20-5-2012
VIDAS
Una delegación uruguaya con figuras públicas formó parte de la última edición de la Marcha por la Vida, un viaje en el cual se resignifica uno de los últimos y crueles capítulos del nazismo.
LEONEL GARCÍA
Existen varios motivos para participar de la llamada Marcha por la Vida. Son muchos y van más allá del ser judío, lo que no es excluyente. Los de Sergio Oberlander, presidente del Keren Hayesod (KH) Uruguay, incluyen honrar la memoria de su madrina Lili, sobreviviente de Auschwitz. Según el contador Eduardo Zaidensztat, exdirector de Rentas, era una obligación moral en momentos de voces alzadas negando el Holocausto y resurgimiento de grupos neonazis en Europa, caso Grecia; esto último, más la “necesidad de combatir la indiferencia”, es un argumento generalizado. Para Freddy Nieuchowicz, más conocido como el licenciado Orlando Petinatti, estaba la necesidad “como comunicador” de transmitir lo que relatan los vestigios de las máquinas de matar de los nazis. Boris Igelka, abogado, sentencia: “Era una asignatura pendiente. No es lo mismo leer sobre el Holocausto que estar ahí”. Y lo que se siente al “estar ahí” es muy difícil de poner en palabras. Así lo dicen; aún así lo intentan.
Como “marchas de la muerte” se conoció al desplazamiento forzoso, en las peores condiciones imaginables, de los prisioneros de los campos de concentración nazis, cuando el avance aliado era incontenible, entre fines de 1944 y mediados de 1945. Miles no soportaban la fatiga o el frío y eran fusilados por los soldados alemanes. Era el último coletazo de crueldad de un régimen sangriento. En respuesta, la Marcha por la Vida es desde 1988 un viaje anual de dos semanas a los campos de concentración de Polonia y a Israel, al que asisten unas diez mil personas de todo el mundo. Estos lugares representan las mayores manifestaciones de muerte y de vida para los judíos en el siglo XX.
“Mi madrina participó de una marcha de la muerte”, relata Oberlander. “Tenía 16 años y 35 kilos, no tenía comida ni casi ropa, sufrió un frío increíble y todas las vejaciones posibles. Eran como 300 mil marchando e iban cayendo como moscas…”. Hace una pausa. “La única posibilidad que tenía era escaparse, con el riesgo de que la mataran. Lo hizo y tuvo suerte. En realidad, gente como ella tuvo diez veces suerte…”. Cuenta que Lili estuvo dos veces bajo la mirada del “Ángel de la muerte”, Joseph Menguele. “Jamás pudo curar las heridas del alma, quedó estéril, y hasta sus últimos días se despertaba sobresaltada en las noches. No le gustaba hablar del tema. `¿Para qué?, ¿para que el que me odia se ponga contento y el que me quiere se ponga triste?`, decía”.
Este viaje se realiza entre abril y mayo. En 2012 comenzó el domingo 15 de abril. La Marcha de la Vida propiamente dicha se realizó cuatro días después, el Día del Holocausto, este año el 19 del mes pasado, cuando se recorrieron a pie los tres kilómetros que separan a los campos de Auschwitz y Birkenau, lo que concluyó con una ceremonia por demás emotiva, a la que fueron invitados sobrevivientes y soldados liberadores. Esta edición, la 24°, fue la primera en dos décadas que cuenta con una delegación de Uruguay, compuesta por 23 personas, dice Zaidensztat. “En estos años, algunos uruguayos han ido por sus propios medios. Pero como un grupo representando al país como tal, él último fue en 1992”, añade.
El viaje fue organizado por KH Uruguay, entidad que recauda fondos para apoyar la educación judía en todo el mundo. Si bien la inmensa mayoría de los asistentes pertenece a esta colectividad -como todos los miembros de esta delegación- esto no es un factor obligatorio para viajar. Y el KH ya piensa en repetir la experiencia en 2013.
Turistas, abstenerse. “Es un viaje muy duro, doloroso, difícil. A todos se nos caían las lágrimas. Cuando uno está ahí, uno piensa que podía haber sido él la víctima, solamente por ser judío o por ser o pensar distinto, porque no solo murieron judíos”, advierte el exdirector de Rentas.
