Olimpíadas de Múnich 1972 Memorias en tiempo real

05/Sep/2022

Contratapa- por Ing. Roberto Cyjon

Contratapa- por Ing. Roberto Cyjon

Hoy 5 de setiembre se cumplen 50 años del ataque terrorista que el Movimiento Setiembre Negro realizó contra un grupo de atletas israelíes en la Villa Olímpica de Munich, donde se estaban desarrollando los Juegos Olímpicos y en el que 11 deportistas fueron asesinados. En este artículo, los recuerdos del Ing. Roberto Cyjon, ex Presidente del Comité Central Israelita del Uruguay, de esa trágica noche (publicado el 22 de julio de 2021). En la imagen: cuadro La Memoria/René Magritte

CRÓNICAS DE GUERRA / ESPERANZAS DE PAZ. Transcurrían los años setenta. Había quedado atrás la Hungría del 56, fermentaba la Checoslovaquia del 68 con la Primavera de Praga, y los horrores de Vietnam todavía estaban impregnados de napalm.

La rojiza cabellera de Cohn Bendit aún parecía flamear en París. Latinoamérica ingresaba en un corredor oscuro, en el cual ya había niños “adoptados” por familias de militares. África, desde tiempo atrás nos tenía acostumbrados a las barrigas hinchadas y, Beatles mediante, soñábamos con un mundo mejor en el cual yesterday hacía sentir nuestros problemas muy lejanos y la alternativa era let it be.

Fue en abril de 1972 cuando tomé la determinación de subirme a un avión y vía Roma descender en Tel Aviv.

Olimpíadas

Siempre me costó entender el hecho de fomentar los éxitos deportivos como políticas de Estado. Naturalmente, que el viejo pan y circo romano tuvo vigencia y manipulación política a lo largo de los siglos. Es indudable el fervor espontáneo que estalla en las masas tras una victoria en un estadio de fútbol, rugby o béisbol, pero es, precisamente, espontáneo. La participación en múltiples competencias de una olimpíada debería revestir admiración, no pasión desmedida. Todos quieren ganar y se preparan para ello, pero no admito sin cuestionarlo, que una medalla de oro equivalga a un honor heroico de gesta militar. Allá cada país con su convicción al respecto.

La algarabía era sincera. Israel había preparado más de una docena de atletas olímpicos. La Ley del Retorno otorga automáticamente a cada judío que emigra a Israel su ciudadanía plenipotenciaria. La integración a la sociedad por parte de cada nuevo inmigrante significa un proceso de adaptación personal, que trasciende el derecho jurídico. La miscelánea cultural israelí navega en múltiples afluentes de costumbres totalmente definidas, que trae cada nuevo ciudadano, y un perfil etéreo resultante. Había una especie de atracción a un imán colectivo, que fue tomando cuerpo con el correr de los años y la maduración del Estado. El devenir de las generaciones autóctonas de israelíes ha ido consolidando un modelo de ciudadano, que se fue despojando del ropaje histórico de sus progenitores y vistiéndose con el suyo propio.

El milagro del idioma hebreo acelera y cataliza la inserción del inmigrante en la sociedad israelí. No obstante ello, los deportistas de origen ruso, africano o latino, mantenían personalidades propias dentro del espíritu colectivo del grupo de atletas.

Todos eran israelíes y eran de todos. Un país pequeño, joven, y ya podía participar en una competencia olímpica en el concierto desparejo de naciones. Los poderíos eran desequilibrantes. La ilusión de los cultivadores de la halterofilia, por ejemplo, los ubicaba de antemano en los áureos podios del Olimpo. Era “obvio” que obtendrían medallas de oro. Los más condescendientes con el escepticismo de algún comentarista racional, aceptaban con cierta resignación las opciones de plata o bronce. En definitiva, cualquier premio metálico sería digno. Donde no había discusión era en los 100 metros llanos de damas. Esther Shajamórov Roth, seguramente, era inalcanzable. Joven decidida y disciplinada, Esther también era buena a la hora de los reportajes. Toda una estrella. El entorno y los preparativos eran, por tanto, halagadores. Aun los viejos judíos, ignorantes por completo de estas lides, bendecían a los muchachos deseándoles éxitos y triunfos.

