Las dictaduras se agotan

07/Feb/2011

El Observador, Lincoln Maiztegui Casas

Las dictaduras se agotan

5-2-2011
PERSONAJE
Hosni Mubarak Apariencias al margen, el gobierno de Mubarak es una dictadura, que, aunque parezca angelical en comparación con otras del área, no dejaba de ser y de comportarse como tal. y es axiomático que las dictaduras se agotan, se corrompen y finalmente se pudren
POR LINCOLN R. MAIZTEGUI CASAS
Ha sido sin duda el personaje de esta semana que pasó. Si se quiere, por pasivo, porque ese destaque se relaciona con la movilización de grandes masas del pueblo egipcio que piden su dimisión, luego de 30 años de ejercicio ininterrumpido del poder. Mucha gente, entre nosotros, se está preguntando qué es lo que ha pasado para que un presidente -Hosni Mubarak- que parecía gozar de sólidos respaldos en lo nacional y del respeto de la comunidad internacional, se vea, de pronto, enfrentado a una crisis que, salvo giro inesperado, terminará por desplazarlo. No es novedad para nadie que el área de Medio Oriente es, desde hace muchos años, la más conflictiva del planeta, y que en ella se acunan los más graves problemas que amenazan la paz mundial. El permanente choque entre concepciones religiosas y filosóficas, entre formas de vida distintas que a veces resultan incompatibles, así como la constante radicalización que tirios y troyanos han ido sufriendo a lo largo de las décadas, hacen que la presencia de un gobierno estable, sensato y jugado por la vía del diálogo y el entendimiento sea un lujo que no se puede desperdiciar. Así era, según todas las apariencias, el que presidía Hosni Mubarak, un piloto aviador militar nacido en 1928, que asumió ese cargo el 14 de octubre de 1981, luego del asesinato de su antecesor, Anwar el Sadat, a mano de un puñado de fanáticos. A lo largo de estos 30 años mantuvo relaciones normales con Israel, impidió la fanatización de la sociedad por obra de los integrismos, mantuvo el pluralismo religioso y cultural, apoyó la intervención de las Naciones Unidas en Irak cuando la ocupación de Kuwait, pero condenó la invasión que derrocó e hizo ejecutar a Saddam Hussein. Todo un modelo de moderación, equilibrio e inteligencia. Y, sin embargo, algo no andaba bien, y desde hace mucho tiempo; de lo contrario, no hubiera sido posible que todo desembocara en esta pueblada. Las claves que pueden permitir atisbar en las razones del fenómeno se refieren a la siempre nefasta prolongación sine die de un régimen presidido por la misma persona. Si bien el sistema egipcio remedaba ciertos mecanismos democráticos, y Mubarak era “reelecto” cada tantos años, al no existir partidos políticos dignos de ese nombre y los mínimos controles exigibles, todo era una caricatura. Recién en el 2005, y ante las primeras expresiones de descontento popular, se autorizó la presentación de varios candidatos en las elecciones presidenciales. El año pasado Mubarak volvió a ser reelegido con gran ventaja sobre su principal adversario, pero los Hermanos Musulmanes, una secta de tendencia integrista que dice defender una democracia en la que no cree, denunció un escandaloso fraude. O sea que, apariencias al margen, el gobierno de Mubarak es una dictadura, que, aunque parezca angelical en comparación con otras del área, no dejaba de ser y de comportarse como tal. Y es axiomático que las dictaduras se agotan, se corrompen y finalmente se pudren. Ahora nos enteramos de que los egipcios vienen denunciando desde hace años graves actos de corrupción que comprometen a la familia y el entorno de rais (nombre que recibe el cargo de presidente en Egipto); que una parte sustancial de la población vive bajo la línea de pobreza, que más allá de las apariencias reinaban severas limitaciones a las libertades básicas de la persona humana y que, como consecuencia de todo ello, la impopularidad del régimen había ido creciendo sordamente hasta el estallido de estos días. Los manifestantes piden, soportando una represión que no ha sido brutal pero tampoco inofensiva, una apertura democrática y una mayor participación de la opinión pública en la conducción del país; nada que objetar a ello. Pero tampoco es posible hacer la del avestruz y negarse a ver que detrás de toda esta conmoción late el viscoso fantasma integrista, con su vocación de medioevo. Mubarak está pagando, sin duda, errores y excesos cometidos a lo largo de su prolongada dictadura; pero no sería difícil que, dentro de unos años, los que aún creemos en la civilización laica, racionalista y tolerante que costó miles de años construir, nos veamos obligados a añorarlo.