“Hay algo podrido en Dinamarca”

12/Ago/2014

Por Manuel Tenenbaum

“Hay algo podrido en Dinamarca”

En Europa y no solo en Europa resuena en las calles el
viejo grito que consternó a Theodor Herzl en la época del Proceso Dreyfus:
“MortauxJuifs”. Fue el motivo que lo llevó a fundar el sionismo político.

A lo largo de los siglos, desde la destrucción del
Segundo Estado Judío por el imperialismo romano, las comunidades judías se
vieron enfrentadas a la hostilidad y persecución de las poblaciones
mayoritarias en cuyo seno se vieron obligadas a vivir. La causa fue su
resiliencia: no abdicaban de su fe y de su tradición. Las consecuencias fueron
terribles: quema de los libros sagrados hebreos y hoguera para sus fieles;
calumnias rituales (“los judíos usan sangre de niños cristianos para sus
ritos”, “envenenan deliberadamente los pozos de agua”, “profanan las hostias”),
matanzas y expulsiones.

El odio al judío pasó a formar parte de la cultura
europea y a través de la Inquisición ancló en América. El trasfondo era
básicamente religioso: resultaba intolerable que el judío no abandonara su
verdad y se empecinara en sostenerla incluso a costa de la propia vida. Durante
siglos la historia del pueblo judío se tiñó de un largo martirologio.

En el último tercio del siglo XIX la judeofobia mutó de
carácter. De su naturaleza confesional pasó a “justificarse” en argumentos
pseudoracistas. Intelectuales delirantes y agitadores de calle empezaron a
denunciar a los judíos como “envenenadores” de las sociedades contemporáneas.
En Alemania y Austria hubo partidos políticos con programas explícitamente
antisemitas. Hubo también congresos de antisemitas y comenzó a predicarse la
“eliminación de los judíos”, al principio por expulsión y después, ya en el
siglo XX, por el aniquilamiento físico.

El Hitler posterior a la Primera Guerra Mundial sostuvo
que si se hubieran eliminado por el gas a unos quince mil judíos Alemania no
habría perdido dicha guerra. Su libro “MeinKampf” no fue un ensayo literario,
como tampoco los “Protocolos de los Sabios de Sion”, de amplia difusión, no
desaparecida hasta el día de hoy. La Polonia del período interbélico se quejó a
la Liga de las Naciones del “exceso” de judíos que vivían en su país y solicitó
ayuda internacional para “solucionar” el problema. Hungría y Rumania dictaron
leyes expresamente antisemitas antes de la última guerra. En pleno siglo XX les
parecía a muchos que los judíos molestaban y sobraban en el mundo. Hoy sabemos
que la Shoá fue el desarrollo de este proceso llevado al máximo y que los
fantasmas de este pasado siguen agitándose desde las sombras y cuando surge un
buen pretexto a la luz del día.

El Estado Judío pasó a ocupar el lugar que tuvo el pueblo
judío durante casi dos mil años como objeto de una hostilidad que se resiste a
desaparecer. Su enemigo mayor en esta hora, Hamas, con desprecio de la vida de
su propia gente, se ha propuesto un fin similar al de los antisemitas de todos
los tiempos: eliminar radicalmente al Estado del pueblo judío. No es una
utopía, es el simple propósito de acabar con Israel sin ningún otro proyecto de
por medio. Es el odio total e intransigente.

Podría pensarse que a esta altura de la evolución de la
humanidad una organización terrorista como Hamas recibiría el repudio
incondicional de la comunidad internacional y el esfuerzo de Israel por
defenderse, el apoyo de los países democráticos, de sus políticos, periodistas
y académicos. Craso error: nada pequeña ni silenciosa es la grita contra Israel
y la condena por proteger a su población del implacable terrorismo que la
agrede. Lamentablemente no son pocos los defensores profesionales de los
derechos humanos que se rasgan las vestiduras porque Israel confronta a los
terroristas y hace todo lo posible por salvaguardar a sus ciudadanos. Cuando
Occidente apoya a Hamas en contra de Israel, es lícito pensar que hay “algo
podrido en Dinamarca”.