La sospecha era el escenario. Múnich tenía una pesada carga histórica. Ignorada por muchos, aún latente para tantos otros. Alemania y Múnich no configuraban el marco idóneo para la felicidad completa. Revivían sentimientos de dolor y exigían un esfuerzo adicional de convencimiento, incluso acerca de la propia opción de participar. No hay temas tabúes en la prensa israelí, y así como este tampoco lo fue, primó la sensatez de integrarse a la competencia despojados de prejuicios y con la frente en alto. Se debía erguir el estandarte patrio y demostrarle al mundo que aquel Múnich no logró su objetivo, que lo impensable era hoy una realidad: vigorosos atletas israelíes le demostrarían a Apolo, Mercurio, Neptuno, Hércules y al propio Zeus que, conservando sus preceptos bíblicos, harían una justa puja por vencer.

Fueron despedidos con vítores. Banderas inquietas se agitaban al ritmo típico de cánticos judíos, las sonrisas desbordaban las pantallas de televisión. Uno a uno subió al avión de El Al, enviando saludos y besos al viento. Iban a Múnich en una misión colectiva y una esperanza individual. Eran nuestros muchachos, nos íbamos convirtiendo paulatinamente en un pueblo normal. Había un nuevo espacio en el mundo judío: el deporte, relegado históricamente por el aporte a las ciencias, la filosofía y el arte. ¡Qué maravilla!

El desfile inaugural fue muy emocionante. Deportistas, entrenadores, personal técnico y directivos desfilaron en un monoblock israelí, con la bandera, los sombreros, un atuendo uniforme y una gran satisfacción. Un pueblo más entre los pueblos, un país tan largamente soñado, una verdadera fantasía conquistada palmo a palmo venciendo infinidad de obstáculos, mil batallas, el desierto hecho jardín y ahora las Olimpíadas.

El recuerdo se retuerce al ser nuevamente convocado. Se resiste a renacer. ¿Quién pudo haber imaginado esa noche lo que iría a acontecer pocas horas después en la Villa Olímpica?

Las primeras noticias fueron confusas: comandos palestinos habían irrumpido en el pabellón israelí y tomado de rehenes a los deportistas. En los primeros momentos de alboroto y captura, hubo quien logró escapar en pijama y ropas de noche dando la voz de alerta. Los vecinos latinoamericanos no comprendían el escándalo, gritos, disparos. Todo estaba fuera de contexto. ¿Qué estaba sucediendo en lo que debió ser una serena noche olímpica? Nada más lejano a la serenidad. La mano negra del terror islámico hacía su participación en el juego olímpico. Supuestamente justificados por Alá, destronaron a Zeus y violaron el Olimpo. Nosotros, los judíos, ya hemos aprendido de violación de santuarios, nuestra experiencia nos colmaba de conocimiento de intolerancias.

Para los mal llamados guerrilleros, según los medios de comunicación, todo era válido. Se golpeaba por sorpresa y en cualquier ocasión. Eligieron Alemania para reivindicar nuevamente la Solución Final.

Israel entero incorporó la radio a lo más profundo de su organismo; las noticias penetraban los sentidos y el alma. Durante todo el día la población estuvo en vilo. La felicidad había perecido de muerte súbita y ya no importaba nada. ¡Al diablo con las medallas…liberen a nuestros muchachos…mal habido el momento en que fuimos a las Olimpíadas…Múnich, Múnich, Múnich, ¡qué maldición!

El fastidio generalizado estaba multiplicado por la ilusión previa, el efecto derrumbe fue más patético. El pueblo era uno solo en la desesperación y la impotencia. Las noticias se espaciaban ocasionalmente, durante interminables horas, y se agilizaban esporádicamente ante la primera novedad surgida. El general Jaim Bar Lev, viejo lobo de mar, viajaba a Múnich para participar desde el lugar de los hechos. Viajaba solo, viajaba acompañado, con comandos especializados. Alemania se bastaba sola para solucionar el tema, llamados internacionales de líderes políticos, desmentidos, declaraciones, contradicciones, Europa, Estados Unidos, Rusia…sabíamos todo sin saber nada.

