¿Qué debería hacer el mundo con Libia?

07/Mar/2011

El Observador, Pablo Aragón

¿Qué debería hacer el mundo con Libia?

CON FIRMA
7-3-2011 PABLO ARAGÓN ESPECIAL PARA EL OBSERVADOR
Recordemos cómo comenzó la revuelta libia. Un grupo de abogados manifestó, en la oriental ciudad de Bengasi, su repudio ante el arresto de colegas dedicados a defender a las víctimas de una dura represión carcelaria en 1996. Exponían su reclamo en terreno abonado: el oriente de Libia ha sido sistemáticamente olvidado por el tripolitano Muammar Gadafi y su régimen, en tanto la protesta tenía lugar a días de la caída de los gobiernos de Túnez y Egipto.
A diferencia de lo que ocurriera en estos dos países, la protesta se convierte, con cada día, en una creciente guerra civil, en la que se enfrenta una coalición opositora mayormente acaudillada por jóvenes oficiales, profesionales occidentalizados y fundamentalistas islámicos que han logrado controlar la costa oriental de Libia, con un régimen unipersonal, apoyado en los beneficiarios de su sistema prebendario, mayormente ubicados en la costa occidental, con epicentro en Trípoli, la capital. El régimen ha recurrido, naturalmente, a sus vastos arsenales y efectivos militares, amén de armar a pandilleros y mercenarios, traídos del Sahel y Sahara en el que Gadafi cuenta con amplios respaldos. Tuaregs venidos de la lejana Mali comenzaron a llegar a Trípoli esta semana.
Definidos así los campos, ya los alzados han conformado un directorio político y otro militar, procurando establecer un asomo de regularidad en la vida de ciudades como Bengasi, Beida, Tobruk, Brega. El dictador, en tanto, ha emprendido una campaña aérea, con aviones y helicópteros artillados, buscando desplazar a sus adversarios de la Cirenaica, en tanto desactiva el alzamiento civil en Trípoli, Misurata, Zawiya o Sirte, bajo su control. De continuar así las cosas, y mantenerse la unidad de propósitos y mando de los insurgentes, la crisis libia degeneraría en guerra civil, planteándole al mundo una terrible interrogante: ¿qué hacemos?
No es que no hayan faltado ya ideas. La prensa mayormente liberal de Europa y EEUU tiene bien claro que Libia no puede degenerar en una tragedia humanitaria, por lo que las cancillerías y ministerios de defensa deberían, a su juicio, estar planteando estrategias de contención del conflicto. El extremo conservador del espectro, en tanto, parece coincidir: Libia no puede caer en la anarquía, razona, poniendo en peligro la provisión de petróleo a Europa, desestabilizando los mercados en momentos en que la economía parece querer salir de su pozo recesivo.
Nadie ha sonado tan enfático como el primer ministro británico, David Cameron, quien ha anunciado que el Reino Unido contempla varias alternativas, desde establecer una zona de exclusión aérea que evite el ataque a los rebeldes, pasando por el envío de armas a Bengasi o el despliegue de efectivos a fin de controlar los arsenales de Gadafi, evitando su caída en manos terroristas y hostiles.
Menos enfático, el presidente de EEUU, Barack Obama, carraspea y anuncia sus buenos propósitos, sin adelantar criterio práctico alguno. Todo se hará, asegura, “en consulta” con los aliados. Es esta ambigüedad la que genera el rechazo tanto de liberales demócratas como de conservadores republicanos, para los cuales, y según variados motivos, no hacer nada equivaldría a traición. Nota curiosa: los liberales rinden, de esta forma, un no intencionado homenaje a la llamada “doctrina Bush” (bajo la cual se perpetrara la invasión de Irak), en tanto los conservadores procuran, en los hechos, la reinvindicación de sus teorías.
Hablar, por cierto, es gratis, y el papel todo lo soporta. Lo que los hechos no soportan, sin embargo, es este celo humanitario o político en proponer distintos escenarios de intervención en la larvada guerra civil libia. En primer lugar, porque es hoy impensable que una acción de este tipo ocurra al margen del Consejo de Seguridad de la ONU, donde tanto China, Rusia como Francia han adelantado criterio contrario a sancionar una acción multilateral en Libia. Pero, y por sobre todo, porque el actual escenario de Medio Oriente, según se han encargado de deslizar voceros militares estadounidenses, es el menos propicio para una intervención a gran escala en Libia. No deja de ser gracioso que Cameron hubiera sonado tan bélico la semana pasada, en el preciso instante en que anunciaba una drástica reducción en el número de efectivos de la Real Fuerza Aérea y, en general, en las fuerzas armadas del Reino Unido. Generalmente, estas campañas se ejecutan con soldados.
Pero si estas no fueran suficientes razones para desestimar acciones de intervención a gran escala, lo sería el hecho de que estas configurarían un trágico error en términos de una Libia pos Gadafi.
El alzamiento no está basado únicamente en los sectores libios más religiosos y, en algunos casos, integristas, pero sí cuenta con su importante respaldo. Del mismo modo, la oposición secularizada, muchos de cuyos integrantes son víctimas de las infernales mazmorras de Gadafi, es visceralmente antioccidental, fundada, entre otras cosas, en la hipocresía y estupidez con la que los regímenes más “civilizados” de la tierra han venido cediendo a las patrañas y chantajes de Gadafi y sus terroristas camorreros, a cambio de su amistad petrolera y multimillonarios contratos de infraestructura y prospección. Cómo logró el indescriptible hijo de Gadafi ser apadrinado por un académico judío en su tesis de la London School of Economics, cómo logró ser amigote de parrandas de un Rothschild, o novio de una belleza israelí, es algo que habla a las claras del “grand guignol” de nuestro humano género.
Obama está, por tanto, en lo cierto, pero debería poner énfasis en su postura. El mundo no tiene, muy a su pesar, nada que hacer en la gesta del pueblo libio por su libertad, y le corresponde al pueblo libio pagar el precio que deba pagar por ella. Las intervenciones de hoy solo darían ocasión al habitual cacareo de los Fidel Castro y Chávez, o a sus regurgitaciones de las ficciones de Galeano, distrayendo la atención del elefante en la sala: la automática y natural solidaridad con la que estos malandrines acogieran a Gadafi y su repugnante régimen de robatina, tortura y depredaciones a lo largo de más de cuatro décadas.
La oposición libia pide, en carteles y a gritos, por una zona de exclusión aérea patrullada por EEUU y Europa. Europa y EEUU no deberían ni intentar establecerla por la sencilla, antigua y noble razón de que no está en su interés hacerlo.