Figura maligna del siglo

03/May/2011

El Observador, Editorial

Figura maligna del siglo

3-5-2011Raramente pasa un siglo sin que la humanidad sufra masivamente la presencia de algún personaje maligno. Ocurrió con Hitler en el siglo XX y con una larga lista de otros autócratas genocidas. Osama bin Laden, abatido finalmente por efectivos de Estados Unidos luego de 10 años de búsqueda, es candidato a esa funesta distinción al comienzo del milenio. Apenas iniciado el siglo XXI, se lo responsabilizó por la destrucción de las torres gemelas de Nueva York y ataques al Pentágono y en Pensilvania el 11 de setiembre de 2001, que causaron casi 3.000 muertos y desataron una guerra mundial contra el terrorismo.
La desaparición de Bin Laden en un refugio montañoso en Pakistán ciertamente no significa el fin de Al Qaeda (La Base), la organización terrorista islámica que fundó en 1988. Diez años antes luchó contra las fuerzas soviéticas que ocupaban Afganistán y más tarde lanzó una absurda “guerra santa contra los judíos y los cruzados”, abarcando a toda la civilización occidental. Al contrario, su muerte desató el temor fundado de ataques de represalia, especialmente contra Estados Unidos.
Sus lugartenientes y militantes han extendido los tentáculos siniestros de Al Qaeda por casi todo el mundo, a los que se agregan otras organizaciones extremistas islámicas. Luego del 11S y después de decenas de ataques sangrientos en tres continentes, el elusivo Bin Laden emitió desde sus diferentes escondites en las montañas de Afganistán y Pakistán, una treintena de mensajes de audio, video o textos electrónicos instando a nuevos ataques contra blancos occidentales. Una década de intentos infructuosos por localizarlo finalmente epilogó en la localidad paquistaní de Abbottabad, en una zona fronteriza con Afganistán en la que contaba con numerosos simpatizantes.
La muerte a balazos terminó con el líder de la red terrorista más vasta y amenazante que registra la historia, creada por este hombre de 54 años, miembro de una familia multimillonaria de Arabia Saudita que lo repudió cuando se enfrascó en una vida de violencia al servicio de la peor forma de extremismo religioso, llevando al terrorismo suicida a su máxima expresión como medio eficaz para perpetrar sus ataques. Pero su muerte no borrará su figura. Sus seguidores y los muchos simpatizantes con que contaba en el mundo musulmán, aunque no fueran miembros activos de Al Qaeda, lo verán como un mártir y símbolo del odio combativo de un sector del Islam que ha abjurado de los principios de convivencia pacífica que son el fundamento de esa religión. Grupos extremistas ya anunciaron que la muerte de Bin Laden no cambia sus metas y amenazaron con nuevos atentados.
El presidente Obama lo reconoció cuando, al informar el domingo el fin de Bin Laden, puso a su país en estado de alerta máximo ante la posibilidad de ataques de represalia de Al Qaeda. Pueden ocurrir en Estados Unidos o en otras naciones en las que las medidas de seguridad no son tan estrictas. Pero al margen de los atentados que la organización terrorista esté todavía en condiciones de realizar, la muerte de Bin Laden es una advertencia para quienes han desatado una falsa guerra de civilizaciones con el único objetivo de aniquilar al adversario. Es cierto que Estados Unidos y muchos países de Occidente tienen que cambiar políticas y estrategias en relación al mundo árabe, como se ha visto en los levantamientos de Túnez y Egipto, pero también deben cambiar los autócratas de Libia, Siria e Irán. Solo así habrá un cambio político importante en Medio Oriente, y deje de ser un caldo de cultivo propicio para personajes siniestros como Osama bin Laden.