Ynet Español- por Marina Rosenberg*
En cada generación, toda persona judía debe considerarse como si ella misma hubiera salido de la esclavitud de Egipto hacia la libertad. Desafortunadamente, este Pésaj nos recuerda que la lucha del pueblo judío por la libertad es una lucha que aún no ha culminado. Crédito foto: Ynet
Desde el virulento ataque perpetrado por Hamás el 7 de octubre, vivimos un trauma colectivo mientras 133 rehenes siguen en cautiverio, privados de su libertad, aislados del mundo que conocen, en una tierra hostil y llena de amenazas. Son “extraños en una tierra extraña”.
Si bien hoy la mayoría de los judíos vivimos con ciertas libertades, ningún rincón de la diáspora judía ha escapado a las garras del antisemitismo. Seguimos sufriendo de los discursos de odio, del vandalismo, del acoso y de los ataques físicos que buscan intimidarnos y deshumanizarnos.
Hace más de un año dejé mi carrera como diplomática israelí para incorporarme como vicepresidenta sénior de Asuntos Internacionales de la Liga Antidifamación (ADL) y por primera vez participé en la famosa cumbre Never is Now organizada por la Liga. Este año convocamos a unos 4.000 asistentes de distintos credos religiosos, de múltiples generaciones y provenientes de todos los rincones del planeta.
Participaron líderes de comunidades judías de 26 países, incluyendo una amplia representación latinoamericana, en nuestra mesa redonda Global Jewish Roundtable. Pese a nuestras diferencias culturales y lingüísticas, según la región de proveniencia, conjuntamente compartimos similares problemáticas y angustias defendiendo a nuestras comunidades del rampante antisemitismo.
Esta crisis parece sin precedente, pero nuestras experiencias son inquietantemente familiares a las dolorosas historias que escuchamos narrar a nuestros padres, abuelos y bisabuelos sobre su sufrimiento en la Shoá, el Farhud en Irak, los pogromos en Europa y las otras catástrofes que han perfilado la historia de la supervivencia judía. Sabemos que algunas de las manifestaciones de antisemitismo que vemos después del 7 de octubre no son nuevas, pero su intensidad y la forma en que se han viralizado globalmente muestra el colosal tamaño del monstruo que nos amenaza.
Comunidades judías, grandes y pequeñas, no sólo lidian con un aumento abismal en los incidentes antisemitas tanto en las calles como en las redes sociales, sino también con gobiernos y sociedades civiles hostiles hacia los judíos, afrontando preguntas urgentes sobre su seguridad y su lugar en las sociedades que integran.
De Argentina a Australia, de Brasil al Reino Unido, las comunidades judías han sido blanco de violencia, odio y discriminación. Ninguna en el mundo es inmune al virus del antisemitismo.
En mi trayectoria profesional, confieso que he vivido varios desafíos, pero los últimos seis meses han sido extraordinariamente difíciles, tanto en el ámbito personal como en el profesional.
Desde aquella devastadora mañana sabatina de Simjat Torá el 7 de octubre, el equipo internacional de la ADL mantiene una estrecha comunicación con las comunidades judías en todo el mundo. Hemos monitoreado incidentes y tendencias, educando, abogando y colaborando con las comunidades para abordar de manera conjunta esta gran crisis.
Hoy, seguimos lidiando con el trauma de la tragedia y, al mismo tiempo, encaramos los retos del mundo que surgió el 8 de octubre, el cual presenta un ataque a nuestra identidad como judíos orgullosos y sionistas. Vivimos un sentido de vulnerabilidad y aislamiento que poco imaginábamos antes. No importa la fecha, cada día es el 8 de octubre.
Recientemente, en el marco de Never is Now, lanzamos A.T.L.A.S., un mapa global que proporciona los datos sobre antisemitismo más completos de cada país, suministrándonos la prueba visual de la magnitud del problema. Con información de la ADL, otras organizaciones y comunidades, esta nueva herramienta interactiva brinda al público una imagen integral del estado del antisemitismo mundial.
Desde hace tiempo hemos alertado sobre la normalización del antisionismo y su clara superposición con el antisemitismo. Las acciones de Hamás, las de sus partidarios y apologistas, evidencian hoy más que nunca la conexión entre ambos. Efectivamente, la normalización del antisionismo es la más reciente manifestación de la forma más antigua de odio hacia el pueblo judío.
En este contexto, el Pésaj de este año 5784 cobra un significado aún más profundo. El relato bíblico de la liberación se entreteje con la lucha continua del pueblo judío por la justicia y la igualdad. Así como nuestros ancestros buscaban la libertad en la Tierra de Leche y Miel, también nosotros añoramos vivir en un mundo donde el antisemitismo y otras formas de odio queden erradicados.
Pésaj también nos regala un rayo de esperanza, recordándonos que, en los momentos más oscuros, la luz puede resplandecer con fuerza. La resistencia y la solidaridad tienen el poder de derrotar a la intolerancia y al fanatismo. Con cada copa de vino que alzamos en nuestro Séder familiar, renovamos nuestro compromiso de luchar incansablemente por un futuro más promisorio, donde todas las personas sean tratadas con la dignidad y el respeto que merecen.
Los israelitas permanecieron más de 400 años como esclavos de un faraón tiránico, y Moisés le exigió que dejara libre a su pueblo. Milenios más tarde, estamos ante la tiranía de Hamás y sus colaboradores, que tiene en sus túneles a 133 de nuestros hermanos y hermanas. Nuevamente exigimos que dejen a nuestro pueblo libre, pero esta vez lo hacemos siendo un pueblo fuerte, no débil como en la era egipcia, que ha conseguido con mucho esfuerzo y lágrimas su propio Estado y autodeterminación.
(*) La embajadora Marina Rosenberg es la vicepresidenta Sénior de Asuntos Internacionales de la Liga Antidifamación (ADL).