Israel e Irán

17/May/2011

El País, María Julia Pou

Israel e Irán

Editorial 17-5-2011
María Julia Pou
Sabido es que nuestro país tiene una relación muy especial con la comunidad judía que integra nuestra nación y con el Estado de Israel. La primera, desde el siglo XIX pero mucho más después de las guerras mundiales, comparte nuestras peripecias y aporta lo que todo inmigrante dio a la magnífica síntesis humana que somos: trabajo en todas sus dimensiones, hijos incorporados al torrente nacional, sabios, profesionales y artistas.
Recibieron lo que ofrecimos a todo aquel que se quiso afincar en estas tierras: libertad, oportunidades, educación. Con el estado judío nos une el propio nacimiento de esa entidad internacional y la defensa de sus derechos desde aquel lejano ayer hasta hoy. Somos dos naciones pequeñas, nacidas con dificultades, deseosas de paz y seguridad en un mundo en el que el derecho sea el amparo de los débiles, pero sin confiarnos del todo en él. “Ay de los débiles si confían para su seguridad en la benevolencia de los poderosos”, decía Luis Alberto de Herrera. Unos y otros nos erguimos orgullosos en nuestra porción del mundo en la que queremos vivir en concordia y colaboración con los vecinos, pero alerta siempre a los intentos de menoscabo o indebida presión sobre nuestro derecho.
Con Israel tenemos, además, buenas relaciones comerciales, que seguramente mejorarán con el Tratado de Libre Comercio firmado con el Mercosur. Son las relaciones que tenemos que cultivar con todos los países del mundo, incluido Irán.
Nuestro trabajo, nuestras inversiones se nutren del comercio exterior con la mayor cantidad de naciones, con indiferencia de sus regímenes de gobierno. Así lo hacen, por ejemplo, China y los EE.UU. por nombrar los más importantes del mundo, a pesar de sus diferencia políticas.
Debe de haber una diferenciación clara entre esos dos niveles de relacionamiento. El aspecto político atiende a un orden de cosas en el cual pesan las coincidencias de cierto carácter, el comercial a la natural conveniencia de las dos partes. Recientemente se han acentuado, por el actual gobierno, las pretendidas identidades políticas, extremo que no compartimos. No está en línea con nuestra diplomacia tradicional estrechar vínculos con un gobierno como el iraní que manifiesta su oposición a la propia existencia del estado de Israel. Eso no lo podemos compartir. Pueden haber preferencias diplomáticas, puntos de vista comunes pero nunca pueden, de manera directa o indirecta, coadyuvar en una posición de exterminio, a la agresión permanente hacia un estado amigo y hacia una nación pequeña a la que se pretende negar el primer derecho que es el de existir.
Históricamente nuestra diplomacia se ha regido por una combinación de realismo y pragmatismo en lo comercial, acompañada por una estricta consecuencia con los más esenciales principios del derecho internacional. Así debemos de continuar manejándonos en un mundo complicado y turbulento, defendiendo nuestros intereses pero fieles a las líneas matrices del respeto a las soberanías, sobre todo a las que son hijas de la permanente vigilancia y de la voluntad de existir.