UNRWA: la tapadera de Hamás

27/Feb/2024

El Nacional, Cataluña- por Josep Gisbert 

El Nacional, Cataluña- por Josep Gisbert 

Tras las pruebas encontradas por el ejército de Israel en Gaza, no cabe duda de que la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Próximo Oriente, la UNRWA, ha sido la tapadera de Hamás.

Porque no solo algunos de sus trabajadores participaron activamente en el ataque del 7 de octubre, sino que debajo mismo de la sede de la organización en teoría humanitaria había un túnel que albergaba secretos del grupo terrorista y que se abastecía directamente de la electricidad del edificio, donde además apareció todo tipo de armamento. Por no hablar de los campos de entrenamiento de Hamás junto a instalaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), de las escuelas que dependían de ella convertidas en almacenes de armas, puntos de lanzamiento de cohetes o bocas de túneles, de los hospitales que también eran feudos de la banda terrorista o de las ambulancias que usaban de transporte los propios milicianos.

En un territorio tan pequeño como la Franja de Gaza y tan densamente poblado, no puede ser que nadie, y menos la UNRWA, no supiera qué pasaba. Es una excusa nada creíble que deja más en evidencia a quién la emplea, como han pretendido los responsables de la organización. Por fuerza no solo los sabían, sino que resulta que formaban parte de todo el entramado terrorista. Durante mucho tiempo, desde que Israel desocupó la franja el 2005 y Hamás ganó las elecciones el 2006 —hace casi veinte años—, todos los recursos económicos que han destinado la UNRWA, provenientes de los estados que la sufragan, o directamente los Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y otros actores internacionales han servido no para mejorar el bienestar de la población, sino para construir una red de terror que no tenía otro objetivo que destruir a Israel. A la banda terrorista los ciudadanos palestinos no le han importado nada. Al contrario, los ha utilizado en beneficio propio.

Es por todo ello que ya era hora que algunos países hayan decidido congelar las aportaciones económicas a la UNRWA, como mínimo hasta que no se aclare la magnitud de la complicidad con Hamás y se depuren responsabilidades. Entre ellas las de los dirigentes de la organización, pero también la del propio secretario general de la ONU, el portugués António Guterres, que tan sectariamente está conduciendo el organismo internacional desde que se produjo el ataque a Israel el 7 de octubre. Y asumir responsabilidades en este caso pasa por la disolución de la organización supuestamente humanitaria y la dimisión del jefe de la ONU. Nada que no sea esto no devolverá el prestigio a un ente que, por culpa de unos cuantos, ha quedado gravemente tocado por la connivencia con el grupo terrorista: la imagen de material con el anagrama de la UNRWA en manos de Yahya Sinwar, líder de Hamás en Gaza, es devastadora para la reputación de la ONU.

De hecho, este conflicto pone en entredicho el papel mismo de la ONU. Tanto que, una vez acabado, debería ser inevitable que saliera una reformulación que corrija las inmensas lagunas que han quedado al descubierto y que dé un sentido de utilidad real a una existencia cada vez con más sombras que luces. De lo contrario, permanecerá como un organismo anacrónico y caduco que difícilmente tendrá ninguna viabilidad de futuro. También habrá que revisar el papel de las ONG que operan en territorio palestino —incluida Cisjordania— y que han mostrado un sesgo completamente antisemita y cuyos recursos han ido a parar igualmente a las arcas de los terroristas. El caso de anuencia más clamoroso es el de la Cruz Roja, que no solo no ha sido capaz de ocuparse del estado de los rehenes, sino que, además, ha puesto descaradamente sus medios, sean humanos o sean materiales, a disposición de Hamás.

Asimismo, deberán rendir cuentas la UE y algunos de los estados que forman parte de ella, por la persecución que han emprendido contra Israel, olvidando las atrocidades cometidas por la banda armada: a uno se le censura por defenderse y al otro se le aplaude, por activa o por pasiva, por atacar. Especialmente ridículo es el papel del alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, clamando para que Europa y los Estados Unidos dejen de suministrar armas a Israel. O el de estados como España, pidiendo a la UE que revise el convenio de asociación con Israel y, si procede, lo suspenda. En todos los casos el argumento aducido es la violación de derechos que se registra en Gaza. Y la réplica es si quizás Hamás no violó ninguna el 7 de octubre con las salvajadas nunca vistas que llegó a realizar, únicamente comparables a la barbarie de políticas de exterminio.

¿Quién es que realmente está cometiendo genocidio y violando el derecho humanitario internacional? Es cierto que hay muchos palestinos inocentes que sufren, pero no lo es menos que hay muchos más que son cómplices de las barbaridades perpetradas por los terroristas, que las vitorean y las animan. Pero el único responsable del sufrimiento del pueblo palestino es Hamás —y el resto de grupos armados que pululan a su alrededor—, que ha derrochado los ingentes recursos económicos recibidos de terceros durante todos estos años en lugar de destinarlos a lo que tocaba. Si lo hubiera hecho, hoy Gaza sería uno de los rincones más desarrollados del planeta y no el páramo, no solo físico, también intelectual, en que lo ha convertido. De hecho, Israel, cuando se fue, abandonó una infraestructura de invernaderos en perfecto estado para producir fruta, verdura, flores… que habría sido una fuente de riqueza para la franja, pero que Hamás sencillamente destruyó.

Hamás ha dilapidado, en fin, las generosas donaciones internacionales que, en forma de prestaciones públicas o de ayudas privadas, provienen, a su vez, de los bolsillos de los contribuyentes, muchos de los cuales habría que ver si están de acuerdo en que parte de sus impuestos se hayan destinado a estas bestialidades y, lo que es más grave una vez se sabe todo lo que se sabe, que se sigan destinando todavía a ello. Es por este motivo que tantos estamentos del mundo occidental tendrán que dar explicaciones por las malas compañías que han elegido y rectificar unos comportamientos que, más allá de la estética woke, no se aguantan por ningún sitio.