Lo que el viento se llevará

07/Feb/2011

El Observador, Ricardo Peirano

Lo que el viento se llevará

CARTA DEL DIRECTOR RICARDO PEIRANO DIRECTOR DE EL OBSERVADOR
6-2-2011
Soplan fuertes vientos de cambio en el mundo árabe y en Medio Oriente. Comenzaron en Túnez, donde la revolución de los jazmines logró derrocar al dictador Zine el-Abidine Ben Alí. Siguen en Egipto con fuerza creciente, donde el presidente Hosni Mubarak cuenta las horas o tal vez los días antes de renunciar y traspasar el poder al vicepresidente Omar Suleiman para que se realicen elecciones libres y democráticas en setiembre. Y pueden seguir soplando en cualquier país árabe, en Yemen, Jordania, Libia, Arabia Saudita y hasta en los más represores como Libia y Siria.
El mapa del mundo árabe y de Medio Oriente está cambiando en forma dramática. El paradigma sobre el cual el actual mapa está edificado es absolutamente insostenible: los regímenes autocráticos o directamente dictatoriales, longevos en exceso, que reciben apoyo de Occidente porque aseguran -o aseguraban- ser un dique de contención al fundamentalismo islámico, caerán en pedazos. Ya lo advirtió Condoleezza Rice, secretaria de Estado de George W. Bush, en 2005 cuando señaló en un discurso en El Cairo que “durante 69 años mi país, Estados Unidos, procuró estabilidad a expensas de la democracia en Medio Oriente, pero no conseguimos ni una cosa ni la otra”. Ahora esa certera descripción de la situación levantina se presenta como una innegable realidad.
Egipto, la piedra angular de la política estadounidense en Medio Oriente desde 1979, está siendo duramente azotado por esos vientos de cambios. Desde que Anwar El Sadat firmó la paz con Israel en 1979, causa segura de su asesinato en 1981, y dejó de ser aliado de la URSS, Egipto ha sido una fuerza de estabilidad en Medio Oriente. Mubarak, vicepresidente y sucesor de El Sadat, continuó esa política de amistad y buenos lazos tanto con Washington como con Jerusalén. Pero era obvio que un régimen que dura 30 años es un foco de corrupción y opresión. Y, más pronto o más tarde, caería como producto de sus defectos.
En esa línea, Mubarak intentó nombrar sucesor a su hijo Gamal, que tiene una fortuna estimada en US$ 750 millones en un país donde el 40% de la población vive -o sobrevive- con apenas US$2 por día. La jugada fue rechazada por los propios partidarios del régimen. Cuando olió que el aroma de los jazmines tunecinos se acercaba a sus fronteras intentó algunas medidas, pero de poca envergadura y demasiado tarde. Primero cambió el gabinete, luego nombró como vicepresidente -y eventual sucesor– a Suleiman, finalmente aceptó no presentarse a la reelección en las elecciones de setiembre. Ninguna de esas medidas calmaron las aguas.
La suerte de Egipto se definirá en las elecciones de setiembre. La posibilidad de que triunfe un partido como la Hermandad Musulmana, que cuenta con elementos radicales en sus filas, no es descartable pero hoy por hoy no parece demasiado probable. Quizá Mohamed elBaradei, premio Nobel de la Paz y cabeza de la Organización Internacional de Energía Atómica, puede aglutinar algunas fuerzas. El resto es una incógnita.
Lo que está claro es que los regímenes autocráticos y dictatoriales ni traen estabilidad ni traen bienestar a su gente. Apoyarlos es pan para hoy y hambre para mañana. Ojalá Medio Oriente no siga los pasos de la revolución iraní, que suprime libertades y derechos fundamentales. Pero aunque ese fuera el riesgo, es preferible apostar por un régimen democrático. Israel, después de todo, es la única democracia real de Medio Oriente y allí el poder rota entre partidos y personas. Y si Israel y Occidente aplican para sí el régimen democrático y el estado de derecho, y desean extender esos valores en la región, no pueden sostener gobiernos autoritarios. El tiempo de esos regímenes es cosa del pasado y nadie puede hacer retroceder el reloj de la historia para que haga sonar nuevamente la hora de la autocracia.