Primavera árabe entorpece guerra contra Al Qaeda

20/Jun/2011

El País

Primavera árabe entorpece guerra contra Al Qaeda

Cambio. Ola revolucionaria deja a Washington sin sus viejos aliados, despreciables por sus tiranías, pero cooperantes con Occidente
19-6-2011
NEWSWEEK
Entre los espías estadounidenses hay algo más de nostalgia por los tiempos anteriores a que los dictadores comenzaran a ser derrocados en Medio Oriente, cuando a los sospechosos de ser malos tipos se les agarraba en las calles y entregaba para que quedaran a la merced, por cierto poco suave, de los interrogadores en sus países de origen y cuando los rufianescos tiranos, por terribles que fueran, al menos resultaban predecibles.
No se trata de un asunto filosófico, sino simplemente práctico. Confrontados con la nueva realidad de la primavera árabe, muchos profesionales de inteligencia y contraterrorismo ahora ven gran peligro asomando muy cerca, mientras las buenas noticias -un mundo árabe más libre, justo, equitativo y estable- quedan en algún lado del horizonte. “Toda esta celebración de democracia es una exageración”, dijo un alto oficial de inteligencia que transcurrió décadas luchando contra el terrorismo y que encuentra que su tarea se hace cada vez más difícil, en lugar de fácil, debido a los acontecimientos recientes. “Cuando se saca la tapa no se sabe lo que va a pasar. Creo que el desastre está al acecho”.
Por cierto, Osama bin Laden finalmente fue muerto, pero el impacto de esa operación contra Al Qaeda y sus afiliados puede haber sido sobreestimado y exagerado por un gobierno de Estados Unidos ansioso por lograr puntos políticos a favor. Si, como se sostiene, Bin Laden seguía dirigiendo las operaciones de la red terrorista, ¿cuáles eran? Ningún plan fue identificado públicamente. “Matar a Bin Laden era una necesidad y me alegro que esté muerto”, dijo otro veterano de los servicios de inteligencia estadounidenses, cuyo nombre se mantiene en reserva porque no está autorizado a hacer declaraciones. “Pero, Bin Laden era lo que era: un tipo de años que tuvo suerte el 11-S, y ahora estaba sentado en un pequeño cuarto piojoso, mirando un pequeño televisor piojoso e intentando pretender que todavía tenía importancia”.
Miembros del gobierno del presidente Barack Obama filtraron información al diario The New York Times, la semana pasada, indicando que Estados Unidos estaba acelerando las operaciones contra grupos vinculados a Al Qaeda, en medio del caos de Yemen, “explotando un creciente vacío de poder en el país para golpear a sospechosos de terrorismo con aviones caza y teledirigidos con armas”. Algunos consideran que la afirmación resulta sospechosa y propia de un gobierno que está silbando en la oscuridad. “Creo que es llamar la atención, pero sin mostrar hechos”, estimó Barbara Bodine, de la Universidad de Princeton y exembajadora de Estados Unidos en Yemen. Mientras, se multiplica la chance de matar a los objetivos equivocados en esos ataques. “Al perder la cooperación de Yemen en materia de inteligencia, intentamos reducir lo más posible a los jihadistas (combatientes de la guerra santa islamista)”, dijo Bruce Hoffman, de la Universidad de Georgetown. “Se hacían ataques quirúrgicos; ahora son mucho más bruscos”.
A largo plazo, la clave para defender a los estadounidenses y los intereses de Estados Unidos de los ataques de los jihadistas es insertar espías en sus organizaciones o persuadir a quienes ya están dentro de las mismas a que hablen. La vigilancia aérea y la intercepción de comunicaciones son útiles, pero la información sólida de fuentes humanas es vital, ya sea si se tiene como objetivo a líderes terroristas específicos o se intenta interrumpir las operaciones de otras maneras.
Los estadounidenses han pasado muchos años construyendo relaciones de enlace con figuras clave en los aparatos de inteligencia y militar de países a lo largo de Medio Oriente, que pueden dar información detallada. Sin embargo, ahora, de acuerdo con lo que señala Christopher Boucek, de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, “los libios, tunecinos, egipcios y yemeníes, se fueron o están en vías de irse”.
“Una ironía especialmente cruel es que esas relaciones estaban tan enfocadas en atrapar a un puñado de terroristas que se perdieron la ola gigante de revueltas populares que se aproximaba”, comentó un exagente de la CIA en Medio Oriente. “Se supone que la inteligencia debe estar pronta para cosas como esas”, agregó.
