La Hermandad Musulmana

21/Feb/2011

La República, Nahum Bergstein

La Hermandad Musulmana

Con motivo de la revolución egipcia, muchos uruguayos se habrán preguntado qué es la Hermandad Musulmana (HM), que acapara tanta atención en los medios de prensa. Aunque su ideología islamista es tan vieja como el islam, y se nutre de corrientes como el waahabismo, el salafismo y muchas otras, su creación, en 1928, por un joven de 22 años, Hasan al-Banna, se considera el inicio de la fase moderna del islamismo que integran, por ejemplo, Al Qaeda, Hamas o Hezbolá. Lo que en sus orígenes fue una organización que predicaba la reinstauración de los valores morales del islam, infectado ­según ellos­ por la modernidad occidental, se transformó rápidamente en un movimiento religioso xenofóbico, con un proyecto de conquista mundial destinado a instaurar un auténtico orden islámico.

El ideólogo de la HM no fue su fundador sino Sayyid Qutb, funcionario del Ministerio de Educación egipcio becado a una universidad norteamericana de la que egresó con un master en educación y un odio visceral a Estados Unidos, país al cual atribuía el propósito de socavar al islam. Sin perjuicio de ello, el enemigo perpetuo del islam, según Qutb, son los judíos, responsables de la decadencia moral del mundo entero, de las doctrinas materialistas, el ateísmo socialista y la democracia individualista. En 1962 fue condenado a muerte y ejecutado, acusado de conspirar para matar a Nasser, pero los ecos de su mensaje siguen resonando en la HM y en el islam.

Desde sus albores, la HM mantuvo una colaboración con el nazismo. El odio absoluto; el racismo, en un caso fundado en la pertenencia cultural y religiosa y en el otro en la pureza de sangre; el afán de conquista; su vocación planetaria; el resentimiento insaciable y, por fin, un feroz antisemitismo (muchos utilizan la palabra judeofobia porque los árabes son semitas, pero el término antisemitismo referido a los judíos no tiene sustituto), son poderosos factores que convirtieron la colaboración inicial en una alianza en toda regla. El principal artífice de esta alianza islamo-nazi fue Haj Amin al-Husseini, miembro de la HM, muftí de Jerusalén y creador de la Legión Arabe que luchó del lado de Hitler. Dicho sea de paso, Arafat, pariente del muftí, integró en su juventud la HM.

El movimiento tuvo una rápida expansión. En 1938 se le adjudicaban 200.000 miembros en Egipto y más de medio millón en el mundo árabe. Al-Banna dispuso la organización de células integradas por 10 personas o menos, “la familia”, que se reunían dos veces por semana para estudiar y reflexionar sobre lo que se espera de una personalidad islámica. A mediados del siglo pasado, estas células aglutinaban en Egipto a unos 40.000 jóvenes y además se había constituido una fuerza de choque de aproximadamente mil voluntarios, entrenados en el manejo de armas y técnicas de terrorismo urbano. Para ingresar a este cuerpo, debían, con el Corán y un revólver delante, prestar el siguiente juramento: “La muerte es un arte. El Corán ha ordenado amar la muerte más que la vida.”

No es de extrañar, entonces, que los regímenes mayoritariamente musulmanes que en Occidente se consideran seculares ­es sintomático que recién en los siglos XIX y XX, y por influencia de ideas e instituciones occidentales, comenzaron a buscarse palabras nuevas, primero en turco y luego en árabe, para expresar la idea de secular­, sintieran, por razones políticas más que religiosas, una creciente preocupación por las diferentes organizaciones islamistas y en Egipto especialmente por la Hermandad Musulmana. Fue declarada ilegal, pero una vez más la naturaleza proteica del islamismo, que le permite ir conquistando cada objetivo con el ritmo más apropiado, le permitió replegarse hábilmente en momentos complicados sin abdicar de sus propósitos a largo plazo. No poder lograr todos sus objetivos a la vez, no es un fracaso. Tienen todo el tiempo del mundo. Simplemente aspiran a avanzar paso a paso y jugar en el tablero de la inestabilidad, que es el intento de hacer caer el mayor número posible de regímenes impíos y corruptos, conscientes de que cada uno de estos logros es el punto de partida para la próxima fase.

En los primeros días de la revuelta en El Cairo se mantuvieron al margen de las protestas, pero poco después variaron su postura y fueron partícipes de primera línea, demostrando que, a pesar de su proscripción, mantenían intacta una capacidad de movilización masiva. Lo que resulta más llamativo es su estridente reclamo por el establecimiento del estado de derecho y la democracia en Egipto, lo cual está en las antípodas de lo que fue y es su ideología, en virtud de la cual, para decir lo menos, la soberanía reposa en Alá.

Una de dos: O cambiaron sus ideas y, de un día para otro, han resuelto aggiornarse a la cultura de Occidente que hasta ayer mismo era la encarnación del mal o, en cambio, si no se trata meramente de un movimiento táctico destinado a establecer una cabecera de puente dentro de las nuevas estructuras de poder, a la espera de que llegue su hora. De lo que no tengo dudas es que en los tiempos por venir, los “infieles” escucharemos mucho de la Hermandad Musulmana.

(Fuentes: Gustavo de Arístegui, “El islamismo contra el Islam”; Alexandre del Valle, “Le totalitarisme islamiste a l´assault des democraties” y el prefacio de Rachid Kaci; Bernard Lewis, “El lenguaje político del Islam” y “La crisis del Islam”; y David Meir-Levi, “History upside down”).