Después de los atentados en París

18/Nov/2015

La Nación, Argentina- por Emilio Cárdenas

Después de los atentados en París

Se trata de una guerra feroz que, para el fanatismo islámico, está en curso; sabemos que la muerte nos acecha.
Escribo estas líneas inmediatamente después de los bárbaros atentados terroristas cometidos recientemente en París. Naturalmente conmocionado. Como todos. Cuando el llamado Estado Islámico ha reconocido su autoría, como si sus acciones fueran un paso “normal” en una guerra feroz que, para el fanatismo islámico, está en curso.
Y efectivamente es así. Prueba de ello son las decapitaciones y crucifixiones con las que, desde el Estado Islámico, se siembra el terror en su vecindario inmediato. Y también lo fue, no hace mucho, el atentado contra Charlie Hebdo, también en París. Así como la seguidilla de asesinatos feroces que esa organización terrorista acaba de producir, casi simultáneamente. En el Líbano, contra sus enemigos islámicos, los “shiitas”. En Egipto, derribando un avión repleto de desprevenidos pasajeros rusos. Y ahora en Paris, con hombres y mujeres inocentes como blanco de una repugnante perversión.
De este modo el Estado Islámico ha modificado la que fuera su conducta habitual. Ha confirmado un peligroso rumbo nuevo. Ha comenzado a llenar al mundo de muerte. Coordinada y planificadamente. Ha decidido exportar su locura por doquier. Sin fronteras. Ni límites. Y ciertamente no con “lobos solitarios”, sino con equipos bien entrenados y armados para matar y morir. Como lo hiciera alguna vez Al Qaeda, en Mumbai, en la India, en el 2008.
“El Estado Islámico ha modificado la que fuera su conducta habitual: confirmó un peligroso rumbo nuevo, comenzó a llenar al mundo de muerte “.
Nadie parece a salvo, en ninguna parte. Lo que de alguna manera parecía una pesadilla más bien remota, de pronto se ha transformado en un infierno global. De nada sirve ocultarlo. Ni disimularlo. Por eso el Papa Francisco, prudente en sus dichos, nos dice que lo sucedido en Paris debe entenderse como parte de una guerra. Y también por eso los franceses saben hoy que están en guerra. El presidente François Holland lo ha proclamado frente a su Parlamento. Formalmente. Pero, ¿no lo estamos todos? Pese a que el presidente norteamericano, equivocadamente, parece circunscribir el problema al continente europeo.
Hay pocas dudas de que la comunidad internacional debe reaccionar, unida. Pronto. Lo sucedido debe acelerar decisiones que son impostergables. La demora en hacerlo y la forma en que el tema se ha encarado hasta ahora han dado paso a una sádica hidra de mil cabezas. Que no es sólo una amenaza, sino una cruda realidad asesina.
Hablamos de una guerra calificada de “asimétrica”. Por la diferencia de capacidad bélica entre las partes. Aunque la verdadera asimetría es que una de las partes actúa absolutamente de espaldas a la humanidad.
La reacción de la comunidad internacional debe tener en cuenta que, en lo inmediato al menos, el Estado Islámico procura -facciosamente- desestabilizar a los países árabes y a sus gobiernos, a los que tiene por apóstatas. Egipto luce como blanco inmediato. Libia también. Desplazar a la monarquía de Arabia Saudita es su mayor ambición regional. Por esto los saudíes debieran involucrarse más en la lucha contra el Estado Islámico.
Las primeras reacciones ante lo sucedido en París están a la vista. Francia ha pasado a la acción, bombardeando -reiterada y duramente- la “capital” del Estado Islámico: Raqqa. Rusia la acompaña. Hay decenas de detenidos, sospechosos de cooperar con las atrocidades del Estado Islámico. Y, como podía esperarse, hay también otras tienen que ver con la ola inmigratoria siria que se ha precipitado sobre la Vieja Europa y, muy especialmente, sobre Alemania.
Hay, en materia de inmigración, un evidente y rápido cambio de rumbo. Alemania, según ha anunciado su Ministro del Interior, Thomas de Maizière, ha vuelto a aplicar las llamadas “Reglas de Dublín”, en virtud de las que todos los refugiados deben pedir asilo “en su primer país de entrada a Europa”. Normas que, desde agosto pasado, estaban suspendidas para los sirios, por la generosa actitud de apertura con la que reaccionara inicialmente Angela Merkel, que parece haber sufrido el impacto del duro realismo.
Simultáneamente, Alemania reinstaló los controles migratorios fronterizos. Por tres meses, de inicio. Ya no es parte de un espacio abierto. La libertad de circulación de personas está suspendida. Las reglas de Schengen están congeladas. La prudencia y la precaución han dado paso a las restricciones para poder saber, sin demoras, quien ingresa desde el exterior.
Muchas cosas han cambiado. Muy velozmente. Por la sensación de vulnerabilidad general que flota en el aire. Ya no será fácil encontrar fórmulas para que el esfuerzo de acoger a quienes huyen del horror de Medio Oriente sea rápido, equitativo y compartido.
Polonia, que tiene un 10% de desocupación y está ahora bajo un gobierno conservador, ha dado una súbita marcha atrás y no quiere siquiera acoger a los 7.500 refugiados sirios, como se había comprometido.
“Para los refugiados sirios, el sueño de una nueva vida en Europa se ha complicado mucho. Pero su tragedia personal y familiar sigue vigente”.
También Suecia ha comenzado a controlar sus fronteras, meticulosamente. Hungría reitera sus negativas a abrirse. Croacia, Eslovenia y Grecia saben bien que los refugiados que ingresan en sus territorios no tendrán un flujo fácil de salida hacia otros países de Europa. Con todo lo que ello supone. Los cercos y las alambradas se multiplican en las fronteras hasta no hace mucho abiertas.
Las señales de encierro están reemplazando a la actitud inicial de apertura que algunos tuvieran. El pasaporte sirio que aparentemente llevaba uno de los suicidas, encontrado cerca del Stade de France, demuestra que los temores a una infiltración terrorista aprovechando la crisis humanitaria no eran infundados.
Para los refugiados sirios, el sueño de una nueva vida en Europa se ha complicado. Mucho. Pero su tragedia personal y familiar sigue vigente. Y la solución no pasa por abandonarlos a su suerte. Habrá que construirla, entre todos, desde la prudencia.
El mundo no es el mismo. Y la tragedia que siempre supone estar en guerra está, de repente, flotando sobre nosotros. Con mayor o menor dramatismo inmediato. Pero está. Sabemos ciertamente que no estamos en paz. Que la muerte nos acecha. También sabemos que si enfrentamos esta emergencia unidos, la urgencia de sobreponernos eficazmente a la avalancha fatal de la violencia fanática tendrá seguramente mayores posibilidades de éxito.