Siria en llamas: el colapso del nacionalismo y el dominio del tribalismo

10/Mar/2025

Diario Judío – por Itamar Tzur

 

Cualquiera que haya creído que el nuevo líder de Siria —cambiando su uniforme militar por un traje elegante— representaba una nueva esperanza para Medio Oriente, se ha dado cuenta recientemente de una dura realidad: el mar sigue siendo el mismo, las montañas no han cambiado y Medio Oriente no se convierte en Finlandia de la noche a la mañana.

Las impactantes imágenes que emergen de Siria muestran la cruda verdad. Las fuerzas de Abu Mohammad al-Julani, herederas ideológicas del ISIS, están humillando, golpeando y masacrando a miembros de la minoría alauita, que hasta hace poco gobernaba el país. Como era de esperar, el mundo —incluidas las Naciones Unidas— mantiene su silencio habitual, ya que Israel no está involucrado directamente. Sin embargo, los informes que aparecen en los medios tradicionales y las imágenes aún más espeluznantes que circulan en canales de Telegram exponen la terrible realidad: Al-Julani no es un patriota sirio, principalmente porque no existe tal cosa como un “pueblo sirio”. En cambio, representa la facción más extrema del islam sunita, al igual que al-Qaeda, ISIS y el llamado “socio por la paz” de Israel en Gaza: Hamás.

Los combates continúan en Siria entre las fuerzas del nuevo régimen y los leales a Bashar al-Assad, mientras se lleva a cabo una masacre sistemática contra los alauitas. Los informes recientes indican que cerca de 1.000 alauitas han sido asesinados en los últimos días en las provincias de Latakia y Tartus, y la cifra sigue aumentando. Hezbolá, que en el pasado fue un aliado cercano de Assad, ahora se desmarca de los acontecimientos, alegando que no tiene relación con lo que ocurre en el país. Pero la realidad es que Siria nunca ha sido un Estado soberano en el sentido verdadero de la palabra; ha sido, más bien, un campo de batalla donde potencias globales, organizaciones terroristas y facciones sectarias intentan imponer su dominio. Rusia, Irán y Turquía compiten por su influencia en la región, mientras que los alauitas vuelven a ser perseguidos sin piedad.

Al igual que Irak, Líbano y muchos otros países de Medio Oriente, Siria nunca ha sido una nación unificada, sino un mosaico de sectas, religiones y grupos étnicos que fueron forzados a convivir bajo regímenes autoritarios. Los alauitas, que fueron perseguidos durante siglos, lograron llegar al poder gracias a la estructura colonial impuesta por los franceses. Sin embargo, como vemos ahora, su control se ha desmoronado en un abrir y cerrar de ojos. Ahora, con su brutal expulsión, se revela nuevamente el verdadero rostro de Siria: un Estado que no es una entidad nacional, sino un rompecabezas de intereses en conflicto y odios históricos.

El concepto de un “pueblo palestino” surgió de manera similar a partir de circunstancias políticas, no de una continuidad histórica o una identidad homogénea. Como ha demostrado la historia, quienes hoy son identificados como “palestinos” provienen de diversas regiones: Egipto, Siria, Arabia Saudita y otros lugares de Medio Oriente. La lucha por la identidad palestina nació de una necesidad política anti-sionista, no de una realidad histórica arraigada.

Hoy en día, si alguien citara a la ex primera ministra de Israel, Golda Meir, quien en la década de 1970 afirmó que “no existe un pueblo palestino”, sería catalogado de delirante, ultraderechista o incluso mesiánico, o todas estas cosas a la vez. Sin embargo, esta famosa afirmación, hecha por una líder de la izquierda israelí, se alinea perfectamente con la realidad actual en Siria. La historia del país demuestra una y otra vez que no existe un “pueblo sirio”, así como tampoco existe un “pueblo palestino”. Existen tribus, sectas, intereses económicos y religiosos, pero no una “nación” en el sentido occidental del término. Al-Julani no está luchando para salvar la patria siria, sino para establecer un gobierno islamista sunita sobre las ruinas del dominio alauita, de la misma manera que Hamás no actúa en nombre de un “pueblo palestino”, sino para imponer un régimen islamista sobre las ruinas del Estado de Israel.

Las nuevas realidades en Siria y los desarrollos políticos en la región nos obligan a reconsiderar los términos que utilizamos: “naciones”, “Estados”, “pueblos”. Estos conceptos no se aplican a Medio Oriente de la misma manera que en Europa o Estados Unidos. En esta región, la identidad se define principalmente a través de la afiliación sectaria, tribal y religiosa, más que por el concepto de Estado moderno y soberanía nacional.

Mientras el mundo occidental sigue aferrado a sus ilusiones de “Estados” y “naciones”, la realidad de Medio Oriente nos recuerda constantemente que las líneas en los mapas no reflejan identidades auténticas. Los acontecimientos en Siria son una prueba más de que las fracturas étnicas y religiosas impiden la formación de una nación unificada, como ya hemos visto antes en Líbano, Irak y otras naciones artificialmente construidas.

El derramamiento de sangre en Siria expone la gran ilusión del nacionalismo en Medio Oriente. La historia ha demostrado repetidamente que estos no son Estados homogéneos, sino escenarios de lucha entre facciones, sectas e intereses en conflicto. Las fronteras trazadas en los mapas no reflejan una identidad compartida; representan una partición artificial impuesta por potencias extranjeras. ¿Cuánta más sangre deberá derramarse antes de que el mundo entienda que Medio Oriente no opera bajo las mismas reglas del nacionalismo occidental? Esta ilusión sigue estallando en fuego, sangre y destrucción, pero muchos aún se niegan a ver la verdad. Aquellos que la ignoren, tarde o temprano, se encontrarán frente a nuevas ruinas, mientras la historia continúa dictando las reglas del juego en esta turbulenta región.

Itamar Tzur es el autor de “La invención del relato palestino” y un académico israelí especializado en la historia de Medio Oriente. Posee una licenciatura con honores en Historia Judía y una maestría con honores en Estudios de Medio Oriente. Como miembro senior del Foro Kedem para Estudios de Medio Oriente y Diplomacia Pública, utiliza su experiencia académica para profundizar la comprensión de las dinámicas regionales y los contextos históricos.