La ciudad de Jericó cumple 10,000 años

26/Ago/2010

La ciudad de Jericó cumple 10,000 años

La ciudad de Jericó cumple 10,000 años
BY ELIAS L. BENARROCH
EFE/REPORTAJES
La ciudad habitada más antigua del mundo y también la más baja del planeta, cumple sus primeros 10,000 años en pleno apogeo turístico y con una variada oferta arqueológica que traslada al visitante desde la modernidad hasta los esotéricos rituales de la remota cultura natufiense.
Como mancha verde en un amarillento desierto, Jericó se encuentra en el valle del degradado río Jordán, un nombre recogido por la Biblia que ha impregnado de misticismo toda la región desde tiempos inmemoriales.
“Este fue el primer asentamiento del mundo y representa el paso de la vida en las cavernas a la vida en comunidades urbanas”, afirma sin tapujos Hasan Saleh, alcalde de un municipio que debe su nombre a la Luna.
Así lo indican sus denominaciones semitas –ariha en árabe y yerijó en hebreo– palabras que, según otras teorías, también podrían apelar a la “fragancia” que se respira en el que ha sido desde siempre el principal oasis del valle del Jordán y donde se entremezclan el perfume del azahar y de los cítricos.
El 10 de octubre del 2010 sus 40,000 habitantes festejarán por todo lo alto un aniversario que sin ser científicamente demostrable –en el ayuntamiento reconocen que han aprovechado la coincidencia de “dieces”– no deja de insuflar colorido y expectación en sus calles.
“Esperamos ver Jericó con una nueva cara y que [este aniversario] abra un período de prosperidad y paz para todos los palestinos y para el mundo”, declara Saleh al extender una invitación generalizada para que turistas de todo el mundo se acerquen a la ciudad con motivo de la efeméride.
El municipio espera sobrepasar así la barrera del millón de visitantes que tuvieron el año pasado.
Primera ciudad de Cisjordania que entró en el régimen de autonomía palestina durante el fracasado proceso de paz de Oslo entre 1993 y 2000, Jericó fue también la localidad menos afectada por la Intifada de Al-Aksa y, con excepción de un breve período de dos o tres meses, emergió como una isla de paz en medio del mar de violencia que sacudió la región a principios del siglo XXI.
Su regidor insiste en que, como entonces, la ciudad es ahora “totalmente segura” y recuerda que los últimos esfuerzos por la paz en Oriente Medio han conducido a la supresión de los controles israelíes que había a la entrada.
Descrita en la Biblia como “ciudad de las palmeras” por la profusión de estos árboles y la fama que ya entonces tenían sus exquisitos dátiles, Jericó está a unos cientos de metros del río Jordán, a sólo seis kilómetros del Mar Muerto –el lugar más bajo del planeta– y 15 de Jerusalén, coordenadas estratégicas que no pasaron desapercibidas a ninguno de sus ocupantes.
Sus primeros pobladores conocidos fueron los natufienses, pertenecientes a una cultura anterior al 9,000 a.C. y a la que siguieron una serie de tribus del período neolítico pre-cerámico que dejaron edificaciones aún visibles en el yacimiento de Tel As-Sultan.
“Científicamente, las distintas campañas arqueo lógicas realizadas aquí han demostrado que la ciudad tiene 10,000 años”, asegura Marwan Samarat, encargada de relaciones públicas del Municipio.
Entre los restos de este yacimiento de 2,5 hectáreas y una veintena de estratos arqueológicos hay fosos defensivos, restos de murallas, un templo y una cercenada torre de unos siete metros que, sorprendentemente, contaba ya con escaleras en su interior.
Según Samarat, que estudió arqueología, “las pruebas recogidas indican que los antiguos pobladores de Jericó fueron los primeros que construyeron casas, utilizaron puertas y vivieron en comunidad asentados en un lugar”.
Pero el hallazgo más importante en Tel As-Sultan fueron sin duda siete cráneos moldeados del neolítico pre-cerámico tardío (7000-6000 a.C.), encontrados bajo el suelo de una de las viviendas en la década de 1950 por la famosa arqueóloga británica Kathleen Kenyon.
Moldeados con yeso y meticulosamente pintados para emular el rostro del difunto, los cráneos revelan enigmáticos rituales funerarios en los que después de la descomposición del cadáver los miembros de la familia conservaban ese “recuerdo” de sus ancestros bien debajo o en el interior de la vivienda.
Indican también que esos pobladores se desplazaron hasta lugares tan lejanos como el Mar Rojo, unos 200 kilómetros al sur, pues de allí provienen los moluscos que, a modo de ojos, cubren de forma ornamental los orificios oculares de los cráneos.
Desde ese período y hasta el primer milenio antes de Cristo, la ciudad conoció distintas épocas de florecimiento bajo la tutela de pueblos oriundos de Mesopotamia, que legaron viviendas de adobe y yeso y que acabaron dando vida, alrededor del 2,600, a una ciudad relativamente grande para su época.
Los restos arqueológicos hablan de la expansión de sus murallas en torno al 1,700 a.C., un indicio de prosperidad, pero Jericó fue de nuevo destruida unos 150 años después y quedó deshabitada hasta el siglo IX antes de nuestra era.
Esta cronología es la que siembra numerosas dudas sobre la veracidad del relato bíblico acerca de la conquista de Jericó por Josué después del Exodo de Egipto, pues ese personaje, si existió realmente, pertenecería a una época anterior.
Según el Antiguo Testamento, tras cruzar el Jordán y entrar en la Tierra Prometida, los israelíes destruyeron las murallas de Jericó al toque del shofar (cuerno de animal) tras rodearla siete veces con sus ejércitos.
Ya en siglos posteriores Jericó, que aparece mencionada 70 veces en el Antiguo Testamento, pasaría a manos de israelíes, persas, griegos, romanos, musulmanes y cruzados, dejando todos ellos imborrables huellas que hoy afloran por todos sus rincones.
El Monasterio de San Jorge en Wadi Kelt, la Tumba del Profeta Moisés (para el islam) y el Palacio del Rey Herodes (con restos de la sinagoga más antigua del mundo conocida y que es anterior a Jesús) son algunos de los santuarios más importantes para las tres religiones monoteístas.
También fuera del núcleo urbano, a unos 350 metros y en la casi vertical ladera de una elevada montaña, está el Monasterio de la Tentación, donde según los Evangelios Jesús pasó 40 días de ayuno y meditación enfrentándose a las tentaciones del diablo.
Desde el monasterio ortodoxo allí levantado se contempla una imponente vista panorámica de la urbe y del valle del Jordán, donde se ubica el sitio bautismal de Jesús.
Su paso por la ciudad es narrado en el Evangelio de Lucas en el famoso episodio del sicomoro al que el pecador Zaqueo se subió para ver al maestro, y que es aún venerado.
Completa sus tesoros arqueológicos el Palacio de Hisham, de un esplendor inusual para principios del siglo VIII, ordenado construir por uno de los califas de la dinastía Omeya como residencia de invierno.
El edificio disponía de amplias salas, lujosas mezquitas de las que se conservan dos mosaicos que pavimentan el suelo, y un entonces innovador sistema de canalización para calentar o refrigerar el palacio.
Pero poco pudieron disfrutar sus propietarios de tan magno complejo porque menos de una década después de terminado, un fuerte terremoto sacudió la ciudad y echó por tierra la construcción.
Sus restos son hoy uno de los 113 tesoros arqueológicos y sitios de interés turístico que hacen de Jericó una candidata, más que propicia, para la Lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, reconocimiento que el alcalde de la ciudad espera que coincida con la celebración de su 10,000 cumpleaños.