Simjat Torá en Moscú

28/Sep/2018

Por la Esc. Esther Mostovich de Cukierman

Simjat Torá en Moscú

A partir de la década de 1960, los judíos soviéticos, que comenzaban a
buscar formas de expresar su identificación judía, la encontraron en la
celebración de Simjat Torá. (Fiesta de la alegría de la Biblia) Esa se convirtió en la gran fiesta de miles
de jóvenes y no tan jóvenes que en esa noche, una vez al año, se reunían en
grandes masas en las calles de alrededor de las sinagogas de Moscú, Leningrado
y Riga, bailando en la vereda y la calle y cantando hasta altas horas de la
noche. Mi marido y yo queríamos ir a ver eso. Planeamos visitar Rusia, entre
otras cosas para conocer al hermano menor de mi padre, su esposa e hija, que en
ese entonces residían en Moscú; un tiempo después emigraron a Israel.
Buscábamos pasar Rosh Hashaná (Año Nuevo Hebreo) con nuestra familia rusa y
especialmente, estar en la Gran Sinagoga de Moscú en Simjat Torá.
En 1989 planeamos el viaje a la que entonces era la URSS. Encontramos un
paquete de excursión que nos permitía entrar a Rusia a fin de setiembre, con un
grupo de turistas con el que viajamos hasta el Asia Central para estar de
vuelta en Moscú en Rosh Hashana. Allí pudimos entrar por primera vez, a la Gran
Sinagoga de la calle Arxipova, que queda
en pleno centro de Moscú, muy cerca de la Plaza Roja y de la calle Chistérudí
donde vivió mi padre antes de emigrar al Uruguay en el año 1924. Pero la experiencia de Rosh Hashana en Moscú
es otra historia.
El hecho es que la excursión de Intourist
terminó y nosotros salimos hacia Londres. Desde Londres, teníamos contratada,
esta vez solos, una segunda entrada a Rusia, en el día de Simjat Torá, con una
visa que nos permitía estar dos días más en Moscú. Estaba todo muy bien
organizado, llegaríamos a Moscú a las 4 y media de la tarde, un taxi nos
estaría esperando para llevarnos al hotel.
Pero el avión de Aeroflot salió de Londres
con cuatro horas de retraso, al llegar al aeropuerto de Moscú ya no nos
esperaba ningún taxi, y con eso perdimos
dos horas más. Cuando llegamos a la habitación del
hotel, eran las 10 de la noche. David y yo nos miramos uno al otro.
– Yo no hice todo este viaje para acostarme
a dormir en el hotel, dijo David.
Alguien debe estar bailando todavía frente a la Gran Sinagoga.
Era una noche muy fría de mediados de octubre. Nos abrigamos y salimos a
la calle. El subte costaba una moneda de 5 kopeks por persona, y la moneda rusa
más pequeña que teníamos era un billete de 3 rublos. En el hotel no nos
pudieron dar cambio.

