Cada día se multiplican las manifestaciones de antisemitismo en el mundo. En calles, en universidades, en países de Europa y Latinoamérica, gobernantes y políticos, profesores y estudiantes, en eventos deportivos, en eventos culturales, en las redes, en los medios de comunicación, en los muros de las ciudades, en todos lados.
Son cientos los abusos, insultos, denuncias, pancartas, gritos, manifestaciones, filmes, enfocados en un solo propósito: atacar a Israel, el sionismo y al pueblo judío.
O se busca generar miedo, o incomodidad o hacerle recordar a los judíos que no son queridos ni bienvenidos en el mundo. O quizás sea una mezcla de las tres cosas. O quizás sea un odio frenético y tanático que solo se explica por sí mismo, en su vertiente siniestra y malvada.
Sean pues los motivos que sean (y si es que hay “motivo” en el sentido racional del término), los mismos acrecientan la pesadilla de un antisemitismo que rebasa cualquier norma y que parece nunca terminar.
Cualquier cosa es buena para hablar contra los judíos. Y no solo cualquier cosa es excelente excusa, es que además nadie pone límites. Nadie dice: “basta”. Nadie dice: “Hasta aquí llegamos”. Es pues un antisemitismo absolutamente impune y por eso mismo, incitado a seguir actuando a plena luz del día, en forma de catástrofe inminente: se manifiesta en cualquier momento, en cualquier lugar, bajo cualquier excusa.
El siglo XXI es y pasará a ser el siglo radicalmente antisemita. ¿Qué otra cosa se podría decir? Quizás a partir de aquí hay que revisar el concepto de “antisemitismo”. Este término no sé si refleja cabalmente esta carga actual de odio, resentimiento y persecuciones que enfrenta el pueblo judío.
Sugeriría quizás un término doble: “antisemitismo-judeofóbico”.
El término remite a que veinte siglos de asesinatos, persecuciones, odio y locura contra el pueblo judío ni sirven de dique, ni hacen reflexionar, ni cambian un ápice de nada.
Pero al mismo tiempo constato que en la madeja perversa de este antisemitismo actual se destaca un relato que se va imponiendo: se expresa de forma cada vez más clara que el genocidio de los campos de concentración y la maquinaria de muerte nazi no existió tal como se dice. Que ha sido psicopáticamente manipulado por los judíos. Una patraña exagerada. Un engaño deliberado…
Digamos que el intento de presentar el Holocausto como una farsa no es propia de este siglo. Ya hace décadas que se viene intentando imponer ese relato. Pero lo nuevo, lo terriblemente nuevo, es que la gente actúa ahora en una doble vertiente. Al mismo tiempo que pueden tomar contacto (al menos en parte) con la realidad mortífera del Holocausto, es como que simultáneamente escinden ese conocimiento, con lo que proclaman su antisemitismo sin culpa, ni desazón de conciencia ni responsabilidad alguna.
Se registra el Holocausto sin tener plena conciencia del mismo y del horror devastador e inconcebible que implicó. Se banaliza el Holocausto.
Se dice que la historia la escriben los vencedores. Sugiero más bien que la historia la escriben los relatos. Esos relatos que se imponen sin cuestionamiento, sin actitud crítica, tomados como una verdad natural e indiscutible.
Es por eso que no es secundario el relato que se está imponiendo de que el Holocausto o no existió y si existió no pasa de ser algo anecdótico y perversamente manipulado por los judíos e Israel. Como sea: no fue así de terrible…
De esta manera se impone que nunca hubo tales matanzas, nunca a los judíos les fue así de mal. Y nunca a los judíos se los ha perseguido y masacrado de esa forma tan exagerada, tan radical.
Y aceptando que hubo Holocausto, se considera al término injustificado. A lo sumo se admite que tal vez hubo una que otra persecución. Una época de mala racha para los judíos. Pero siempre conservando la consigna esencial: si esto fue así es porque los judíos de aquella época, como los de esta época, se lo buscaron.
De esta manera la gente insulta, vitupera y ataca al judaísmo sin ningún tipo de disimulo, preocupación o carga de conciencia. Más bien: con una carga de odio frenético, contagiable, en permanente expansión.
Parece que se va perfilando de esta manera determinado clima cultural. Pues así como se reconoce al Holocausto, en la forma en que se lo reconoce (siempre matizado y desdramatizado, siempre con la sospecha de que ha sido manipulado por Israel), esto implica que al mismo tiempo se lo desconoce. Sugiero llamar a esta construcción psicosocial: Völkermordspaltung (escisión -spaltung – del genocidio).
Siguiendo la misma tendencia cultural de aceptar-pero-desconociendo, se podría entender por extensión que todo lo que revela, pronostica y señala a una sociedad antisemita-judeofóbica se escinde y disocia de la misma sociedad antisemita-judeofóbica. La gente es más antisemita que nunca pero no lo pueden aceptar. Por muy convincentes que sean los datos, censos y hechos, la gente se rehúsa a admitir que la sociedad actual repite y reproduce un antisemitismo-judeofóbico.
Por lo tanto, tanto como hay una sociedad cada vez más y profundamente antisemita, es cada vez más opuesta su capacidad de ser consciente de ello. Y agreguemos: parece que no puede serlo. Una sociedad profundamente antisemita simultánea a una sociedad que afirma categóricamente que no es una sociedad antisemita. Si lo analizamos bien esta negación es más que negación: es una escisión social que implica una ignorancia radical de la sociedad sobre sí misma. Un desconocimiento- spaltung en términos psicoanalíticos.
Esta spaltung se podría relacionar a la incapacidad de pensamiento crítico, a la adhesión totalitaria a lo “políticamente correcto”, a la tentación de lo superficial y lo vulgar.
Pero sea cual sea la explicación, no puedo dejar de sugerir que estamos ante una patología social, con ribetes sádicos, psicóticos y tanáticos. Creo firmemente que no es posible entender al societario actual sin tener en cuenta este antisemitismo judeo-fóbico siempre actuado-pero-nunca reconocido.
Esta Völkermordspaltung revela en definitiva un malestar intenso y profundo en términos de una generación incapaz de sostener pensamiento crítico, compromiso sincero y más aún: revela una estructura absolutamente inédita de valorización de la vulgaridad, la banalidad del mal y la parálisis de cualquier forma de empatía, solidaridad e interés por la verdad.
Una generación del resentimiento procreando resentidos nunca aceptando su carácter de tales.