“El Holocausto fue la brutal persecución, el maltrato aberrante y el asesinato sistemático y masivo de más de seis millones de inocentes”

07/Feb/2013

Senador Tabaré Viera, Discurso en la Comisión Permanente (28 de enero de 2013)

“El Holocausto fue la brutal persecución, el maltrato aberrante y el asesinato sistemático y masivo de más de seis millones de inocentes”

SEÑOR VIERA.- Señor Presidente: me sumo al saludo de todos los legisladores a las autoridades presentes y a los representantes de la colectividad judía que hoy nos acompañan. Nos reunimos para conmemorar una fecha que, tal como se ha dicho, fue fijada por las Naciones Unidas como Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto. El Parlamento uruguayo cumple así con la Resolución 60/7, de 1.º de noviembre de 2005. En nuestro caso, junto con el legislador Amado, lo hacemos en representación del Partido Colorado, acompañados de otros legisladores presentes, convencidos de la necesidad de homenajear a las víctimas directas de la Shoah y a todo el pueblo judío, víctima principal de la insania extrema, de la mayor barbarie que registra la historia, sin dudas. Pero, además, tenemos la certeza de que, tal como lo manifestara el propio Secretario General de las Naciones Unidas de entonces, debe ser un “importante recordatorio de las enseñanzas universales del Holocausto, atrocidad sin igual que no podemos simplemente relegar al pasado y olvidar”.Los hechos son conocidos, pero nunca está de más recordarlos –como se viene haciendo por parte de los oradores preopinantes– y reiterarlos, para que no caigan en el olvido, para que aprendan algunos jóvenes desinformados y también para que oigan algunos “sordos y ciegos” del mundo: el Holocausto fue la brutal persecución, el maltrato aberrante y el asesinato sistemático y masivo de más de seis millones de inocentes, seres humanos de diverso género y edades, por el solo hecho de pertenecer a un determinado pueblo; fue la mayor afrenta a los más elementales derechos humanos y en su momento significó la glorificación del régimen nazi y de su líder, el monstruo Adolfo Hitler.Como también se ha dicho, este día se ha elegido como Día Internacional de recordación porque en esta fecha de 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, el ejército soviético ingresó al oprobioso campo de Auschwitz, en Polonia. Sabemos que ese no fue el único, pero sin duda fue el más paradigmático centro de implementación de la llamada “solución final”. Ese día, al igual que en Treblinka, Sobibor, Bergen Belsen y otra cantidad de campos de concentración, de trabajos forzados y de exterminio, los soldados aliados y el mundo se encontraron con la realidad en todo su dramatismo; el horror que nunca podrían haberse imaginado, una realidad de la que se hablaba, pero de la que jamás podría la comunidad internacional imaginar su verdadera dimensión. Importa hoy rescatar lecciones de esa historia porque a este extremo no se llegó de un día para el otro ni se produjo en un país ignorante y subdesarrollado, sino que fue en el seno de la Nación más desarrollada y supuestamente más educada de la Europa de los años veinte. Además de la cifra escalofriante, de lo planificado del objetivo resuelto y de lo que significa poner toda la tecnología y recursos al servicio de la matanza –decisión política clara e inequívoca tomada en la Conferencia de Wannsee a principios de 1942–, la singularidad es que no fue un genocidio basado en la lucha por el poder y contra un enemigo declarado en lucha, sino que fue simple y brutalmente contra un pueblo por ser considerado “no puro”, una raza inferior.Antes de llegar a la barbarie, al exterminio de millones de inocentes en la denominada “solución final”, ocurrieron hechos gravísimos; campeaba la intolerancia y el fanatismo –padres de tantas barbaridades que registra la historia–, situación que en ese momento fue aprovechada por un proyecto político: el del nazismo. Como siempre, los terribles hechos de las peores dictaduras no ocurren de un día para el otro, sino que son  precedidos por años de deterioro de los valores humanos esenciales, de violencia enraizada en la sociedad, de descaecimiento de las instituciones. El crimen contra la humanidad comienza con un concepto común: intolerancia