DOLOR. Existen emociones duras al extremo. Pasan los días y las sonrisas desaparecen de las fotos. Varsovia, Lublin y Cracovia; Treblinka, Majdanen, Auschwitz y Birkenau. Los ridículos horarios de “trabajo”; los relatos al olor a carne quemada; la inscripción ARBEIT MATCH FREI (“El trabajo libera”) a la entrada de Auschwitz, con la “B” de Arbeit al revés como críptico y desesperado aviso del fabricante del cartel, un prisionero, a los incautos condenados que pensaban que venían a un campo de tareas. Parecía gritarles: “Esto es el mundo del revés, ¡acá el trabajo NO libera!”. También hay montones de zapatos apilados y valijas con el nombre de sus dueños “para no perderlas cuando vuelvan por ellas”; latas del terrible gas Zyklon B; y un enorme mausoleo en Majdanek, con una parte cilíndrica de diez metros de largo, repleto de cenizas humanas encontradas en hornos.
“Ahí hay un cartel en polaco que reza: `Que nuestro destino sea una advertencia para ustedes`. Creo que eso resume muy bien las razones del viaje”, indica el empresario Bernardo Kelmanson. Su abuela, sobreviviente de la guerra, lloraba cada vez que le preguntaba qué le había pasado. “Nunca pude saber nada por ella”.
Dados los destinos y el periplo, muchos desisten de ir de entrada. Una vez allá, es común que más de uno prefiera quedarse en el hotel. No es un viaje de placer.
“Es muy doloroso y muy difícil explicar lo que se siente estando en lugares donde murieron cientos de miles de personas. El silencio hablaba más que cualquier palabra, éramos veinte personas mirando sin hablar”. El licenciado Petinatti está muy lejos del personaje radial. “Tengo una hija de tres años… Es inevitable pensar, ¿esto puede volver a pasar?”
Durante la Segunda Guerra Mundial se estima que murieron unos seis millones de judíos; de ellos, un millón eran niños; el número de víctimas entre gitanos, comunistas, homosexuales y prisioneros de guerra soviéticos en los campos de concentración aún hoy es objeto de controversia, pero se calcula que sería una cifra similar. Solo en Auschwitz, 90% de los 1,1 millones de víctimas eran judíos. “Pero llega un momento en que los números se te desdibujan”, acota Alberto Taranto, presidente de la constructora Stiler. “¿Sabés cuándo me di cuenta de la magnitud de lo que fue? Cuando vi entre los despojos zapatos de niños y muñecas… ahí no preciso cientos de miles de muertos para que se me haga un nudo en el estómago. Y quieras o no, los abuelos siempre pensamos en nuestros nietos”.
RESPONSABILIDAD. Existen personas que ya no vuelven a ser las mismas. Todos hablan de un antes y después de la experiencia, de una resignificación de los problemas cotidianos. Zaidensztat se olvidó durante esos días que había partido con una rótula fracturada, en silla de ruedas y muletas (eso no fue olvidado por sus compañeros de ruta, que debieron asistirlo siempre, lo que provocó el único momento hilarante de las evocaciones). Taranto y Kelmanzon postergaron cuestiones empresariales de enorme importancia. El abogado Igelka sostiene que aún en Israel, “donde la vida parece florecer”, y donde transcurre el último tramo de este viaje, “nadie esbozaba una sonrisa”.
Petinatti -que ya en Israel se enteró que un bisabuelo y cinco tíos abuelos suyos murieron en Auschwitz- jamás se había alejado tanto tiempo de su programa Malos pensamientos en plena temporada. “Pese a que es una propuesta de humor, la primera vez que agarré un micrófono, que es algo que me da más responsabilidad todavía, sentí la necesidad de transmitir lo vivido… y la respuesta de la gente fue muy buena”.
Ahora, ¿existe realmente la posibilidad de transformar tamaño episodio de muerte en un clamor por la vida? Es una experiencia cara (solo ir a Polonia cuesta unos 3.300 dólares; si se suma el tramo final en Israel hay que sumar otros tres mil más) y que deja al espíritu más templado reducido a polvo. ¿No es un ejercicio casi masoquista, ese de revolver heridas que posiblemente nunca cicatricen?
“No”, responde Taranto. “Son muy pocos quienes quedan que sufrieron el Holocausto. Entonces, a nosotros nos queda la responsabilidad de explicarles a las generaciones que vienen lo que pasó, aunque nos cueste un gran dolor. Y son cosas que no se pueden enterrar, así como España jamás debió enterrar su Guerra Civil. No es masoquismo, es una obligación que tenemos como judíos y como ciudadanos del mundo que estas cosas no vuelvan a pasar. Martin Luther King decía: `No me preocupa la maldad de los malos sino la indiferencia de los buenos”. Y eso sigue pasando. En estos años, ¿supiste de muchas manifestaciones por las limpiezas étnicas en Yugoslavia? ¿O en África? El silencio sigue siendo apabullante”.
Viaje hacia el dolor y contra el olvido
21/May/2012
El País, Uruguay, Leonel García
