las viviendas
destruidas luego de su ofensiva contra Israel) no debería sorprender a nadie.
Cual inevitabilidad propia de la ley de gravedad, el grupo que mantiene su
gobierno en la Franja de Gaza bajo ley marcial, vuelve a hacer lo que siempre
hizo: dedicarse al terror.
Su misión primera es la
destrucción de Israel y se encarga de demostrarlo una y otra vez, algo que no
sorprende para quienes esperamos que la región sea más pacífica y constructiva
pero sabemos que no llegan noticias nuevas y positivas al respecto.
Ya son años de repetición
de los mismos acontecimientos, en los que el terrorismo palestino repite su
apuesta bélica infinita, y en los que Israel se limita a neutralizar
militarmente su poder destructivo en cada contienda conflictiva.
La pregunta que siempre
anda rondando es si es posible una “solución política” al conflicto,
para cortar con la interminable espiral de violencia. Dada la realidad de los
territorios palestinos y de todo el Medio Oriente, más convulsionado e
inestable que nunca, parece algo muy lejano y completamente improbable.
Sin embargo, hay un mito
que circula en los despachos de las cancillerías europeas y norteamericana, de
que “la solución del conflicto palestino israelí es la llave para la
estabilización del Medio Oriente”, opinión que expresó el secretario de
Estado John Kerry en una ceremonia de la finalización de la festividad
musulmana de Eid al-Adha en el Departamento de Estado.
Tras las críticas, Marie
Harf, vocera de la Casa Blanca para asuntos de Oriente Medio, intentó
relativizar lo dicho por Kerry con la excusa típica de que los dichos
“fueron sacados de contexto”.
Khaled Abu Toameh,
analista palestino del Gatestone Institute, se encarga de desmitificar esa idea
y demuestra que el conflicto palestino israelí está completamente ausente en la
agenda árabe y no tiene ninguna relación con los conflictos internos de poder
entre las etnias, grupos religiosos y estados de Oriente Medio. En esta edición
ofrecemos una traducción íntegra de su texto que desarrolla un extenso análisis
que demuestra que el caos y el extremismo son el producto combinado de las
tiranías fallidas y restauradas tras las revueltas seculares de la primavera
árabe y de la locura islamista que quiere instaurar un califato mundial sin
ninguna frontera.
El conflicto de
civilizaciones como marco de comprensión
Samuel Huntington,
pensador geopolítico desechado por sectores académicos y de izquierda y
recuperado únicamente por sectores reaccionarios, planteaba que el
reordenamiento del equilibrio del poder del mundo tras la caída de la Unión
Soviética y del fin de la Guerra Fría, pasaría por criterios civilizacionales
(culturales y religiosos).
El auge del islamismo
militante, que comenzó en los años 80, y obtuvo un pico de protagonismo tras
las crisis relativamente reciente de las dictaduras árabes (Egipto, Siria,
etc.) sigue el patrón del reordenamiento civilizacional del mundo: los bloques
de países se unifican por sus afinidades culturales.
Las ideologías caídas
tras el fin de la Guerra Fría, (comunismo versus liberalismo) servían de
agrupamiento político de los países más allá de sus diferencias culturales.
Cada bloque, el soviético o el occidental, articulaba sus alianzas en función
de sus estrategias políticas orientadas a un esquema de funcionamiento ideal y
deseable para una sociedad, según ejes vinculados a la igualdad social o a la
riqueza, pero no según la religión o la cultura (la alianza del Occidente con
el Vaticano contra el comunismo no rompió el patrón, de todos modos, ya que el
Vaticano, de ideología anticapitalista, “se subió al carro”).
Una vez inexistente ese
esquema internacional, los países van intentando aliarse con otros basándose en
un criterio primario: el familiar, la identidad común. Por ejemplo, Rusia, de
religión ortodoxa, armó un bloque de cooperación con los ex países soviéticos
de la misma religión. China, que aún es comunista, se define más como
confuciana y tiene una política explícita de alianzas con países asiáticos de
común herencia confuciana. Naturalmente, el Islam iba a ser también el eje que
unifica a los países musulmanes.
