Orgullo de una nación

06/Ago/2012

El País, Que Pasa (de The Economist)

Orgullo de una nación

4-8-2012 El judaismo vive una suerte de revival.
THE ECONOMIST
El judaísmo está floreciendo, tanto en Israel, donde viven 43% de los judíos, como en la diáspora. Los judíos como nación también están floreciendo. Los israelíes, para todos sus problemas, ocupan el puesto 14 entre los países más felices del mundo: son más felices que los británicos o los franceses, de acuerdo a un reciente informe sobre la felicidad global encargado por la ONU. En la diáspora, la vida de los judíos nunca ha sido tan libre, tan próspera, tan poco amenazada.
En Estados Unidos, un judío practicante, el senador Joseph Lieberman, fue candidato a la vicepresidencia. Casi lo logra. Su fe judía no fue una contrariedad, dice; es más le llegó a muchos votantes cristianos que se toman su religión muy seriamente. Lieberman y su esposa, Hadassah, soñaban con una enorme suka (una choza rústica cubierta con ramas en la que los judíos comen y se entretienen durante el festival de la cosecha, el Sukot) en los terrenos de la casa vicepresidencial. “Sentíamos que podíamos ser nosotros mismos”.
“Lo judío está de onda en Estados Unidos”, dice el escritor J.J. Goldberg. “Las celebridades solían ocultar su identidad judía. Ahora hablan de infundirle esa identidad a sus hijos. Por ejemplo, Gwyneth Paltrow. Su padre desciende de rabinos; su madre es protestante. Escribe en su blog de comidas sobre sus recetas kosher favoritas para el seder (la cena familiar de plegarias para celebrar la Pascua). Los seders son populares entre los gentiles. El barmitzva se puso de moda. Los muchachos lo ven en la televisión, ven que sus amigos lo celebran y también lo quieren para ellos”.
En las comunidades más pequeñas de la diáspora, los judíos también están prosperando, aunque no hay ningún lugar con el mismo sentido de pertenencia completa y sin fisuras como en Estados Unidos. En Rusia y Ucrania, donde el judaísmo y el sionismo eran reprimidos en tiempos del comunismo, los judíos crecen en los negocios. La filantropía judía está reconstruyendo vida de la comunidad.
Israel y la diáspora tienen, por encima de todo, un alineamiento fuerte y leal. Los judíos de la diáspora, generalizando, aman y celebran a Israel. Lo apoyan contra sus enemigos, reales o percibidos, respaldan su gobierno y resienten de sus críticos.
Nada de eso podía predecirse hace unas décadas. Hitler hizo desaparecer a un tercio del pueblo judío. Mil años de civilización judía en Europa central y del este, fueron borrados. Afortunadamente para los sobrevivientes, la “solución final” fue precedida por una avalancha de pogromos a través del por entonces imperio zarista que comenzaron 60 años antes, generando olas migratorias hacia el oeste. Cuando Hitler golpeó, unos seis millones de judíos estaban a salvo en América y Gran Bretaña y otros tres millones vivían en la Unión Soviética.
La enseñanza tradicional y la observancia religiosa había estado a la defensiva en Europa central y del este por 150 años desde que la emancipación política abrió la puerta de los guetos y fue sacudida la tradición en los shtels (pequeñas comunidades). La vieja vida fue aniquilada, junto con parte de la cultura moderna y liberal judía. Las comunidades sefaradíes del norte de Africa y el Levante, una minoría, ganaron relevancia numérica. Junto a pocos sobrevivientes de la Europa ocupada por los nazis se volvieron el centro del nuevo estado de Israel.
Sus padres fundadores, básicamente socialistas-sionistas, pensaron que los vestigios de la vieja religión desaparecerían. David Ben-Gurion, el primer primer ministro, sostenía que dos mil años de diáspora eran una desviación del verdadero cumplimiento del ethos judío. El Talmud (el ancestral cuerpo de leyes y tradiciones) era demasiado casuístico, y el nuevo estado debía remontarse a la Biblia. Pero aceptó eximir del servicio militar a unos cientos de estudiantes del Talmud, confiado en que se trataba de una especie en extinción.
Antes del Holocausto, el sionismo debía mendigar el respaldo de los judíos. Ahora había sido vindicado, al menos así lo ven ellos. Pero algunos judíos, especialmente en Estados Unidos, no estaban muy convencidos. Israel les parecía precario. En Estados Unidos, se creía en la asimilación. Formas atenuadas de práctica religiosa originadas en la Alemania del siglo XIX fueron adoptadas por hijos y nietos de la generación de inmigrantes.