Opinábamos, éramos estrategas, teníamos soluciones, nuestra gente ya los liberará, el Mossad les dará su merecido, Alemania no permitirá de ninguna manera que esto vuelva a suceder, ellos también saben cómo vencer a los árabes, tiene intereses económicos con ellos, qué les importa, siguen siendo los mismos nazis, son responsables por esta tragedia, ¡de ninguna manera!, van a salvarlos para salvar su propio honor nacional, las nuevas generaciones sienten vergüenza ajena por sus padres, creo en Bar Lev, por algo fue solo, con él basta para liquidar esta pesadilla…

El día fue una usina inacabable de comentarios. Las opiniones mezcladas entre deseos y angustias superaban lo racional, todo era emoción, furia, lamento y esperanza. Finalmente comunicaron que los iban a liberar. El reloj indicaba la una de la madrugada israelí. La radio y la televisión coincidían, los habían trasladado al aeropuerto internacional para dar por finalizada la odisea, mediante dios sabe qué negociación. La noche se hizo día. La gente aullaba de alegría, salieron a las calles, hubo fuegos artificiales, caravanas de autos, bocinas, gritos por las ventanas. La pesadilla había llegado a su fin. Habían logrado que liberen, hora más hora menos, a nuestros abnegados deportistas. Una vida para el Talmud vale toda la humanidad, el pueblo judío no se mide por medallas. ¡Qué alivio!

Pasada la inercia de la euforia, lentamente, millones de ciudadanos de todas las edades, clases sociales económicas y culturales volvían a sus camas. El día agotador reclamaba el bien merecido descanso y había que dormir, aunque sea unas pocas horas.

A la mañana siguiente tenía que viajar a Tel Aviv y el medio más económico era el tren. Pese a haber sido colonia británica, el Mandato no pudo lucir su potencial ferroviario en la rebelde Judea. La razón era muy simple: el territorio no se lo permitía. La franja costera entre Haifa y Tel Aviv tenía sus rieles paralelos al mar, los que triangulaban con la mediterránea Jerusalem. Esa era toda la red férrea y para mí tenía su encanto. Como uruguayo, hay determinadas envidias culturizadas de la cuales no era excepción, una de ellas era la nieve con toda su fantasía lúdica, y la otra era recorrer el mundo en tren.

La explanada de la estación era muy amplia. Estaba desierta. Era temprano a la mañana. El día era gris, pese al clima permanentemente estival que caracteriza a Israel. Las baldosas amarillentas y opacas, desgastadas por infinitas pisadas, contribuían con su espíritu descolorido presagiando lo peor.

Cuando bajé del ómnibus, cuyo destino era la terminal de trenes, ya me sentí invadido por el silencio. No había reparado previamente en el silencio del propio ómnibus, porque tampoco había prestado atención a sus pasajeros. Ensimismado en mis pensamientos ni me di cuenta que había arribado. Fue así que llegué a la estación, por lo general bullente de vendedores ambulantes, madres con niños, oficinistas y estudiantes en desgreñados atuendos de premeditada moda informal, donde ninguna mochila cuelga por azar y todo buzo posee mangas más largas que un talle normal, expresamente estiradas al igual que los vaqueros de jean lavados a la piedra para parecer rebeldes y desganados como sus despeinados dueños. Nada de eso se presentaba a mi mirada. El silencio sepulcral me devolvió la aletargada lucidez. Un par de racimos pequeños de gente bordeaban las hojas de un diario abierto que emergía sobre sus cabezas.

Los habían matado.

No importan los detalles, no hacen a la crónica. Asocio el episodio a lo más prehistórico de mi sufrimiento judío. Qué más da que hayan sido árabes, nazis o romanos. Cuál es la diferencia entre la forma que lo disfrutó el comando general del grupo terrorista y los eructos de vodka y arenque que hayan expulsados los cosacos después de un pogrom, o el relato lujurioso de Tito a su retorno a Roma, rodeado de mujeres semidesnudas sirviéndole uvas en la boca, mientras sus generales relataban las hazañas asesinas en medio de bárbaras risotadas.

Los habían matado y con ellos a la fantasía de la emancipación. No éramos aún una nación más entre las naciones. Los árabes no eran solamente expertos declamadores en los ámbitos universales de las Naciones Unidas.

Las Olimpíadas no se suspendieron, por lo visto, no había mérito suficiente. Una docena de judíos asesinados en la alemana Múnich no presentaba causal justificadora. No lo podía entender, no lo podía aceptar.

Hoy lo entiendo, cuando me entero, ya sin asombro, que Suiza se volvió próspera, culta, fina, distinguida y sobre todo muy limpia, con el oro de los dientes de mis hermanos asesinados en la alemana Múnich. Los procesos humanos son lentos, no estábamos emancipados, no se suspendieron las Olimpíadas, tampoco se devolvería nunca el oro y no sé cómo lo festejan los banqueros suizos. Qué más da.