y desprecio a los diferentes. La sociedad alemana de esa época tuvo la responsabilidad mayor por haber aceptado a Hitler y al nazismo, que nunca ocultaron sus propósitos racistas, pero el antisemitismo no es ni fue un mal de Alemania y de otros tiempos, sino una plaga muchísimo más extendida y con raíces todavía vivas en sociedades cultas y democráticas, según han venido a recordarlo incidentes muy cercanos. Debemos tener en cuenta que está demostrado que la psiquis humana, ante un horror de esta dimensión, naturalmente se inclina por la negación. Ante hechos tan graves, tan brutales, tan injustificados, la reacción automática de las personas es ignorarlos. Tal vez por ello o por visión de gran estadista, el propio General Einsenhawer, en ocasión de su entrada personal a Auschwitz, ordenó a los fotógrafos que documentaran pormenorizadamente los detalles del genocidio, de la oprobiosa tecnología de matar, de los signos materiales de la dimensión del exterminio. Ya sabía el gran genio militar americano que vendrían tiempos de negación. Aun con pruebas documentales como fotografías, filmaciones, documentos escritos, objetos materiales varios, etcétera, que se exhiben en museos del Holocausto como los de Berlín, Jerusalén, Washington y otros, así como con miles de testimonios vivos, han existido y existen personas, organizaciones y hasta gobiernos que han intentado negar la existencia misma de la Shoah. Ante las contundentes evidencias documentales, acto seguido han existido intentos de minimizar lo que fue el acto de exterminio más brutal de la historia de la humanidad, queriendo demostrar mediante cálculos matemáticos cuántos asesinatos pudieron haberse perpetrado de acuerdo con la capacidad de las cámaras de gas y del tiempo transcurrido, como si bajando el millonario número de muertos pudiera ser menor la barbarie. Por último, aparecieron los que intentaron justificar el exterminio, el plan diabólico de eliminar a los judíos de la faz de la tierra. Ahí surgen, hasta nuestros días, los argumentos del “gran complot judío para dominar el mundo”. Esto no es nuevo, pero lo que preocupa –deseo expresarlo en este día como concepto central de mi reflexión–, es la constatación de pensamientos, pronunciamientos y actos de intolerancia, de fundamentalismo, que muchas veces son similares al estado existente en la sociedad de la Alemania nazi de la preguerra. Aun cuando desde organismos internacionales como Naciones Unidas o desde legislaciones nacionales como la nuestra se establezca el reconocimiento del Holocausto y se considere como delito común o incitación  al racismo cualquier acto de vandalismo antisemita –incluso hay países que consideran delito específico la sola negación de la Shoah–, con preocupación oímos, no solo a gobiernos del mundo islámico negar el genocidio y amenazar con el exterminio al estado de Israel, sino también la prédica de líderes de organizaciones islámicas –como Hermanos Musulmanes– y representantes políticos de partidos de ultraderecha de países europeos –como Hungría o hace algún tiempo, Austria– que practican un discurso antisemita negacionista o reduccionista, o un pretendido revisionismo histórico con pretendidas justificaciones. Negarlo o disminuir su importancia sería hoy el mayor crimen contra nuestra responsabilidad; y si lo calláramos, de alguna manera seríamos cómplices del mismo crimen histórico cometido en el pasado: me refiero a la pasividad, a no creer en el poder destructivo de algunas ideas nefastas. Basta con atender a una noticia de hace pocos días, que daba cuenta de la aparición de cruces gamadas en un liceo público de nuestro país; si bien hubo intentos de las autoridades del centro de hacer algo para concientizar a los muchachos, lo más grave, sin duda, fue la exclamación de uno de ellos cuando dijo: “¡Otra vez a embromar con los judíos!”