Vayan al subte, allí les cambiarán su billete, nos aseguraron. Cuenten 6
estaciones y salgan a la calle, ahí está la Plaza Roja.
Bajamos al subte, en esas
escaleras rodantes que descienden a toda velocidad, metros y más metros bajo el
nivel de la calle, atestadas de gente a toda hora. Ofrecimos pagar el pasaje
con nuestro billete de 3 rublos, pero nos dijeron que no podían darnos cambio.
Lo único que pudimos darles a entender era el nombre de la estación a la que
queríamos llegar: la Plaza Roja. Tal vez se compadecieron de nuestra cara de
turistas desconsolados. No sé, no pudimos entender lo que nos dijeron. Pero nos
dejaron pasar sin cobrarnos.
La Plaza Roja es una estación de
subte muy grande, pleno centro de Moscú, con muchas escalinatas que salen hacia
diferentes direcciones. No sabíamos por
dónde salir. Tomamos cualquier escalera y salimos a la calle. Y allí en la calle, nada. Casas de un lado y
del otro. No se veía ni un alma.
Empezamos a caminar, dimos vuelta a dos esquinas y todo seguía
silencioso. En ese momento, aparecieron
tres jóvenes caminando. Nos acercamos.
– ¿Arxipova ulitza? (Calle Arxipova), les
preguntamos.
– ¿Sinagoga?, nos dijeron.
– Da (sí) Sinagoga.
No sé lo que nos hablaron. Todo lo que nosotros podíamos decir era
” ñyé poñimai porusko” (No conozco el ruso- o algo por el
estilo).  Pero nos dieron la mano y nos
acompañaron hasta que llegamos a una esquina desde la cual se veía la Sinagoga,
las luces en la calle y se escuchaba música a todo volumen.
La calle Arxipova es angosta. La Sinagoga tiene al frente una escalinata
con un porche, bajo ese porche estaban instalados un aparato pasacassettes y
unos parlantes realmente enormes. A esa hora de la noche, la gente llenaba toda
la cuadra de la Sinagoga y cerca de la mitad de las cuadras adyacentes.
Bailaban y cantaban en las veredas, en la calle, en el porche y hasta en el
techo de ese porche. Todo lleno de
rondas de gente de cualquier edad, bailando. Ni se podía pasar a la entrada de
la Sinagoga, pero a nosotros nos hicieron lugar. Tal vez porque nos veían cara
de turistas… Bajo el porche de la entrada, la música atronaba y la gente
hablaba a los gritos. Pero allí nos quedamos, porque dos muchachos nos
empezaron a hablar en Idish. Nos dieron la mano y también bailamos y cantamos
con ellos.
Así, a los gritos, nos fuimos enterando de
qué estaba pasando.
– ¿Quién está encargado de esta música?
– El – nos dijeron señalando a un muchacho.
Ese es el encargado de este turno.
– ¿Eso qué quiere decir? ¿El paga por todo
esto?
– ¿Pagar? ¡No!, nos dijeron riéndose. Los lubavitcher nos lo proporcionan, pero
entre nosotros nos tenemos que ocupar de que funcione. El cambia las cassettes desde las 10 de la
noche.
– ¿Hasta cuándo?
– Hasta que esto termine.
– ¿Cuándo termina?
– A las doce y media se van todos los que
quieren tomar el último subte. Nosotros nos quedamos, hasta que no quede gente
en la calle, ¡o hasta que se nos acabe el vodka!
– ¿Bailan en la calle en alguna otra
festividad?
– No. Sólo hoy. Sólo en la noche de Simjat
Tora.
– ¿Cuánta gente vino hoy ?preguntamos.
– Ahora hay pocos, tal vez mil personas.
Más temprano, tal vez cinco o seis mil, esto hervía de gente.
Nos convidaban con vodka. “El whisky se acabó hace rato ” nos
decían, disculpándose.
– ¿De dónde sabes Idish? preguntamos a un joven.
– Lo hablo con mi abuela.
– Y con tus padres, ¿hablas Idish?
– Hace años no sé nada de mis padres, nos
dijo riéndose.
Los muchachos estaban algo chispeantes de vodka. ”Sissu ve simju, ve
Simjat Tora”.  En cuestión de una hora y
media, entre vuelta y vuelta, nos enteramos de sus amoríos, sus trabajos y sus
sueños.
Uno nos dijo que había tenido una novia
judía, otra rusa, y la que estaba ahí con él era “medio judía y medio rusa
“. “ Pero es novia completa”, nos aseguró.
Les preguntamos a muchos por qué venían a
esa celebración. ¿Habían asistido al servicio religioso?
Nos dijeron que no. Sólo habían venido a
bailar en la calle.
– ¿Por qué vienen?
Muchas respuestas. Recuerdo algunas en
particular:
– Me siento libre.
– Me siento bien. Aquí descubrí que mucha
de la gente que conozco, ¡también es judía!
– Esto es tomarle un poco el gusto a
América.
– ¡Es casi como ir a Israel!, gritaba otro.
Llegada la medianoche, mucha
gente se empezó a ir.
“Última ” gritaban. No era última
ronda de baile. No. Era de vodka. Las botellas pasaban de uno a otro, mientras
bailaban.
El camino de vuelta hacia el subte fue fácil de encontrar. Un río de
gente iba hacia allá. Nosotros seguíamos con el billete de tres rublos en el
bolsillo. Pedimos cambio a varias personas. Un joven nos dijo ” OK “, se detuvo y sacó su
monedero.

¡Gracias! Qué suerte, dijimos, nos darán cambio.
No. No nos dieron cambio. Nos regalaron 2 monedas de 5 kopeks para pagar
el subte.
Los muchachos seguían cantando en la calle:

Di gantse velt iz mer nisht vi a maysele
Di gantse velt iz mer nisht vi a shpil
(Todo el mundo no es más que un cuentito,
Todo el mundo no es más que una presentación de teatro)
A balade fun tserisene shij
A balade vos endik zij nisht
A balade fun hinger in noyt
A balade fun a shtikl broit.
(Una balada de zapatos rotos, Una balada
que no se termina, Una balada de hambre en urgente necesidad, Una balada de un
pedazo de pan).