La displicencia de los judíos estadounidenses hacia la nación judía se dio vuelta tras la Guerra de los Seis Días en 1967. La experiencia colectiva de miedo y luego alivio y júbilo, produjo un flujo de solidaridad hacia el golpeado Estado judío. Mezclado con esas emociones estaba la sensación de incomodidad, incluso culpa, sobre la ineficacia del lobby judeo-estadounidense durante el Holocausto para conseguir que el presidente Roosevelt rescatase a los judíos.
Los sociólogos dicen que Israel -y la recaudación de fondos y el cabildeo en su nombre- se volvió la “religión secular” de los judíos estadounidenses. Una campaña civil para la emigración libre de los judíos soviéticos también atrajo un amplio apoyo, especialmente entre jóvenes.
Al llegar el siglo XXI, además, el posmodernismo estaba dirigía un gesto despectivo tanto a un Israel laico como a la asimilación de la diáspora. “El posmodernismo ha sido amable hacia todas las religiones”, dice Moshe Halbertal, un filósofo que vive en Jerusalén. “La razón fue derrocada: ya no hay un gran relato”. Etnicidades e identidades fracturadas alientan a la gente a disfrutar y exhibir sus diversidades en lugar de ocultarlas.
Muchos de la diáspora, aun hoy son desviados del judaísmo, o eligen salirse. Pero muchos otros conscientemente están decidiendo quedarse, escogiendo una de las tantísimas maneras de expresar su compromiso. Exactamente qué define lo judío es motivo de debate.
Mucha de la ortodoxia judía está resurgiendo. Casamientos tempranos y una aumento de la tasa de nacimientos produjo una explosión demográfica entre los ultra-ortodoxos haredim (los que le temen a Dios). Eso los hizo crecer, compensando la sangría en el judaísmo activo debida a la asimilación. El número de judíos en el mundo es un poco más alto que hace 40 años. Estimaciones conservadoras dicen que uno de cada 10 judíos es haredi. Los “ortodoxos modernos” son otro 10%.
A muchos israelíes les gusta verse “tradicionalistas”. Pero incluso los seculares más acérrimos viven vidas judías -e incluso religiosas-, de muchas maneras subliminales; e Israel cada vez irradia más su judaísmo nacional, cultural y religioso en las comunidades de la diáspora.
Siguiendo el colapso del proceso de paz con los palestinos en 2002 y la violenta intifada que le siguió, las actitudes políticas de Israel claramente se han endurecido. En teoría, todos los partidos israelíes importantes están comprometidos con una “solución de dos estados”; en la práctica, el creciente movimiento de colonos modernos ortodoxos en Cisjordania es la punta de lanza de un política oficial de ocupación sin fin. Para sostener y justificar esa política, está desarrollándose un estridente y nacionalista Zeitgeist. En ausencia de un avance hacia la paz, eso parece inevitable. Quizás es inevitable, también, que esté ganado el alma de la diáspora judía.
Sin duda, la mayoría de los miembros de una sinagoga no-ortodoxa en los suburbios de Connecticut, como la mayoría de los israelíes y los judíos de la diáspora, le dirían a los encuestadores que apoyan la paz y los dos estados. La atmósfera allí en un soleado domingo no podría ser más civilizada. Judíos, cristianos y musulmanes comparten hot dogs antes de salir a limpiar un parque. El rabino dice unas palabras de apropiada inspiración ecuménica. En la biblioteca, los empleados ponen alfombras para que recen los musulmanes.
En el patio de esa mezquita temporal, dos escolares musulmanes leen la declaración de Independencia de Israel: “Extendemos nuestra mano de paz y unidad a todos los estados vecinos y sus pueblos”. Está colgado al lado de un mapa de la región. “No está Gaza”, nota uno. “Tampoco Cisjordania”, agrega su hermano. Un encargado de la sinagoga explicaría luego que el mapa era “bíblico, no político”.
