Entre dos barbaries

05/Ago/2011

El País Cultural, Álvaro Ojeda

Entre dos barbaries

LIBRO DE IVAN KLÍMA 5-8-2011
Álvaro Ojeda. TEREZÍN -en alemán Theresienstadt- es el nombre de una fortaleza construida en el siglo XVIII durante el reinado de la emperatriz María Teresa de Austria. Ubicada a unos 60 kilómetros de Praga, en sus alrededores se formó un pequeño poblado que tomó su denominación de la fortaleza, sumándose así al homenaje a la emperatriz auspiciante. En junio de 1940 los nazis establecieron en Terezín un gueto en donde hacinaron a 150.000 personas de origen judío, provenientes del centro y del norte de la Europa ocupada. Si bien Theresienstadt no cumplía funciones de campo de exterminio sino de concentración, allí murieron 33.000 seres humanos por “causas naturales” y otros 88.000 fueron enviados hacia la muerte en Auschwitz-Birkenau, Polonia. Las escrupulosas cuentas llevadas por los nazis permiten estimar que en 1944 cuando el campo fue liberado por los soviéticos, se encontraron unos 17.247 sobrevivientes. Uno de ellos era Ivan Klíma, de apenas 13 años. “A finales de noviembre de 1941, llamaron a mi padre para deportarlo. Sin embargo, no fue a Polonia, sino que iba a participar en la habilitación de un nuevo campo de concentración en la ciudad fortificada de Terezín. Unos cuantos días después -era el 19 de diciembre de 1941- justo media hora antes del mediodía (recuerdo que mi madre estaba preparando la comida) recibimos la notificación de la deportación de mi madre y la mía. A diferencia del resto de los afectados, que contaban con tres días para disponer la partida, a nosotros sólo nos dieron dos horas para que empaquetásemos nuestras cosas.” Había comenzado para el autor una ordalía que recién finalizó a fines de 1989 con la llamada “Revolución de terciopelo”, que acabó con el régimen comunista checoslovaco.
Contenido. El presente volumen es una miscelánea de 25 textos de diferente extensión, que incluye memorias, reflexiones histórico-literarias, pequeños ensayos de raíz filosófica, discursos y artículos publicados en diferentes medios de prensa, ordenados con un criterio cronológico algo engañoso, porque si bien el libro se inicia con la experiencia vivida en el campo de concentración nazi, la voz es la de un adulto que recuerda y por lo tanto selecciona y ordena desde el presente. No escribe Ana Frank ni el joven entusiasta, fotografiado durante la llamada “Primavera de Praga” en 1968, que ilustra la portada del libro. Es el novelista, dramaturgo y militante anticomunista Ivan Klíma, el que reflexiona sobre el pasado y el futuro individual y colectivo de su nación y del mundo.
Su punto de partida es lúcido y ominoso; en el primer ensayo titulado “Sobre una infancia algo atípica” sentencia: “La apariencia del hambre, así como las masacres, forman parte de las vivencias básicas del ser humano desde los inicios de la historia.” Cuando recuerde la atmósfera de furor que recorría Checoslovaquia en 1937 al morir Tomás Masaryk -el fundador de la república y primer presidente, hijo de padre eslovaco y madre checa- Klíma contará en el texto denominado “Cómo empecé” una sugestiva nimiedad que lo describe todo: “Yo era todavía demasiado pequeño para entender algo de la crisis política que se avecinaba. El primer acontecimiento del mundo exterior que puedo recordar fue la muerte del presidente Masaryk. Coincidió con el día que yo cumplía seis años. Mi madre había preparado mi plato favorito: galletas de harina, azúcar y yemas de huevo a las que llamábamos `coronitas`. Las llevó a la mesa y, en lugar de sonreírme, vi que lloraba. Poco después, el director de la escuela pasó por todas la clases para comprobar qué lápices de colores usábamos. Todos los que los tuvieran de la marca Hardmuth tenían que dejar de usarlos, dijo el director, porque estaban hechos en Alemania.” La ruina planeaba sobre Checoslovaquia que en 1938 será entregada a los nazis por la obsecuencia franco-inglesa.
