El País, por Dr. Jorge Grünberg
“La conducta tolerante con el antisemitismo de la actual dirigencia y de parte del cuerpo académico y estudiantil de Harvard, es una gran decepción para los que buscamos modelos de excelencia académica.”
Existen actividades humanas en las cuales algunas instituciones se vuelven el modelo ante el cual todos se comparan y al que todos aspiran. Harvard es una de esas instituciones modélicas en la educación universitaria. Los resultados de sus investigaciones influyen en políticas públicas. Sus graduados dominan la élite empresarial. Su organización, arquitectura y métodos de enseñanza son imitados en todo el mundo. Lo que ocurre en Harvard influye en los ámbitos académicos y culturales.
Por esta razón es que me preocupa la involución moral que está ocurriendo en esa gran universidad. El antisemitismo que resurgió en Harvard luego de décadas es uno de los más salientes aspectos de esta involución moral. La conducta tolerante con el antisemitismo de la actual dirigencia y de parte del cuerpo académico y estudiantil de Harvard, es una gran decepción para los que buscamos modelos de excelencia académica.
El consenso filosófico posterior a la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto fue que la fuente principal del racismo y la discriminación es la ignorancia, y que la educación es el remedio. A partir de este consenso se rediseñaron planes de estudio, se construyeron decenas de museos y se hacen miles de cursos para docentes sobre la esclavitud, el Holocausto judío, el Holocausto armenio o la destrucción de las poblaciones indígenas en América o Australia entre otros temas.
Pero si la ignorancia es el problema y la educación la solución, ¿cómo puede la universidad más prestigiosa del mundo tolerar (y en algunos casos fomentar) el mayor resurgimiento del antisemitismo de las últimas décadas?
Harvard, al igual que muchas otras universidades de elite, tiene un largo historial de racismo y discriminación. Hasta la década de 1950 Harvard mantuvo cuotas raciales y de género no declaradas para mantener muy limitado el ingreso de judíos, afroamericanos y mujeres, y muchos de sus efectos se mantuvieron hasta la década de 1970. Pero la historia no es el punto de este artículo sino el presente y el futuro.
En los últimos 40 años parecía que se había producido un progreso moral por el cual el racismo y la discriminación quedaban excluidos de la vida universitaria y que eso se expandiría hacia la sociedad. En los últimos años ese progreso moral empezó a descarrilarse. Cada año la situación empeoró hasta la situación actual, en la cual algunos grupos radicales ejercen impunemente la violencia verbal y moral contra alumnos judíos ante la pasividad de las autoridades de la universidad. Las clases son interrumpidas diariamente por activistas con megáfonos que además pintan leyendas antisemitas en las puertas de los dormitorios de alumnos judíos y publican en las redes sociales caricaturas de origen nazi. Estos activistas aducen que solo están ejerciendo la libertad de expresión.
Los estudiantes judíos no se oponen a la libertad de expresión sobre Israel ni sobre ningún otro tema. No quieren que la gente vandalice sus organizaciones estudiantiles o sus dormitorios, se niegan a ser acosados en las redes sociales, rechazan recibir insultos o agresiones por utilizar una gorra tradicional o un colgante con la estrella de David y no aceptan que sus profesores difundan mentiras antisemitas y los humillen en clase.
Harvard parece imposibilitada de actuar. Creó una comisión contra el antisemitismo y la mayoría de sus integrantes renunciaron al poco tiempo denunciando la falta de capacidad o de voluntad de la universidad en combatir el antisemitismo, incluyendo Raffaela Sadun de la Escuela de Negocios de Harvard, la novelista Dara Horn y el rabino David Wolpe de la Harvard Divinity School.
Ante la pasividad de las autoridades de la universidad, la Oficina de Derechos Civiles del gobierno norteamericano inició una investigación sobre violaciones a las leyes antidiscriminatorias. La denuncia alega que “Harvard permite a estudiantes y profesores abogar por el asesinato de judíos y la destrucción de Israel. Mientras que exige a los estudiantes que tomen una clase de entrenamiento que advierte que serán disciplinados si participan en gordofobia o transfobia”.
Por supuesto el antisemitismo nunca viene solo. Es una perversión que afecta la conducta de las personas y las instituciones en muchos aspectos. Harvard ha sido acusada de discriminar también contra los asiáticos. Esto llevó a un juicio de varios años que acaba de culminar cuando la Suprema Corte de Estados Unidos determinó que el sistema de admisiones de Harvard viola el principio de igualdad.
La Fundación para los Derechos y la Expresión Individual calificó a la Universidad de Harvard como una las peores universidades de Estados Unidos en cuanto a la libertad de expresión en el año 2023.
Como judío, el resurgimiento del antisemitismo me indigna, pero los alumnos judíos que tengan buen rendimiento académico elegirán otras buenas universidades. Junto con esos alumnos se terminarán yendo muchos de los excelentes profesores e investigadores (judíos y no judíos) que no querrán aceptar un ambiente laboral racista. Y por supuesto los donantes (judíos y no judíos) que aportan casi la mitad del presupuesto de la universidad, se negarán a seguir financiando un ambiente que recuerda a la época del Ku Klux Klan (con las mismas caras tapadas y las mismas tácticas intimidantes de los actuales activistas).
Como universitario me preocupa perder una referencia que muchos miramos como inspiración, y por supuesto me preocupa que la calidad de su brillante producción científica que tantos aportes dio al mundo inevitablemente decaiga en medio de la sustitución de la meritocracia por la ideología.
Pero el gran riesgo es civilizacional. Un retroceso moral simultáneo con un acelerado desarrollo tecnológico amenaza nuestras formas de vida. Un mundo donde la inteligencia artificial, la manipulación genética, la energía nuclear, la robótica, entre otras muchas tecnologías, pondrá un poder destructivo inédito en nuestras manos, necesita de un robusto marco moral que permita orientar y limitar lo que se puede hacer con esas tecnologías que todavía no entendemos ni dominamos bien. Esta es quizás la mayor decepción de (la que era hasta ahora) la principal universidad del mundo.