¿”República” Argentina?

22/Ene/2015

Búsqueda, Claudio Paolillo

¿”República” Argentina?

Durante mi infancia, concurrí durante seis años a la Escuela Nº 2 República Argentina. Ahí aprendí todo lo esencial para vivir en una sociedad democrática, laica y republicana. Aprendí a leer y a escribir, aprendí historia, geografía y geometría, aprendí a sumar y restar, aprendí a dividir y multiplicar, aprendí a convivir con los chiquilines del barrio, aprendí a tolerar y a aceptar al diferente, aprendí a respetar a las maestras, aprendí a hacerles caso a mis padres cuando me reclamaban “hacer los deberes”, aprendí que la túnica blanca y la moña azul nos hacía a todos iguales, aprendí a jugar y a convivir con todos los compañeros más allá de los orígenes familiares, económicos, étnicos o religiosos de cada uno –nadie se preocupaba por eso- y aprendí a ser un ciudadano, sin darme cuenta de que estaba aprendiendo eso mismo.
En la escuela República Argentina, también aprendí el himno argentino. Cada vez que había una fiesta patria, nos formábamos en el gran patio de la escuela y ahí estaba, junto con nuestros padres, el embajador de Argentina, al lado de la directora. Alguna vez vi cómo se le humedecían los ojos al embajador mientras nosotros cantábamos “al gran pueblo argentino, salud”. El embajador debía sentir, al oírnos cantar, que estábamos orgullosos de pertenecer a esa escuela y que por eso estábamos orgullosos de pertenecer a esa escuela y que por eso entonábamos con seguridad “oíd mortales el grito sagrado: libertad, libertad, libertad”. No sé si nuestra edad nos permitía sentir orgullo –eso es algo reservado normalmente para mayores de 12 años-, pero sí estoy seguro de que todos coreábamos contentos y esmerados ese himno, que siempre me pareció uno de los más lindos del mundo.
Doy fe que de la escuela República Argentina salieron miles de ciudadanos. Como otros miles egresaron de la enorme mayoría de las escuelas públicas del Uruguay, que al menos hasta comienzos de los 70 del siglo pasado, eran el instrumento más importante del país para crear ciudadanía, y con ello fortalecer la democracia.
Por eso resulta tan groseramente chocante para muchos de los que estudiamos en las escuelas de este país en aquellos tiempos lo que está ocurriendo hoy en la República Argentina. En el país, no en la escuela.
El domingo 18, Argentina abdicó definitivamente de cualquier pretensión de parecerse a una república. La sociedad argentina ha estado dejando por el camino los rasgos principales que distinguen a una república democrática durante demasiado tiempo. Los ha estado perdiendo por acción de sus gobernantes y por omisión de sus ciudadanos. En la era kirchnerista, el rostro autoritario, intolerante, antiliberal, antirrepublicano y antidemocrático de Argentina se ha mostrado con especial ferocidad. Es el rostro fascista del peor peronismo. Ese que abrevó en el mismísimo Benito Mussolini.
La muerte del fiscal federal Alberto Nisman, que el lunes 19 iba a tener una audiencia en el Congreso para informar a los parlamentarios sobre los gravísimos hallazgos de su investigación en torno al atentado terrorista perpetrado el 18 de julio de 1994 contra la sede de la AMIA en el que murieron 85 personas, es –pase lo que pase- el punto final para el peronismo kirchnerista patotero y mafioso que mal gobierna a ese país desde el año 2003.
La República en Argentina ya estaba malherida. El Poder Ejecutivo había “tomado” el Congreso, había dejado apenas islas de independencia en el Poder Judicial, había hostigado hasta la asfixia a los periodistas críticos e independientes, había instalado la mentira como política oficial para “informar” sobre las estadísticas económicas, había perseguido a la oposición, había arrojado a los organismos fiscales sobre los ciudadanos “disidentes” de “el relato”, había aceptado la coima como parte del paisaje, se había aliado con los gobiernos más represivos de la región y había aceptado “plata sucia” de los petrodólares de Chávez. El domingo 20, lo que quedaba de República en Argentina dejó de existir.
