Rosh Hashaná en Johannesburg

12/Sep/2023

Por Esc. Esther Mostovich de Cukierman, para CCIU

Por Esc. Esther Mostovich de Cukierman, para CCIU

A solo tres días de Rosh Hashaná, que dará inicio al año judío nuevo 5784, publicamos una historia que nos envía nuestra colaboradora habitual Esc. Esther Mostovich de Cukierman, sobre un Rosh Hashaná en 1979 en Sudáfrica. En la foto, Sinagoga de Johannesburg.

En 1910, los Estados de la región Sudafricana (Colonia del Cabo, Natal, Transvaal y el Estado Libre de Orange) se asociaron formando la “Unión Sudafricana”. La población del país estaba compuesta aproximadamente  por 68 % de negros, 21 % de blancos, 8,5 % de mestizos y 2,5 % de asiáticos. Aunque quedó administrado por el Imperio Británico, en el nuevo país los afrikaners (sudafricanos) de origen  holandés tuvieron  gran poder político.

A partir de 1948, el Partido Nacional afrikaner asumió el gobierno sudafricano y estableció las leyes del “apartheid” (segregación racial), que profundizaron la brecha entre los habitantes del país. Por Ley se estableció  la  separación geográfica de cada raza para vivir y trabajar, la división del uso de los servicios públicos, como el transporte o el acceso a los hospitales. Se prohibieron las relaciones sexuales y matrimoniales entre personas de diferente raza.  Las zonas urbanas quedaron reservadas para la población blanca. Solamente los blancos  tenían derecho  de  votar. A los no blancos se les asignaban  instituciones y programas educativos especiales, estaba prohibido su ingreso a las universidades reservadas para blancos.

La resistencia al apartheid fue cada vez mayor. En 1963, el gobierno declaró “Estado de emergencia”, lo que permitió  el arresto de personas sin orden judicial: alrededor de 18.000 líderes y manifestantes negros fueron apresados, entre ellos Nelson Mandela.

Esas eran las circunstancias cuando llegamos nosotros a visitar Sudáfrica, en el año 1979.

Un viernes muy especial, la primera noche de Rosh Hashana (Año Nuevo hebreo) cuatro turistas estamos Johannesburg. En el mapa de la ciudad está señalada con una estrella de David la ubicación de la Sinagoga Central, a pocas cuadras de nuestro hotel y decidimos ir caminando. El botones del hotel nos ve salir y nos pregunta

-“¿Van a salir a caminar?”

– Si,  le decimos. Son sólo unas pocas cuadras.

– “Pronto oscurecerá. Aquí los blancos no caminamos por la calle de noche. Asegúrense de volver en taxi o por lo menos, en ómnibus”, dice. Y nos da una tarjeta con el nombre y la dirección del hotel.

La Gran Sinagoga es un edificio muy grande. Tiene una cúpula central redonda de color verde brillante y las paredes están recubiertas de piedra. Vemos que el servicio religioso ya comenzó, no hay nadie en el hall de entrada a quien pedir una kipá (solideo). Así que allí mismo, con dos hojas de papel, dos alfileres y la peregrina ayuda de una tijerita de uñas improviso dos gorritos para cubrir la cabeza de los dos hombres de nuestro grupo. Hay gente entrando, los hombres van a la planta baja y las mujeres van a la planta alta. Les seguimos los pasos y nadie nos detiene, entramos a la nave central de la sinagoga y asistimos a la ceremonia. Están recitando las oraciones en hebreo y el sermón del Rabino es en inglés.

Terminado el sermón del Rabino, mi amiga y yo hablamos con unas señoras que están a nuestro lado. Les preguntamos la dirección de alguna otra Sinagoga que esté cerca y podamos visitar.

-“¿Por  qué se quieren ir?”, nos pregunta  la señora. “¿No les gusta esta sinagoga?”