Causas. La Checoslovaquia que surge de los escritos de Klíma oscila entre una región abarcadora y solidaria -la antigua Bohemia- y un país fragmentado a la fuerza, obligado a dividirse y autoflagelarse de forma permanente por algún poder foráneo y avasallante. La iglesia católica primero – los ancestros maternos del autor debieron convertirse al judaísmo para evitar ser quemados por la Inquisición a causa de la fe protestante que profesaban- el terror nazi más tarde y los 40 años de comunismo como corolario brutal. La propia vida del autor es un buen ejemplo de lo anterior. Cuando los soviéticos ocupan Checoslovaquia, Klíma, desde la dirección del semanario Literarni Noviny, asume una actitud tildada de disidente. Es destituido y debe conducir ambulancias, trabajar como obrero gráfico y exiliarse en los Estados Unidos. Resulta muy interesante leer lo que el autor proponía en enero de 1980 en su artículo “Los poderosos y los impotentes”, como causa de la desgracia de la sociedad checoslovaca: “El poder es perverso y deriva de la perversidad. Se construye sobre su base y de ella deriva su fuerza. La perversidad va acompañada del temor. Los que han renunciado a su alma sólo tienen un cuerpo, y es el cuerpo lo que los tiene atemorizados. Tienen miedo de perder las comodidades que todavía quedan: la paz y la tranquilidad, las cosas materiales, los objetos de lujo.” Si para un ciudadano checoslovaco agobiado por un régimen de escasez material y ausencia de libertades públicas, el pobrísimo plato de lentejas del comunismo obturaba toda posible liberación, la magnitud de la crisis por la que se despeña el indignado primer mundo en 2011 parece irredimible.
EL ESPÍRITU DE PRAGA, de Ivan Klíma. Acantilado, 2010. Barcelona, 263 págs. Distribuye Gussi.
De urgente necesidad
EN EL ARTÍCULO “La pobreza de la lengua” se transcribe un samizdat escrito por Klíma en 1974. La palabra de origen ruso samizdat significa autoedición y designa a todo impreso opositor y de circulación clandestina:
“Pienso en la cultura en el sentido más amplio del término, la cultura como compendio de tradiciones, derechos humanos y libertades, la cultura que engloba la política y abarca asimismo el derecho de los individuos a vivir en una intimidad sin micrófonos ocultos, a tener opiniones propias, a defenderse si son atacados. Me refiero a la cultura entendida como el hábito del espíritu comunitario, el derecho a respetar a nuestros mayores, a nuestros sabios, y a confiar en ellos, el derecho a enterrar a nuestros muertos con ceremonia, el derecho a que no se profanen las tumbas o los monumentos de nuestros ancestros. Pienso en el tipo de cultura que inspira una conciencia de la mutabilidad y el misterio del mundo, que fomenta el hábito de hacer preguntas y explicar las respuestas. Aquí está el origen común de la cultura y de la lengua, el origen de la humanización del mundo. El hombre formula preguntas. Pregunta a los dioses, pregunta a los que le gobiernan, pregunta a sus compañeros y se pregunta a sí mismo. Y espera respuestas. Puede preguntar, por ejemplo: este instrumento de piedra, ¿podría matar a un lobo? En la larga historia de las interrogaciones, el hombre se ha acostumbrado a varias respuestas. Incluso puede considerar como valiosa una respuesta como ésta: tu instrumento matará a un lobo si, hace cinco años, durante el equinoccio de otoño, hiciste una reverencia al sol poniente. Pero ¿y si la respuesta intenta convencerlo de que su instrumento no está hecho de piedra, que ni siquiera es un instrumento? ¿Y si lo apedrearan porque adoró el sol poniente y no el naciente?”