Ese concepto es enfatizado por Edward Walker, quien fue subsecretario de Estado para Asuntos del Cercano Oriente y ahora se desempeña como profesor en la Universidad Hamilton, en el Estado de Nueva York. “Nos hicimos demasiado dependientes de esas redes”, indicó. “Cuando se depende totalmente de las organizaciones de inteligencia locales, se tiende a protegerlas”. En ese proceso, Estados Unidos queda a ciegas ante lo que el régimen no ve.
INSUFICIENTE. Una rápida recorrida por el horizonte de contraterrorismo sugiere el grado de falta de preparación de la CIA, del Departamento de Defensa y de otras entidades del gobierno de Estados Unidos para el mundo posterior a la primavera árabe, y lo difícil que les resultará rehabilitar sus viejas técnicas para combatir al terrorismo. Durante casi 30 años, la inteligencia de Estados Unidos dependió de Egipto bajo Hosni Mubarak como aliado clave y la figura eje de esa relación fue el general Omar Suleiman, director de los Servicios Generales de Inteligencia, comúnmente llamados Mukhabarat. “Él es filosóficamente occidental y un hombre culto. Fue una figura clave”, indicó un veterano agente de la inteligencia estadounidense.
La asociación se convirtió en prioridad absoluta en la década de los `90 cuando Egipto enfrentó una amenaza terrorista seria encabezada por Ayman Al Zawahiri -el hombre que eventualmente unió fuerzas con Osama bin Laden para crear lo que pasó a llamarse Al Qaeda-. En los años del gobierno de Bill Clinton, la CIA usó su alcance global para perseguir a miembros de esa organización, los envió a Egipto para ser interrogados, lo que con frecuencia dio paso a la tortura y en algunos casos a la ejecución. La CIA y la Mukhabarat obtuvieron información importante sobre el funcionamiento interno de Al Qaeda, de jihadistas egipcios que fueron capturados en Albania y otros lugares. Sin embargo, Estados Unidos comprometió su estatura moral al aceptar “con un guiño y una inclinación de cabeza” las seguridades egipcias de que no emplearía la tortura, señaló Walker, quien fue el embajador de Estados Unidos en Egipto en aquel tiempo. De cualquier manera, la información de inteligencia reunida no fue suficiente para frenar los ataques de Al Qaeda, en 2001, contra Nueva York y Washington.
El programa de “redición”, continuó en estrecha cooperación con Suleiman después del 11-S, pero el gobierno del expresidente republicano George W. Bush, evidentemente apremió para obtener el tipo de información de inteligencia que quería, en lugar de la que necesitaba. Un líder de un comando de Al Qaeda detenido, Ibn Al Shaykh Al Libi, fue torturado por los egipcios hasta que confesó la existencia de vínculos operativos entre su organización y el dictador iraquí Sadam Husein, aunque en los hechos esos vínculos no existieron. “Me estaban matando”, le dijo Al Libi al FBI, un tiempo después, según una cita. “Les tenía que decir algo”.
Cuando la revuelta popular contra Mubarak golpeó a Egipto, en enero, tomó desprevenidos a todos, no solo al propio dictador octogenario, sino también a la CIA y hasta a la Mukhabarat. No fue totalmente una falta de la CIA que no pudiera ver la tormenta que se acercaba: pese a toda la supuesta cooperación, los egipcios siempre buscaron impedir que los estadounidenses investigaran la disidencia popular dentro de Egipto. “Estaba trazada una línea bastante clara”, indicó un veterano agente de inteligencia estadounidense. Parte del precio de la cooperación contra los terroristas internacionales fue la ignorancia impuesta sobre el desasosiego interno.
EXTRAÑO. Cuando Mubarak cayó, también lo hizo su jefe de inteligencia de muchos años. A medida que las protestas crecieron en la Plaza Tahrir de El Cairo, el viejo gobernante actuó -con más que tácita aprobación de Estados Unidos- para designar a Omar Suleiman como vicepresidente y probable sucesor. Pero, la multitud en las calles se negó a aceptarlo. Desde ese momento, Suleiman quedó fuera del trabajo de inteligencia, así como de la política.
Nadie sabe quien reemplazará al depuesto jefe de la Mubarak como nexo de Egipto con Estados Unidos, y no se trata solo del título o de un cargo. “Todo enlace de inteligencia tiene como base las conexiones personales”, expresó Hoffman, de la Universidad de Georgetown. “Antes, se trabajaba con gente que estaba enfocada en la amenaza terrorista internacional y en su misión. Ahora, si es que están enfocados en algo, se limita a la amenaza interna y su misión es salvar su empleo. Muchos de ellos ven como un hecho tóxico tener algo que ver con Estados Unidos”, manifestó.