ESPERANZAS DE PAZ

Meditemos

La humanidad es una nutriente permanente de legados macabros en el “debe” de su historia. Las matanzas, al igual que las armas que las provocan, no son buenas o malas. Son absolutamente condenables. Todos los verdugos son abominables.

Esta crónica de guerra no aspira a configurar una narración periodística, posee simplemente el amparo de la contemporaneidad, de la presencia en el tiempo y lugar de los hechos. El objetivo consiste en lograr una narrativa que aporte una idea cabal de la crueldad del terrorismo. Terrorismo que paradojalmente se acompaña de argumentaciones propagandísticas falaces, que, a fuerza de recurrencia y argucias, influyen equivocadamente en ingenuos o lejanos espectadores. El siglo XX finaliza contaminado de terror ciudadano, como expresión bélica de causas nobles. Solamente la silenciosa movilización popular masiva de gente en la calle puede demostrarles a los líderes de estos actos, que el camino, por impactante que parezca, es repudiable y estéril.

El pueblo judío surge como tal ante una idea muy particular que lo diferencia de los pueblos de época: el monoteísmo. Resulta incomprensible que se crea en algo sublime, etéreo y absoluto que niega sistemáticamente todo tipo de culto a imágenes, objetos o símbolos. Esa elevación al campo espiritual, forzosamente, distancia a aquel que adora lo visible, lo palpable. Los templos fueron destruidos y sobrevino el destierro, única alternativa a la obstinada fe judía. Ese es el comienzo de la historia reiterada de persecuciones que atraviesa el periplo dramático de eternos sufrimientos a través de los siglos, hasta llegar al proyecto nazi de la Solución Final.

La creación del Estado de Israel revierte el círculo vicioso de la destrucción organizada, y pretende configurar un nuevo círculo virtuoso de vida y esperanza. La historia, no obstante, nos volvió a jugar una nueva mala pasada. Menos de tres décadas de creadores, frente a casi seis mil años de oprimidos, a partir de la guerra de los Seis días en 1967, contaminaron parte de nuestros valores milenarios. El imperio de las circunstancias nos condujo a la conquista y con ella el desborde y la desorientación. En esta humanidad de inmediatez, los efectos no se hicieron esperar y, lamentablemente, las pasiones en ciertos casos lograron traicionar a la razón.

Veinte años después, manos judías asesinan a Rabin, manos judías asesinan a musulmanes rezando en una mezquita y mentes judías se alzan por el inconcebible sendero de la justificación. Ese camino es improcedente e inconducente. Debo reconocer, penosamente, que últimamente surgen voces perversas amparadas en argumentos divinos, para confundir a los débiles de espíritu con discursos de barricada. Por primera vez escuchamos dentro del pueblo judío expresiones como “terrorismo liberal”. Y me asusto que un judío pueda catalogar así a otro judío, cuando el liberalismo está acuñado en nuestros valores morales. Valores que ruines fanáticos predican vanidosamente como su patrimonio exclusivo, atribuyéndose una única alternativa de definición judía.

Ambos pueblos debemos abocarnos a una madura reflexión. Los palestinos deben forzosamente cambiar de filosofía y actitud. Deberían salir a las calles y expresar genuinamente deseos de paz. Es inadmisible que sus únicos movimientos visibles sean quemar banderas y disparar tiros de ametralladoras al aire. Permítannos compartir espacios culturales, deportivos. Realicen manifestaciones multitudinarias por la convivencia y la no violencia. Intenten, si pueden, quitarse el velo espiritual del odio acérrimo; se trata de un ejercicio de credibilidad imprescindible para todos los judíos y una herramienta insustituible para cualquier proceso de paz.

Los judíos israelíes y de la diáspora debemos mantener en alto nuestras diferencias y vivencias tradicionales, únicamente desde la óptica de la tolerancia. Busquemos simetrías en las aspiraciones de ambos pueblos. No negar nuestro legítimo derecho a ser uno más entre los pueblos, con nuestro territorio resuelto y todas las expresiones de desarrollo integral garantizadas, y jamás olvidar la necesidad de nuestros vecinos palestinos de vivir en libertad y desarrollo íntegro. No se trata de una receta, se trata de una intención, de un esfuerzo indeclinable como el que hemos mantenido a lo largo de nuestra trayectoria varias veces milenarias.

