Occidente en el Medio Oriente

05/May/2011

El Observador, Editorial

Occidente en el Medio Oriente

5-5-2011
Las rebeliones civiles en países árabes y el terrorismo de Al Qaeda, vuelto a un resonante primer plano con la muerte de Osama bin Laden, constituyen una advertencia a las potencias occidentales sobre el rumbo de sus políticas en el Medio Oriente. En defensa de sus intereses y de concepciones ideológicas, Estados Unidos y las principales naciones europeas han intervenido durante largo tiempo en el mundo árabe, bajo formas y grados diferentes. Han respaldado y asistido en la instalación de regímenes que muchas veces derivaron en autocracias represivas, contra las que finalmente se alzaron en protesta masas de población, como ha ocurrido en Egipto, Libia, Túnez y otros estados levantinos.
Es indefendible toda acción terrorista, sea cual fuere su causa, porque desde su clandestinidad mata indiscriminadamente a miles de inocentes, como ha hecho Al Qaeda en tres continentes desde hace más de una década. Pero es pertinente recordar que Bin Laden no empezó sus andanzas como terrorista contra Occidente sino como combatiente, junto a los talibanes de Afganistán, contra la ocupación soviética de ese país, con armas provistas por Estados Unidos. Recién años más tarde volcó a Al Qaeda al terrorismo en gran escala contra el mundo occidental como reacción a la invasión de Estados Unidos y sus aliados a Irak en la primera guerra del golfo Pérsico, para defender a Kuwait del ataque de Saddam Hussein.
La violencia del masivo desborde asesino de Al Qaeda justifica plenamente la guerra sin cuartel contra el terrorismo declarada por el mundo civilizado y que condujo a la muerte de Bin Laden. Los sangrientos atentados de esta organización nada tienen que ver con los levantamientos populares en varios países árabes del Medio Oriente. Incluso Al Qaeda fracasó en sus intentos de infiltrarse a un papel protagónico en esas rebeliones. No debe perderse de vista, sin embargo, que en gran parte del mundo árabe persiste un rechazo subyacente a las potencias occidentales, no solo por su pasado colonialista en la región sino también por haber respaldado y haberse aliado con gobiernos absolutistas y represivos, contra los que finalmente se rebeló la población.
Nada puede atenuar las culpas de Bin Laden y sus lugartenientes y partidarios, cuyo fanatismo y odio enceguecido precipitaron al mundo a un reinado de terror, que todavía persiste por el temor a atentados de represalia por la muerte del líder y fundador de Al Qaeda. Es diferente el caso de las rebeliones de la población en varios países árabes para librarse de opresivos regímenes autocráticos -de signos contrarios, muchas veces- y alcanzar libertades que nunca conocieron, derechos que nunca tuvieron y mejorar sus condiciones de vida. Pero tanto el caso siniestro del terrorismo islámico como los saludables embates libertarios de masas árabes contra regímenes opresivos, que han operado con el visto bueno o la tolerancia de gobiernos occidentales, evidencian la necesidad de que las grandes potencias adecuen sus políticas hacia la región. Muchos países necesitan ayuda para su desarrollo, pero ninguno necesita patronazgo que suponga alguna forma de intervención o respaldo a perdurables gobiernos impopulares. Tenerlo presente es el mejor camino para apaciguar algún día al Medio Oriente.