Yo soy judío

05/Feb/2015

Aurora

Yo soy judío

Los oficiales y guardias
del campo habían huido, dejando abandonados a su suerte a unos pocos miles de
prisioneros, tan debilitados y enfermos que ni siquiera habían intentado huir.
Entre ellos, un joven químico italiano que gracias a su formación había salvado
el pellejo trabajando en lo que se conocía como Auschwitz III o Monowitz, donde
la empresa I.G. Farben, un enorme conglomerado industrial integrado entre otras
por Bayer, Agfa y Basf, había intentado sin éxito producir caucho sintético a
gran escala utilizando la fuerza esclava de los presos, ese joven era Primo
Levi, quien en su célebre “Si esto es un hombre” cuenta que se topó con los
rusos mientras él y otro prisionero transportaban el cadáver de un compañero
muerto. “Pesaba muy poco –escribió, con dramático laconismo-. Volcamos la
camilla en la nieve gris”.
Por esos días, Vasili
Grossman, empotrado en la vanguardia del Ejército Rojo, se convertiría en el
primer periodista en entrar y escribir sobre el campo de extermino de
Treblinka, unos 200 km. al nordeste de Varsovia, y gracias a su espeluznante
reportaje, y a los testimonios de los supervivientes que vendrían después, el
mundo asistiría a una sucesión de crónicas y relatos que setenta años después
siguen estremeciéndonos y haciendo que nos preguntemos: “¿Cómo pudo ser
posible”?
Es una pregunta difícil
de responder. La historia funciona como los accidentes de avión: nunca se
explica por una sola causa, sino por la concatenación nefasta y azarosa de un
buen puñado de ellas. Así, con el extermino casi consumado de los judíos
europeos, donde lo inquietante no es tanto el alcance de aquel drama como el
hecho de que las bases ideológicas y culturales que lo propiciaron sigan vivas
y vigentes en amplios sectores de la población mundial.
Hace unas semanas, tras
los asesinatos del semanario Charlie Hebdo y del supermercado casher de París,
la frase Je suis Charlie se convirtió en santo y seña de la indignación ante el
atentado. Se reprodujo en medios de comunicación, en pancartas, carteles y pins
a lo largo y ancho del planeta, pero ni un solo Je suis juif pudo asomar la
cabeza. De hecho, y a pesar de que en el supermercado murieron cuatro jóvenes
judíos, resulta difícil imaginar una ola de solidaridad semejante a la mostrada
con los trabajadores del semanario. Y es que a pesar de Auschwitz, de los
pogromos que han salpicado la historia desde que el mundo es mundo, de las
diásporas y persecuciones que pespuntean la historia de los israelitas, sigue
siendo inconcebible un “Yo soy judío” ocupando las portadas de los periódicos,
las pecheras de los políticos, de las estrellas de cine, de la intelectualidad
mundial. Acaso, como reflexiona Hannah Arendt en “Los orígenes del
totalitarismo”, el antisemitismo está tan firmemente anclado en la cultura
occidental que nunca desaparece, sino solo se transforma, adopta formas
diferentes de expresión.
En este sentido, y a
pesar de que el Holocausto fue urdido y ejecutado por el fascismo alemán, desde
Stalin hasta hoy ha sido la izquierda europea la más proclive al persistente
cultivo del mito antisemita, y dentro de ella la izquierda española, recogiendo
un testigo enraizado en el pogromo de los Reyes Católicos y en la obsesión
judeomasónica franquista. Es, la mayor parte de las veces, un antisemitismo
larvado, disfrazado de buenas intenciones, que ha encontrado terreno abonado
para agazaparse, en los últimos años, en el conflicto árabe – israelí. Solo así
puede entenderse, en el caso de Galicia, el lamentable espectáculo propiciado
en su día por el Bloque Nacionalista Galego con la expulsión de uno de sus
militantes, Pedro Gómez-Valadés, acusado del grave delito de ser socio de la
Asociación Galega de Amizade con Israel, o la imposibilidad de que el
Parlamento gallego aprobase en 2013 una declaración oficial en conmemoración
del Día Internacional del Holocausto ante la negativa de BNG y AGE, justificada
con un batiburrillo confuso donde llegaron a declarar que Israel “no es un
Estado democrático”, como si eso, en caso de ser cierto –que no lo es- tuviese
algo que ver con los 6 millones de personas que fueron asesinadas en los campos
de exterminio nazis. Patético, sí, y preocupante.
Setenta años después,
asistimos al aniversario de la liberación de Auschwitz sin resolver el gran
enigma antisemita de nuestra civilización, contemplando las esvásticas que
vuelven a brotar con las crisis europeas, los amaneceres dorados a los que se
aferran, como en la Alemania hiperinflacionista de los años 30, quienes
desesperan. Setenta años después, el misterio y el horror permanecen intactos,
y ya solo nos queda decir y escribir, una y otra vez: Je suis juif, Je suis
juif, Je suis juif.
www.amizadeconisrael.org
Asociación Galega de
Amizade con Israel.