Pero hay un problema, los
países musulmanes no tienen un centro hegemónico y no tienen una tradición
estatal que encauce y estructure el poder. Las guerras que se viven en Oriente
Medio son “guerras de cien años” (o más) para conseguir esa hegemonía
ausente, que es más patente luego de finalizado el colonialismo occidental (al
que ni los ex colonizados ni los ex colonizadores quieren volver).
En este nuevo escenario,
los conflictos que van teniendo lugar se definen como conflictos étnicos o
religiosos, más que estatal-nacionales. Así, el islamismo militante, con todos
sus rasgos medievales, se plantea a sí mismo como un luchador civilizacional, y
su enemigo es claro: es Occidente, es el capitalismo, es el cristianismo, y por
supuesto, el judaísmo que representa a ellos y sus valores en Oriente Medio. No
hay fronteras para esa guerra santa y lo demuestran las noticias de todos los
días vinculadas al grupo terrorista estrella del momento (el Estado Islámico),
que cada día llama al sacrificio guerrero a jóvenes incluso nacidos en Europa,
que gustosos viajan para participar de una insólita conquista que sólo es
comparable en la historia con tiempos como las campañas asesinas de los
mongoles.
La meta del islamismo
radical, conquistar el mundo, no es un delirio sin consecuencias prácticas. Y
como hay coherencia entre su teoría y su práctica, su práctica es también
delirante, aterrorizadora, fascinada con la muerte como nunca antes.
Una vez aclarado este
panorama, suena aún más ridículo suponer que el conflicto árabe israelí tiene
alguna llave para desactivar las tensiones de Oriente Medio. Estamos ante un
drama histórico estructural que no está en manos de los israelíes y los
palestinos resolverlo. Lo está en manos de los pueblos de Oriente Medio, como
así también de los pueblos del resto del mundo. Y digo pueblos porque son sus
dirigencias las que parcializan o distorsionan una mirada más sincera sobre nuestra
historia contemporánea.
Las
“civilizaciones”, sus estados, sus políticos, obran en función de sus
cálculos de intereses, por lo tanto no cabe sorprendernos cuando una guerrilla
como ISIS avanza sin pausa y grupos étnicos más despojados como los kurdos
denuncian a Occidente por su negligencia ante la acción genocida de los
islamistas en su contra.
Los kurdos, si bien son
musulmanes, no son árabes, no son persas, ni turcos, su ideología es
democrático socialista -única en la región- y no tienen un patrón que los
proteja. Un caso similar sucede con Israel, algo más trágico porque no es
musulmán ni es cristiano, sino democrático y judío, y la relación de protección
de Estados Unidos no está asegurada y más de una vez le “soltó la mano”.
Estas son las limitaciones
en las que se mueve la política, o mejor dicho “realpolitik” dictada
por los intereses, y que hacen casi imposible que se hable de “solución
política” si es la guerra la que mueve el mundo, y para colmo con el
protagonismo añadido de la “guerra santa” que estalla cualquier
visión racionalista-calculadora de los intereses (que pone límites temporales a
la conflictividad).
Las democracias
occidentales decidieron vivir un mundo “inmunizado” ante el
terrorismo, evitando atacar las raíces de su existencia, recurriendo a la
solución militar-policial cuando sus dirigencias la ameritan. Israel no es
ajena a ello, y se incluye en la misma lógica, por lo tanto es hipócrita por
parte de muchos intelectuales “progresistas” pedirle que sea más creativa
o más “comprensiva” que Europa o EE.UU. cuando sus respuestas o
reflejos ante los mismos problemas no son muy diferentes de lo que hace
Occidente cada vez que es desafiado por el terrorismo islámico.
Es preciso que los
pueblos rompan esa lógica entre el fanatismo religioso, su reacción racista
islamofóbica y la inmunización democrática, algo que no está nuestras manos
“decidirlo”… al menos analizarlo y compartir precoupaciones. La
historia dirá…