La primavera del patriarca

31/May/2011

El Observador, Carlos Loayza Keel

La primavera del patriarca

31-5-2011
POR CARLOS LOAIZA KEEL MÁSTER EN TRIBUTACIÓN Y MÁSTER EXECUTIVE EN DERECHO EMPRESARIAL (LL.M. HARVARD LAW SCHOOL-CENTRO EUROPEO DE ESTUDIOS GARRIGUES); DOCTOR EN DERECHO Y PROFESOR DE DERECHO FINANCIERO Y TRIBUTACIÓN INTERNACIONAL DE LA UNIVERSIDAD DE MONTEVIDEO; SOCIO DE OLIVERA ABOGADOS TWITTER.COM/CLOAIZAKEEL
Cuando la mañana comenzaba a asomar, un hombre de mediana edad irrumpió en el hospital de Brega, un pueblo costero de Libia. Preguntaba, con una mezcla de resignación e ira, el camino para llegar a la ciudad cercana de El Agheila. Las personas que se encontraban en el lugar trataron de persuadirlo para que no cumpliera su propósito, sabiendo de antemano que en su destino se encontraría indefectiblemente con las implacables tropas oficiales. Pero eso no parecía importarle. Su seguridad personal no era ya un problema. Hacía días que no sabía el paradero de su hijo, uno de los rebeldes que se había aventurado al frente de batalla. Sin muchas opciones, atinó a llamarlo frenéticamente a su teléfono móvil, pero nadie respondía. Y un día escuchó una voz del otro lado. Cuando preguntó por su hijo, un extraño le contestó con desdén “No, no soy tu hijo”, y agregó, “si quieres ven a buscarlo a El Agheila. Ya no tiene cabeza”.
Historias dramáticas como la que relata John Lee Anderson (The New Yorker, 9 de mayo de 2011), uno de los tantos periodistas valientes, dispersos por la geografía libia con poco más que una cámara y una férrea vocación, se repiten todos los días. La tecnología, tan bienvenida y hasta prosaica para nuestras tranquilas sociedades, toma hoy en Libia un tono aberrante. Amplifica la atrocidad.
Mi padre conoció a Muammar el Gadafi cuando corría 1989. Cumplía funciones diplomáticas en Ginebra, pero concurrió a Belgrado para la Cumbre de Países No Alineados. El líder libio llegó a la ciudad con una comitiva que ocupaba tres aviones. Enfundado en su imponente uniforme militar, diseñado con estilo en Italia, lo seguían sus guardias militares mujeres y sus tres camellas, con cuya leche se alimentaba por las mañanas. Una vez armada su magnificente tienda, de pura seda, se dispuso a pronunciar el primer discurso. Le reclamaba a Israel que se fuera de Palestina, que instalara su tierra prometida en Manhattan, o en un lugar entre Alsacia y Lorena.
Mucho antes de aquella Cumbre, Gadafi ya se había convertido en un autócrata y megalómano de discurso surrealista, al menos pour la gallerie. Nada quedaba de aquel enérgico capitán de 27 años que trató de reinventar un país que había servido injustamente de campo de batalla durante la dominación italiana, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, y que había nacido a su vida independiente en 1949 como una de las naciones más pobres del planeta. Desde entonces, Gadafi se había dedicado a distorsionar la historia moderna de Libia, hasta convertirla sin fisuras en un culto a su personalidad. Aprovechó al máximo sus reservas de petróleo, descubiertas de forma tardía, y lo hizo en su beneficio y el de su familia, pero también, no puede negarse, en el de su pueblo. A diferencia de muchos dictadorzuelos africanos, y más allá de sus delirantes declaraciones públicas y sangrientas matanzas, sabía recibir la inversión. Sabía sorprender a un grupo de diplomáticos y empresarios con su preclara comprensión de las necesidades económicas de su país. Un hombre pragmático e inteligente, que de buenas a primeras, y ante el ingreso de varias cámaras de televisivas, comenzaba a despacharse a los gritos contra Israel y sus enemigos occidentales, para volver luego de apagadas las cámaras, sin inmutarse, a su meditado tono, dirigido a esos mismos occidentales, de quienes también supo ser oportunista amigo.
Tal vez esa política ambigüa, con sus fallas, haya sido el germen del movimiento rebelde. ¿Quiénes son en definitiva estas personas que hoy luchan contra Gadafi? Pues como señala Jason Pack, en la edición de abril de 2011 de Foreign Policy, además de desertores del Ejército libio y extremistas islamistas, son jóvenes; jóvenes que en muchos casos han podido estudiar en Libia y en el exterior gracias a las políticas educativas del tirano. Hoy día se pasean por las costas del país en camionetas, sin orden ni método. Grupos erráticos de hermanos y amigos que, compartiendo transporte y gastos de combustible, se lanzan con poco más que fusiles y una bandera rebelde a una muerte segura, lejos de los devaneos políticos de la intelligentsia libia.
Pero ahora, el momento de Gadafi, con sus luces y sombras, parece haber llegado a su fin. Su última aparición televisiva, luego de una prolongada ausencia por la muerte de su hijo, coincidió con el espaldarazo de la Unión Europea a los rebeldes, mediante la apertura de una oficina en Bengasi para coordinar ayuda humanitaria y apoyo al Consejo Nacional de Transición, órgano político de los revolucionarios. Según fuentes oficiales españolas, el régimen se ha comunicado para gestionar una salida ordenada, y ese es precisamente el objeto del viaje del presidente sudafricano Jacob Zuma, del que dio cuenta Aljazeera el pasado 25 de mayo. Todo indica que Gadafi, después de décadas controlándolo a todo y a todos, no podrá vivir tan pacíficamente su otoño de patriarca. ¿Podrá acaso su pueblo vivir su ansiada primavera?