El sentimiento político prevalente en el judaísmo hoy es de agresiva defensa, una curiosa amalgama de victimización e intolerancia. El disenso acerca de Israel es desalentado y a menudo amordazado. Entre los judíos británicos, unos 300 mil, “hay una atmósfera maccarthysta”, dice Jonathan Freedland, un columnista político. “La gente teme decir lo que siente”. En Estados Unidos “una discusión honesta sobre Israel es acallada”, dice Arnold Eisen, historiador del Jewish Theological Seminary, una escuela rabínica de Nueva York. “Algunos rabinos dirán lo que piensan…pero la gente no quiere pelear y hay una aversión a discutir sobre Israel. La derecha dice que se ayuda al enemigo si se dice algo crítico acerca de cualquier política israelí”.
La renovada fe religiosa está profundamente enraizada a esto. Nacionalismo, xenofobia y judaísmo se confunden y se unen. Los judíos se sienten desfasados con la mayoría de la opinión mundial que acentúa una sensación generalizada de aprehensión. Las amenazas y pretensiones nucleares de Irán les dan foco a esos sentimientos. Los líderes de la diáspora insisten en que Israel es malinterpretado y atribuyen las críticas al antisemitismo, que también está creciendo.
Arthur Green, profesor en una escuela rabínica en Boston, acusa a la política israelí y el apoyo ciego de los judíos estadounidenses por el “hecho de que muchos judíos pensantes están huyendo. Y entonces decimos, bueno no eran judíos comprometidos, así que a quién le importa”.
La acusación de que la intransigencia de Israel aleja a los jóvenes de la diáspora del judaísmo y de su propia esencia judía ha sido mordazmente promovida por Peter Beinart, un periodista de Washington. Causó una gran controversia entre los judíos estadounidenses. Pero muchos otros expertos rechazan el vínculo. Los judíos, especialmente los más jóvenes, se han alejado en grandes cantidades durante años, señala Eisen. A medida que su lazo con el judaísmo se debilita lo mismo pasa con su compromiso hacia Israel. (Trad.: F.R.C.)
81% de los judíos viven en Estados Unidos e Israel. En Argentina viven 182 mil.
JUDÍOS EN URUGUAY SEGÚN AROCENA
Comunidad integrada
Existen 20 mil uruguayos judíos que representan el 0,8% de la población. Algunas décadas atrás, esta colectividad era considerablemente mayor pero muchos emigraron a Israel para alejarse del largo estancamiento económico en Uruguay y no llegaron nuevos inmigrantes judíos. Durante los últimos 30 años, aproximadamente 10 mil judíos abandonaron Uruguay, la mayoría con destino a Israel. Los primeros inmigrantes judíos llegaron a Uruguay a finales del siglo XIX desde Europa oriental: askenazíes provenientes de Polonia, Rumania, Rusia, Hungría y Lituania. La segunda oleada llegó desde la zona del Mediterráneo y norte de África y eran judíos sefardíes. Existió también una tercera oleada de aproximadamente 10 mil judíos escapados de la Alemania nazi, que llegó a Uruguay entre 1933 y 1941. Los primeros inmigrantes judíos se dedicaron sobre todo al negocio de ventas en pequeñas tiendas sastrerías, talleres de artesanías en piedras preciosas u oro, y mercería. Muchas de estas personas introdujeron innovaciones en la forma de hacer negocios en el país, como por ejemplo la compra en cuotas a plazos. Los judíos también fueron los primeros en crear un sistema de registro de deudores. (…) Muchas de las primeras generaciones que arribaron a Uruguay traían consigo poco o ningún capital pero el trabajo duro y persistente, acompañado de una continua inversión en la educación de sus hijos, los posicionó en una situación económica favorable. La mayor parte de los judíos ha logrado la más destacada movilidad dentro de la sociedad, y hoy casi todos han pasado de vivir en barrios humildes (característicos de los inmigrantes recién llegados) a las zonas de la capital con nivel adquisitivo alto. Cuentan con los indicadores sociales más elevados (muy por encima de la media) en cuanto a más años de educación, mejor rendimiento económico y mayor bienestar. Poseen además una muy amplia red de instituciones deportivas y sus propios centros de enseñanza; incluso existe una página web (Cupido Jai) para ayudar a su comunidad a encontrar un novio o una novia judía. Se han integrado plenamente en la sociedad uruguaya y participan en todas sus dimensiones, incluyendo la política (…). A pesar de esta buena inserción, la mayoría de los miembros entrevistados de esta comunidad hizo referencia a que en algún momento de sus vidas sufrieron discriminación.
(Fragmento de La mayoría de las personas son otras personas de Felipe Arocena (Estuario Editorial, 2012). El autor es sociólogo con libros publicados desde 1991 en general dedicados a la sociología de la cultura.