Les explicamos que la Sinagoga nos parece preciosa, les contamos que somos turistas sudamericanos, uruguayos- se quedan fascinadas con el nombre de nuestro país- y nos dan la dirección de la Sinagoga jasídica. En realidad la dirección no es muy precisa. Nos indican que tomemos un taxi  de los muchos que están esperando en la puerta y digamos al chofer que nos deje “en el Templo nuevo de Harrow Road”. El taximetrista  que nos conduce no tiene ni idea del nuevo Templo pero ofrece llevarnos despacio  por Harrow Road hasta que lo encontremos. La aventura es un poco peregrina en esta ciudad desconocida, pero total, todo lo que podemos perder es un viaje en taxi, así que ¡vamos a la aventura!

Pronto vemos un hermosísimo edificio recubierto de piedra color dorado como las paredes de la ciudad de Jerusalem, cuajado de vitrales y lámparas. Es un templo pequeño, rodeado de un jardín lleno de flores. “Es aquí” le decimos al taximetrista.  Entramos al hall de acceso y nos encontramos con gente que está saliendo,  el servicio de Rosh Hashana acaba de terminar. Nos rodean y nos empieza a hablar. ¿De dónde venimos? ¿Uruguay? Están emocionados con nuestra visita, algunos aseguran que estuvieron en nuestro país, aunque están convencidos que nuestro Presidente es el General Stroessner (en ese entonces Presidente de Paraguay) y otros nos intentan hablar  en portugués comentando que han visitado Rio de Janeiro. Nos quieren llevar a cenar en sus casas, se pelean por nosotros, que somos “orjim” ( forasteros), extranjeros caídos del cielo para permitirles cumplir con la mitzvah ( deber religioso) de recibir a comer a quienes están lejos de su hogar. La experiencia podría ser preciosa para nosotros pero el gran problema será cómo nos volvemos al hotel después de cenar.  Ellos son judíos observantes, ¿podrán aceptar que llamemos un taxi desde su casa? Sólo de pensar en la situación, decidimos evitarla. Les damos las gracias por su invitación, pero nos saludamos ¡Hasta el año próximo en Jerusalem!

Y ahora tenemos que volver al hotel. Son nada más que las 8 de la noche, pero en esta ciudad no hay un solo negocio abierto, ni gente por las calles. No hay taxis a la vista, pero vemos un letrero “Bus Stop”, parada de ómnibus en la avenida y allí nos quedamos, algo vendrá. Y lo que viene es una experiencia distinta para cerrar nuestra experiencia en la ciudad. Se acerca un ómnibus, le hacemos señas para que se detenga y sigue de largo, aunque está casi vacío. Al pasar a nuestro lado, vemos que la cabina del conductor está protegida por una gruesa malla de alambre. El misterio lo revela un gran cartel al costado del vehículo, que dice “Not withe” (No blancos). Un minuto más tarde, una señora de piel oscura y muchos kilos de sobrepeso se acerca a la parada del bus, se sienta en el viejo banco de madera  y nos dice, en inglés: “Esta no es su parada de bus. La de ustedes está allá “y señala que caminemos unos cincuenta metros más adelante.

Poco después llega el ómnibus “Withe” (Blanco), subimos y le mostramos al conductor la tarjeta de nuestro hotel. Le preguntamos si este bus nos lleva cerca de allí.

-“Turistas“, dice el conductor. Y le avisa en inglés a los pasajeros. “Voy a  desviarme unos metros del recorrido habitual para dejar a estos turistas perdidos en la puerta de su hotel”. Nadie protesta. Se ve que esta es una conducta habitual. Nosotros estamos totalmente asombrados.

– “Los blancos nos  protegernos unos a otros”, nos  dice el conductor. “Así es la vida en esta ciudad”.

Diez años después de nuestra visita, en 1989, bajo el presidente Frederik Le Klerk, comenzó la transición hacia una Sudáfrica sin segregación racial. En 1990 en el medio de  una crisis político-económica, se comenzaron a abolir las leyes discriminatorias. Nelson Mandela y otros líderes de la oposición fueron liberados de prisión y comenzó el cambio hacia una democracia plurirracial.

En 1993, la nueva Constitución de Sudáfrica estableció los derechos fundamentales de todos los sudafricanos sin distinción de raza y la participación libre para toda la población mayor de edad en las próximas elecciones presidenciales. Al año siguiente, Nelson Mandela fue elegido Presidente.