Por qué Jordania no se suma a los Acuerdos de Abraham

28/Dic/2022

Revista El Medio- por Clifford D. May

Revista El Medio- por Clifford D. May

“El rey de Jordania es un soberano moderado, moderno e inteligente. Pero sin el apoyo israelí, su futuro y el de su país serán inestables. Y para que haya paz entre israelíes y palestinos Jordania tendrá que unirse a los Estados árabes pragmáticos que abogan por un nuevo orden regional, basado en la estabilidad y la prosperidad”

Hace unos años estuve con un colega en Israel en casa de un antiguo miembro de la comunidad de inteligencia que mantenía sus conexiones internacionales. Antes de entrar en la cocina para preparar el café, nuestro anfitrión abrió una lujosa lata de dátiles que, según dijo, le había regalado la víspera en Amán el rey Abdalá II de Jordania.

Sobre la mesa, junto a los dátiles, había una novela de Daniel Silva, que había escrito unas líneas en la primera página (que me tomé la libertad de leer). La esposa del autor, Jamie Gangel, es una reportera de televisión a la que conozco, así que le envié un correo electrónico mencionándole el libro y los dátiles. «Hagas lo que hagas», me contestó, «no seas el primero en comerte uno».

Comí y sobreviví (ya lo habrán supuesto), pero el intercambio me sirvió para recordar que, aunque Jordania e Israel coexisten pacíficamente, justo bajo la superficie sigue habiendo tensiones.

Jonathan Schanzer, mi colega en la FDD, autor de cuatro libros y cientos de artículos sobre Oriente Próximo, ha elaborado un nuevo y revelador informe sobre las relaciones jordano-israelíes en esta coyuntura crítica: Neither Here Nor There: Jordan and the Abraham Accords («Ni aquí ni allí: Jordania y los Acuerdos de Abraham»).

Gran logro de la Administración Trump, los Acuerdos de Abraham (2020) formalizaron unas relaciones normales –incluso cordiales– entre Israel y dos de sus vecinos arabo-musulmanes: Emiratos y Baréin. Marruecos se unió tres meses después, seguido de Sudán. El año pasado, Kosovo, de mayoría musulmana, también estableció relaciones diplomáticas con Israel.

La que Jordania firmó con Israel en 1994 se consideró en su día una paz cálida, en comparación con la suscrita entre Israel y Egipto. Pero tras los Acuerdos de Abraham la paz jordana se ha enfriado.

Durante años, mandarines de la política exterior como John Kerry insistieron en que no podía haber una «paz separada entre Israel y el mundo árabe» hasta que no se resolviera el prolongado conflicto con los palestinos. Aunque los signatarios de los Acuerdos de Abraham simpatizan con los palestinos, comprenden que sus dirigentes no están dispuestos a negociar una solución de dos Estados o a iniciar siquiera un proceso de normalización.

Hamás, que gobierna Gaza, está abiertamente comprometida con la yihad y el genocidio. Hubo un tiempo en que Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Palestina (AP) que gobierna la Margen Occidental, era visto como un pacificador, pero eso resultó ser un cuento de hadas.

El rey Abdalá es lo suficientemente inteligente como para comprender la situación, pero se enfrenta a retos excepcionales. Considerado descendiente del profeta Mahoma, es hachemita, miembro de la dinastía que durante siglos gobernó las ciudades santas de La Meca y Medina.

Cuando los saudíes llegaron al poder en Arabia, decidieron que el país no era lo bastante grande para dos familias reales.

En 1921, con el respaldo del Imperio británico, Abdulá I, bisabuelo del actual monarca, fundó el Emirato de Transjordania sobre tres cuartas partes de la Palestina del Mandato al este del río Jordán. Esa entidad evolucionó hasta convertirse en el Reino Hachemita de Jordania.

Millones de ciudadanos jordanos descienden de familias que vivían en el este de Palestina cuando estaba gobernada por el Imperio británico o, antes, por el Imperio otomano. Otros se trasladaron a Jordania huyendo de las guerras desencadenadas por los vecinos árabes de Israel –Jordania entre ellos– en 1948 y 1967. En otras palabras, millones de jordanos se identifican como palestinos.

«Aunque los funcionarios jordanos no lo digan explícitamente», escribe el Sr. Schanzer, «la animadversión que alberga la población palestina de Jordania hacia Israel tiene una influencia significativa en la política exterior del reino».

Un capítulo de la historia que los líderes israelíes rara vez discuten públicamente: cuando la primera guerra árabe-israelí llegó a su fin, en 1949, las fuerzas jordanas habían conquistado las tierras bíblicas de Judea y Samaria (rápidamente rebautizadas como «la Margen Occidental»), de las que expulsaron a la población judía. Incluso los judíos que vivían en el barrio judío de la Ciudad Vieja de Jerusalén fueron expulsados, y sus casas y sinagogas destruidas.

Al tomar el este de Jerusalén en la guerra defensiva de 1967, el entonces ministro israelí de Defensa, Moshé Dayán, decidió conceder a un waqf (entidad religiosa controlada por el Gobierno) jordano la autoridad sobre los dos importantes lugares musulmanes –la mezquita de Al Aqsa y la Cúpula de la Roca– que se alzan sobre el Monte del Templo, el lugar más sagrado para los judíos. Este hondo gesto de conciliación nunca ha sido del todo apreciado, y mucho menos correspondido.

Los jordanos tampoco expresan gratitud por los bienes esenciales que Israel les proporciona actualmente, como agua (Israel es líder mundial en desalinización) y energía (el 40% de la electricidad de Jordania procede del gas israelí). Israel también coopera estrechamente con Jordania en «una amplia gama de cuestiones relacionadas con la seguridad».

El Sr. Schanzer señala que, en una conversación con el ex asesor de seguridad nacional de Estados Unidos H.R. McMaster celebrada el pasado mes de mayo, el rey Abdulá «expresó su preocupación por que las fuerzas iraníes en Siria pudieran desestabilizar pronto su país. (…) Jordania también se enfrenta a la amenaza de las milicias respaldadas por Irán en Irak, al norte. Otras amenazas se ciernen sobre el sur, con activos iraníes que, según se informa, operan en el Mar Rojo».

Aunque el enemigo de su enemigo debería ser amigo de Jordania, Schanzer augura que las relaciones del reino con Israel se deteriorarán aún más y apunta a la “descarada aversión” de Abdalá por Benjamín Netanyahu, que está conformando un nuevo Gobierno en Jerusalén. Por su parte, el Sr. Netanyahu sin duda está leyendo con aprensión «las informaciones de que el líder de Hamás, Jaled Meshal, viene pasando más tiempo en Jordania con la aprobación del reino hachemita».

El rey de Jordania es un soberano moderado, moderno e inteligente. Pero sin el apoyo israelí, su futuro y el de su país serán inestables. Y para que haya paz entre israelíes y palestinos Jordania tendrá que unirse a los Estados árabes pragmáticos que abogan por un nuevo orden regional, basado en la estabilidad y la prosperidad.

No será fácil para el rey Abdalá explicar todo esto a sus súbditos, penetrando en la niebla del irredentismo y la intransigencia palestinos. Pero ése es su trabajo.