En Roma, astutos idólatras interpelaron a rabí Simeón, hombre conocido como muy sabio:
– Si a vuestro Dios no le agradan los ídolos, ¿por qué, siendo Todopoderoso, no los destruyó?
Respondió rabí Simeón:
– Si los hombres sólo adorasen cosas inútiles, sin duda Dios hubiese destruido a los ídolos que las representan, pero ellos veneran el sol, la luz, los planetas. ¿Debería el Señor destruir el mundo a causa de los tontos?
– En este caso -insistió uno de los idólatras- ¿por qué no destruye Dios los objetos de culto inútiles preservando los necesarios?
– Porque -objetó el sabio-, Dios estaría entonces dando argumentos a los defensores de la idolatría que podrían decir: “Ved: el sol, la luz, los planetas, son los verdaderos dioses, ya que los falsos fueron destruidos”.