La distorsión es aun mayor en Libia. Los servicios de inteligencia británico y estadounidense forjaron estrechos vínculos, en la década de los `90, con el veterano espía de Trípoli, Moussa Koussa. La relación se hizo más estrecha después del 11 de septiembre de 2001 y jugó parte vital en la “rehabilitación” de Muamar Gadafi ante los ojos occidentales. El contraterrorismo genera afinidades extrañas: Gadafi estaba obsesionado con frenar a los jihadistas libios que durante décadas habían intentado asesinarlo y derrocar a su régimen. Estados Unidos estaba centrado en el mismo grupo, debido a que Libia era el hogar de muchos reclutas de las filas de Al Qaeda en Afganistán e Irak. Pero, más temprano este año, Gadafi, de pronto, liberó de la cárcel a cientos de duros combatientes de la guerra santa islamista, sosteniendo que habían sido rehabilitados. “No tenemos idea de dónde se encuentran”, señala Boucek, de la Fundación Carnegie, quien entrevistó a algunos de ellos en aquel momento. Sin embargo, cuando comenzó la revuelta popular contra Gadafi, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia tomaron la delantera en proveer apoyo aéreo a los rebeldes. Koussa rápidamente defeccionó a Londres, privando a Occidente de su canal de inteligencia libio número uno. Ahora, salen informaciones de Mali y Argelia que indican que cantidad de armas sofisticadas, incluyendo lanzaderas portátiles de misiles tierra-aire, son enviadas desde los arsenales libios saqueados para que lleguen a manos de grupos de la red Al Qaeda en el desierto profundo.
Trabajo de inteligencia se ve perjudicado
La situación es precaria para los servicios de inteligencia en Yemen. La primavera árabe en ese país dificultó su trabajo, y esto es algo que preocupa a Washington.
En años recientes, Estados Unidos desplegó asesores allí que trabajaron para convertir a la Organización Central de Seguridad del país en una unidad contraterrorista de elite, comandada por un sobrino del presidente Ali Abdulah Saleh. Desde hace dos semanas, el dictador está en Arabia Saudita, convaleciente de las heridas que sufrió como consecuencia de una explosión en su complejo presidencial, el 3 de junio; tiene el 40% de su cuerpo quemado y un pulmón perforado, y hace pocos días que salió de terapia intensiva. En su país las calles se llenan de manifestantes que le piden no volver cuando se recupere; o, si regresa, se olvide de volver al sillón presidencial que ostenta desde el año 1990.
Parecería probable que Saleh permanezca en el exilio. Sus parientes todavía están en Yemen, pero a esta altura no hay manera de saber si concentrarán su poder de fuego en los que protestan contra el régimen, en tribus rivales o en todos los mencionados.
Pero una cosa parece segura en Yemen: probablemente quienes tomen el poder no gastarán mucha energía ni municiones contra los jihadistas que se denominan a sí mismos como Al Qaeda en la Península Arábiga.
Tampoco parece probable que el grupo terrorista busque una confrontación. El hecho es que la alocada inestabilidad que ha acompañado a la primavera árabe en todos los países de Oriente Medio y África del Norte, está hecha a la medida de las necesidades de los jihadistas.
“La red Al Qaeda prospera sobre la base de Estados débiles o en vías de fracasar, pero no de Estados fracasados”, manifestó Christopher Boucek, de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, consultado para este artículo.
“Dependen del funcionarios de determinadas cosas. El espacio mejor para ellos es un lugar donde el gobierno central es débil, pero no ha colapsado totalmente”, añadió.
Por el momento, solo pocas de las monarquías árabes ostentan un verdadero poder -se destacan Arabia Saudita, Kuwait, Qatar y Emiratos Árabes Unidos-. Éstas parecen estar seguras fuera de la categoría de Estados en vías de fracasar.
Por ello, Estados Unidos, una vez más, se acerca a Arabia Saudita como su aliado discreto e indispensable. En Yemen, especialmente, los saudíes tienen sus propios agentes en el terreno y muchos jefes tribales en su planilla. El objetivo principal del reino -estabilizar a Yemen mientras elimina a Al Qaeda- es casi igual al de Estados Unidos.
Pero, ¿Arabia Saudita realmente puede resistir el cambio sísmico de toda la región? Si el país estuviera a punto de entrar en erupción como Túnez, Egipto, Libia, Siria y Yemen lo han hecho, ¿lo sabrían los servicios de inteligencia locales? ¿Lo sabrían los estadounidenses? Los antecedentes distan de ser alentadores. NEWSWEEK