Existe un relato breve de Kafka que se titula «Los árboles». En él, el autor dice que somos semejantes a unos árboles en la nieve, que parecen flotar, como si no tuvieran raíces.
Es pura apariencia, escribe Kafka, porque todo el mundo sabe que los árboles tienen raíces bien enterradas. Y dice a continuación: pero eso también es pura apariencia.
Hace 60 años, en una noche de invierno en el kibutz Hulda, un adolescente de 15 años leyó este fragmento de Kafka, y se sintió transformado: los árboles, las colinas, los aullidos de los chacales en la noche invernal, todo había dejado de ser sencillo.
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