Lapidando los principios

30/Ago/2010

El Observador, Lincoln Maiztegui y Eduardo Espina

Lapidando los principios

Cartas cruzadas
Lapidando los principios
De Lincoln Maiztegui Casas
Para Eduardo Espina
Estimado Eduardo: en los últimos tiempos he tenido repercusiones muy diversas respecto a las opiniones que he vertido, fundamentalmente en páginas de este diario, sobre el conflicto de medio oriente. Mi posición actual es de respaldo absoluto a la causa de Israel, lo que no implica necesariamente –y no me canso de subrayarlo– aprobación a todas y cada una (ni siquiera a la mayoría) de las medidas adoptadas por el gobierno de ese país. Me baso en consideraciones mucho más trascendentes. Creo que lo que se juega en esa turbulenta área del mundo es un conflicto, potencialmente decisivo, entre la civilización racionalista, tolerante y laica, y el integrismo religioso de cuño decimonónico, representado por gobiernos y organizaciones civiles y paramilitares islámicas (que poco tienen que ver con el Islam luminoso y tolerante de tiempos más felices), cuyo objetivo básico –y no lo ocultan– es imponer su particular cosmovisión a todos. Se me ha acusado de insensibilidad ante la situación del pueblo palestino y de respaldar la política de un país que se vale de la represión y hasta del terrorismo. Curioso retorcimiento de la realidad, porque los actos terroristas más terribles provienen, precisamente, del integrismo. Demás está que le diga que la izquierda nacional en pleno ha sido la más decidida crítica de esta valoración. Y de pronto, surge a la luz pública el tema de una pobre mujer que, en Irán, ha sido condenada a muerte por lapidación. No sé ni me interesa de qué la acusan; mi vieja oposición a la pena de muerte es casi insignificante frente a la barbarie de una forma de ejecución que incluso los pueblos más bárbaros de la antigüedad repudiarían. Entonces, yo me pregunto: ¿qué dice la izquierda, internacional y nacional, de semejante infamia? ¿Es posible que los herederos del pensamiento humanista de Saint Simon, Fourier, Blanc o el mismísimo Karl Marx, que se consideraron a sí mismos (y fueron considerados por millones de seres humanos) como nuncios de un mundo más avanzado y fraterno, pasen como de puntillas ante actos como el que se anuncia en Irán? Por supuesto, tengo posición formada ante las causas de esta flagrante contradicción; para ser conciso, creo que hay resabios de racismo antijudío que están pesando lo suyo. Pero además, me parece que todo un amplio sector del pensamiento que se dice de izquierda continúa atado a los esquemas del fenecido mundo bipolar, y continúan viendo al estado de Israel como un adlater del imperialismo norteamericano. Lo que hay del otro lado no parece importarles; la Unión Soviética y el mundo del llamado “socialismo real” ya no existe, pero cualquier fuerza que se oponga a EEUU recibe la bendición de los “bienpensantes”. Lamento esta gravísima distorsión de valores; creo que lo que se está lapidando, en términos ideológicos, son los caros principios de una corriente –la izquierda– que espiritualmente nunca he dejado de integrar. Y me duele. Quisiera conocer su opinión al respecto.
linmaica@hotmail.com
El mismo viejo mundo de antes
De Eduardo Espina
Para Lincoln Maiztegui Casas
Estimado Lincoln: Desconozco cuáles son las opiniones que dice haber vertido, por lo tanto no puedo opinar sobre las mismas. Aunque, si son tan arbitrarias como las que ha emitido con reiteración respecto al fútbol, y principalmente sobre la selección dirigida por Oscar Washington Tabárez, usted es capaz de desatar una guerra santa entre ambos bandos, mejor dicho, radicalizar la ya existente desde hace tantos siglos. Dejando la ironía a un lado, hay una cosa, mejor dicho, varias, ciertas: este, primeramente, es un tema de nunca acabar. Si hay una guerra infinita, es esta. Nosotros difícilmente vayamos a ver el final, en caso de que algún día lo haya, y hoy en día es recomendable dudar sobre la posibilidad de un final feliz. El otro día vi nuevamente la película de Ridley Scott, Kingdom of Heaven (Cruzada), situada históricamente en la época de las Cruzadas, en el siglo XII. La acción sucede en la milenaria Jerusalén, y en ese entonces los musulmanes luchaban ferozmente para recuperar la ciudad que estaba en manos de los cristianos. El epílogo o posdata del filme decía lo siguiente: “Casi mil años después, la paz en el Reino de los Cielos continúa siendo elusiva”. Parafraseando al inolvidable bolero, “pasarán más de mil años, muchos más”, y los acuerdos para garantizar una paz de convivencia en esa zona seguirán dribleando a las expectativas, mejor dicho, dejándolas incumplidas. Desde la presidencia de Jimmi Carter en la década de 1970 hasta el presente, ¿sabe cuántos presidentes estadounidenses se han sacado fotos junto a los líderes palestinos y judíos de turno, sonriendo por creer que habían logrado forjar un acuerdo pacificador definitivo, para terminar luego frustrados pues los acuerdos resultaron un gran fiasco? Bill Clinton llegó incluso a pensar que había cambiado la conflictiva historia de la zona, pero al poco tiempo todo volvió a fojas cero, dejándole el pesado legajo a George W. Bush, quien también participó futilmente de la misma charada, mostrando iguales fallidos resultados. Un comediante estadounidense, el finado y genial Rodney Dangerfield, decía que la locura más grande de los presidentes de su país era “querer solucionar los problemas entre judíos y musulmanes de una manera cristiana”. Claro está, y hago la salvedad del caso pues en su apasionada carta mezcla varios temas, una cosa es el conflicto entre Israel y Palestina, que tantas opiniones cambiantes y encontradas ha generado y seguirá generando, y otra es el fundamentalismo musulmán, con su prepotencia, su intolerancia, y su afán por hacer regresar a la civilización occidental a la época medieval. Todos los fundamentalismos, políticos y religiosos han sido la gran lacra de la historia y continuarán siéndolo, todo lo indica, también en este siglo, el cual ha llegado tan cargado de contradicciones (heredadas todas ellas del anterior) y de interrogantes sin respuesta. En eso, en el mal trato que le damos al pensamiento humanista y en la falta de lucidez para distinguir entre civilización y barbarie, resalta una situación irremediable: en algunas cosas estamos igual que en el siglo XII.
eduardoespina2003@yahoo.com