Mantengámonos fieles a nuestra valoración primordial del ser humano. Es la razón de ser de nuestro modelo de vida, usémosla como principal arma de disuasión. El juicio histórico nos será indudablemente favorable. Lo demuestra nuestra existencia hoy día y el propio Estado de Israel, soberano y democrático. El eje de nuestra fortaleza siempre debe sustentarse en los valores humanos. Todo el odio y el fanatismo fundamentalista cederá ante dicha barrera infranqueable.

Notas suplementarias; julio de 2021

1) Durante años, Israel y una Asociación de familiares de las víctimas de las Olimpíadas de Múnich solicitaron al Comité Olímpico Internacional una humilde y mínima pretensión en ocasión de nuevas Olimpíadas. “Este 2012 se cumplen cuarenta años del atentado contra el equipo olímpico de Israel durante los Juegos Olímpicos en Alemania. En la denominada ‘masacre de Múnich’ del 5 de septiembre de 1972 (…) Los deudos de las víctimas demandan un minuto de silencio durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres (27.07.2012) para conmemorar a los difuntos. Sin embargo, el Comité Olímpico Internacional (COI) se opone a sus planes. El director del COI, Jaques Rogge, justificó su actitud diciendo que los alegres festejos de la ceremonia no son el marco adecuado para ello”.

Finalmente, el 23 de julio de 2012: “El Comité Olímpico Internacional rindió homenaje a 11 integrantes del equipo israelí que fueron muertos por pistoleros palestinos en los Juegos Olímpicos de Múnich, hace 40 años (…) Es la primera vez que se conmemoran las muertes de esta manera. El presidente del COI, Jacques Rogge, quien descartó marcar el aniversario del ataque en la ceremonia de apertura, dijo que las víctimas llegaron a Múnich en el espíritu de paz y solidaridad y que merecían ser recordados.

2) A veintidós años de escribir “aquellas” esperanzas de paz, hoy parecerían ser ingenuas. Nos encontramos en un estado de situación aún más trágico y doloroso respecto a la convivencia de israelíes y palestinos. Nuestra perspectiva de anteponer la valoración de los derechos humanos de ambos pueblos, ante cualquier alternativa de violencia, se mantiene incólume y cada vez más firme, a pesar que valoraciones irracionales de cualquier ámbito se atribuyan el derecho a juzgar con ligereza en un sentido u otro, y puedan, además, considerarla una utopía. No hay otra alternativa ni tiempo que perder, lo exigen los padecimientos humanos derivados. El conflicto no tiene solución militar. Esta ha de ser política, lograda entre las partes y garantizada con apoyo mundial. Árabes, palestinos, judíos, israelíes y humanistas donde nos encontremos, debemos consignar un atronador: “basta de agresiones y sufrimientos”.

Me suscribo a lo postulado por Amin Maalouf -de nacionalidad libanesa y francesa, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2010- , en su libro: “El desajuste del mundo”, 2011, Madrid: Alianza. “Hemos entrado en este nuevo siglo sin brújula. El mundo padece un desajuste de suprema envergadura en varios ámbitos al mismo tiempo: intelectual, financiero, climático, geopolítico, ético (…) El tiempo no es nuestro aliado, es nuestro juez, y ya estamos con un aplazamiento de condena.” (pp. 13-15).

3) Le “debo” y expreso un virtual agradecimiento al eximio pintor surrealista René Magritte, (1898-1967), por “haberme permitido” apelar a su conmovedora imagen: La Memoria, cuya profundidad todo lo expresa, para relatar, entre otros temas, mi memoria en honor a los atletas israelíes asesinados en Múnich. Igualmente, a Melibea, por mantener vigente la necesidad de “que prime el amor sobre las dificultades mundanas”; ayudémosla, creyentes de todos los dioses y seculares de todas las ideologías. Es imprescindible.

4) “La ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Tokio el viernes 23 de julio de 2021 incluyó una conmemoración sin precedentes y un momento de silencio por los atletas israelíes asesinados por grupos militantes palestinos durante los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972. ‘Nosotros, la comunidad olímpica, también recordamos a todos los atletas olímpicos y miembros de nuestra comunidad que tan tristemente nos han dejado (…) Un grupo todavía ocupa un lugar fuerte en todos nuestros recuerdos: los miembros de la delegación israelí en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, agregó el locutor cuando el estadio se oscureció y una suave luz azul iluminó partes de la arena.”

ROBERTO CYJON 

Ingeniero, magíster en Historia Política, expresidente del Comité Central Israelita del Uruguay