EDITORIAL
Una paz que sigue distante
Es improbable que el largo conflicto entre Israel y los palestinos, eje sobre el que gira una posible disminución del belicismo y el terror que desangran al Medio Oriente, se solucione con los acuerdos que acaban de anunciar en Washington. Sería cerrar los ojos a la realidad pensar que en un año pueda alcanzarse una convivencia pacífica después de casi un siglo de confrontaciones, que empezaron después de la primera guerra mundial y se multiplicaron desde la creación del Estado judío en 1947. Estados Unidos presiona por una solución. Pero aunque no llegue, necesita igualmente mostrar que está haciendo el esfuerzo. Es una forma de tratar de atenuar la hostilidad de gran parte del mundo islámico, en el que enfrenta la guerra en Afganistán, el incierto futuro de Irak y la eventual amenaza nuclear de Irán.
El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, convinieron en Washington, bajo el ala del presidente Obama, reuniones frecuentes para desatar los nudos que impiden la paz. Están centrados en el futuro de Jerusalén y de los asentamientos israelíes en Cisjordania y en la pertinaz resistencia de Hamas en Gaza. El ministro israelí de Defensa, Ehud Barak, sorprendió la semana pasada al comentar que su país aceptaría, como precio por la paz, la partición de Jerusalén como exigen los palestinos. Pero la admisión del líder laborista tiene escaso futuro ya que Netanyahu, su partido Likud y todo el resto de la coalición gobernante se oponen de plano a partir la histórica ciudad, que Israel reivindica como su capital indivisible.
Es difícil detener la expansión de los asentamientos israelíes en Cisjordania. Netanyahu mira la idea con frialdad, los colonos judíos se oponen tenazmente y muchos de los asentamientos son ya pequeñas ciudades, cuya vida propia determina un constante crecimiento. Y en el lado islámico, Hamas e Hizbollah, así como el presidente iraní Mahmoud Amhadinejad, todos ellos puntales del extremismo junto con Al Qaeda, proclamaron que profundizarán su lucha para asegurar el fracaso de los acuerdos de Netanyahu y Abbas.
Todos estos factores confluyen en un pesimismo abonado por los fracasados esfuerzos de paz de las grandes potencias desde hace dos décadas y por precedentes mucho más antiguos. Pero aunque las expectativas no sean muy optimistas, ambas partes tienen interés en que las conversaciones se mantengan y eventualmente progresen. Con la amenaza del creciente desarrollo nuclear de Irán, Israel necesita generar acciones que faciliten a la comunidad internacional aplicar sanciones cada vez más drásticas al gobierno iraní para que detenga un programa que no tiene justificación civil alguna. Y los palestinos deben comprender que también es hora de abogar por un proceso de paz que termine de deslegitimar a los sectores radicales y permita conseguir territorios que pudo haber conseguido en el pasado con mucho menos costo y esfuerzo.
Un acuerdo sólido que pacifique la región sería causa de tranquilidad mundial. Estas conversaciones de paz, que parten con escasas expectativas, pueden contribuir al menos a generar un clima más favorable y a dar menos argumentos a los grupos radicales y fundamentalistas que solo quieren batir los tambores de guerra.
Una paz que sigue distante
06/Sep/2010
El Observador