No se puede decir aún si el fiscal Nisman se suicidó por exclusiva voluntad propia –algo muy extraño, teniendo en cuenta todos los elementos que salen a luz a cada minuto-, si “lo suicidaron” o si, simplemente, lo asesinaron. Pero eso, a esta altura, poco importa. En Argentina ya no se puede creer en nadie. Como dijo el periodista Carlos Pagni en “La Nación”, “se consolida la angustiante presunción de que no hay a quién preguntar qué pasó en la AMIA. Ni hay a quién preguntar qué pasó con Nisman”.
Bajo el kirchnerismo peronista, la política argentina atacaba el honor del “réprobo”, jugaba con su libertad y lo sometía al chantaje. Ahora pasó un nuevo límite: ahora lo mata.
Basta leer algunos párrafos del “Objeto” de la denuncia acerca de la cual el fiscal Nisman se aprestaba a informar al Congreso para comprender por qué murió:
“Vengo a denunciar la existencia de un plan delictivo destinado a dotar de impunidad a los imputados de nacionalidad iraní acusados (por su responsabilidad en el atentado contra la AMIA), para que eludan la investigación y se sustraigan de la acción de la Justicia argentina”.
“Esta confabulación ha sido orquestada y puesta en funcionamiento por altas autoridades del gobierno nacional argentino, con la colaboración de terceros, en lo que constituye un accionar criminal configurativo, a priori, de los delitos de encubrimiento por favorecimiento personal agravado, impedimento o estorbo del acto funcional e incumplimiento de los deberes de funcionario público”.
“Esto resulta de la mayor gravedad teniendo en cuenta que el hecho cuyo encubrimiento se denuncia, es decir, el atentado terrorista perpetrado contra la sede de la AMIA, ha sido judicialmente declarado crimen de lesa humanidad y calificado como genocidio por el Sr. Juez de la causa”.
“La decisión deliberada de encubrir a los imputados de origen iraní acusados por el atentado terrorista del 18 de julio de 1994, como surge de las evidencias halladas, fue tomada por la cabeza del Poder Ejecutivo Nacional, Dra. Cristina Elisabet Fernández de Kirchner, e instrumentada, principalmente, por el ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación, Sr. Héctor Marcos Timerman”.
Las pruebas recabadas por el fiscal merced a escuchas telefónicas debidamente autorizadas judicialmente involucran, además, al ministro de Planificación Federal, Julio De Vido, a los piqueteros kirchneristas Luis D’Elía y Fernando Esteche, al diputado Andrés Larroque, al ex integrante de la Secretaría de Inteligencia de la Presidencia de la Nación, Ramón Héctor Bogado, al agente iraní en Buenos Aires, Jorge “Yussuf” Khalil y al ex fiscal Héctor Yrimia.
En sus 290 páginas acusatorias, el fiscal Nisman recordó que la Justicia argentina solicitó la captura nacional e internacional de ocho altos jerarcas iraníes por haber encomendado el atentado contra la AMIA al grupo terrorista Hezbollah: Alí Akbar hashemi Bahramaie Rafsanjani (ex presidente de Irán), Alí Akbar Velayati (ex canciller de Irán), Ali Faahjian (ex ministro de Inteligencia de Irán), Mohsen Rezai (ex jefe de la Guardia Revolucionaria de Irán), Ahmad Vahidi (ex ministro de Defensa de Irán), Mohsen RAbbani (ex agregado cultural de la Embajada iraní en Argentina), Ahmad Reza Asghari (ex tercer secretario de esa Embajada) y Hadi Soleimpanpour (ex embajador de Irán en Argentina). Desde el año 2007, sobre cinco de ellos (Fallahjian, Rezai, Vahidi, Rabbani y Asghari) pesan “notificaciones rojas”: la máxima prioridad de búsqueda de Interpol.
Pero, con abundante evidencia, el fiscal Nisman dejó al descubierto que Cristina Kirchner, Timerman y el resto de la banda habían arreglado con el gobierno de Irán encubrir a los acusados, mediante contactos directos –y registrados- que incluyeron a Vahidi y Rabbani, a cambio de petróleo barato.
Hoy, los “libres del mundo” no le dicen a Argentina “salud”.