Yo soy judío

Yo soy judío

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Era la mañana del 27 de enero de 1945, hace ahora setenta años, cuando una avanzadilla de soldados del Ejército Rojo pertenecientes al Primer Frente Ucraniano, vestidos con trajes de camuflaje blancos, cruzaba el umbral de lo que parecía ser un enorme campo de concentración ubicado a las afueras de la localidad de Óswięcim, en la Alta Silesia polaca. Resultó que era mucho más que un campo de concentración. Acababan de descubrir el infierno de Auschwitz, una de las cumbres del horror humano.

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La “culpa” de la víctima o la irresistible tentación del apaciguamiento

La “culpa” de la víctima o la irresistible tentación del apaciguamiento

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Uno de los legados más perversos que el siglo XX transfirió al actual fue la tendencia, ante hechos aberrantes y atroces, a hurgar en la conducta de las víctimas, muchas veces incluso antes de calificar debidamente las agresiones de los victimarios. Por increíble que parezca a un espíritu lógico, junto con la condena eventual del agresor salta la pegunta infame referente a lo que hizo la víctima o, peor aún, el “por algo será” habitual. Este tipo de actitudes, demasiado frecuentes lamentablemente, entroncan con cierta inconfesable complacencia por lo ocurrido y el deseo de ponerse a cubierto de hipotéticas represalias de las fuerzas agresivas. La historia está llena de ejemplos nada honrosos para sus protagonistas. Cuando Hitler asumió el gobierno en 1933 y de inmediato se encaminó al poder absoluto, destruyó la institucionalidad alemana y comenzó una salvaje persecución contra los ciudadanos judíos y los alemanes no conformistas. En las democracias occidentales se pasó por alto esos sucesos y reinó la tranquilidad argumentando que después de todo el Führer se había convertido en canciller de manera legal.

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