. Pequeño pero singular evento, ya que por hechos chicos empieza la gran intolerancia. El antisemitismo rampante de los años treinta del siglo pasado basó su acción en acusaciones varias que, lamentablemente, a pesar de absurdas, persistieron en el tiempo. Las más conocidas fueron: “los asesinos de Cristo”, “los causantes de las pestes”, “los envenenadores de los pozos”; argumentaciones filosóficas e ideológicas del Siglo XIX –nada menos que en Francia y, por supuesto, en Alemania–, que asociaban a los judíos con todos los factores disolventes de nuestras sociedades. Casi ningún país de Occidente ha escapado a estas expresiones y prácticas, pues hay movimientos racistas antijudíos en nuestra propia América. En América del Norte, en Estados Unidos, podemos mencionar a Henry Ford y su periódico antisemita de los años veinte. En América Latina se puede hablar de la Alianza Libertadora Nacionalista en Argentina, del célebre Padre Meinvielle; del movimiento de Acción Integralista Brasileña, de Plinio Salgado, o de otros ejemplos en Chile. Casi nadie escapa de ese flagelo. En nuestro país, una mentalidad contaminada por los vientos fascistas y nazis llevó a la legislación restrictiva de la inmigración “eslava” de Europa Oriental –léase “judía”– en la década del treinta, al rechazo de algunos buques y al desembarco de refugiados judíos. En particular destaco una de ellas porque sigue siendo el sustento ideológico de movimientos en Oriente y Occidente. Me refiero a “Los Protocolos de los Sabios de Sion”; si tuviera que nombrar un libro nefasto, peor que “Mein Kampf” –nada menos que el libro escrito por Hitler–, sería este. “Los Protocolos de los Sabios de Sion” son una falsificación de la policía secreta zarista  –la Ojrana–  y fueron  publicados  por primera vez en San Petersburgo en 1902 –aunque solo alcanzaron una distribución masiva a partir de 1917–, con la finalidad de culpar a los judíos de los males de la guerra y de la revolución. Incluso había una copia entre los efectos personales de Nicolás II, encontrados tras su ejecución.Marx, Trotsky y Kérensky, por ejemplo, eran de ascendencia judía. La mayor parte de los escritos en esos Protocolos fueron plagiados del libro “Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu”, escrito por el autor satírico francés Maurice Joly en el año 1864. Joly atacaba las ambiciones políticas de Napoleón III utilizando a Maquiavelo como una sinopsis diabólica en el infierno. Se descalifica al libro por sí mismo –no solamente por el plagio que sin lugar a dudas está demostrado–, sin perjuicio de sus adeptos –mayormente desacreditados y marginales–, pero los Protocolos siguen vivos, la gran conspiración judía allí escrita sigue divulgándose de alguna manera, vemos levantar su cabeza una y otra vez.“El Huevo de la Serpiente”, como describió magistralmente Ingmar Bergman en su película, está allí, envenenando almas y “confirmando” las más terribles y dañinas calumnias, los mitos, las leyendas negras. El libro “Los Protocolos de los Sabios de Sion” se edita aún hoy, se difunde, se utiliza como “prueba” –supuesta– de la conspiración judía con sus etcéteras. En Arabia Saudita, hasta no hace mucho se incluían ejemplares en los cuartos de hoteles para “ilustración” de los huéspedes judíos. Y encontramos aún hoy, en la furibunda campaña supuestamente antisionista y antiisraelí –yo creo que antioccidente–, los atisbos de esa filosofía enferma: los judíos procurando el dominio del mundo, la banca, la industria, los gobiernos, la degradación de la familia cristiana a través de la seducción y eventual casamiento con mujeres cristianas, etcétera. Nada se escapa de ese maleficio. Mucho de Los Protocolos está en el sustento ideológico y filosófico del antisemitismo contemporáneo y por eso hago referencia a ello.Nuestro querido país, nuestra hermosa nación oriental ha construido y sigue construyendo su destino con el aporte de las diversas colectividades que en diferentes épocas inmigraron y fueron forjando el Uruguay actual, como bien decía el señor Senador Abreu. Somos el colectivo aporte de diferentes culturas, lo que nos ha impregnado en forma mayoritaria del sentimiento de tolerancia y respeto a la diversidad, sustento inalienable de una fuerte democracia paradigmática. Nuestra respuesta al antisemitismo, así como nuestro homenaje a los millones de víctimas de la Shoah, los estamos dando con nuestros actos, con una sociedad abierta, pluralista, enriquecida por los aportes de todas las corrientes inmigratorias, las iniciales en los albores de nuestra historia y las que siguieron. Y hoy celebramos el hecho de que muchos judíos, hijos de esta tierra, también conformaron –los renombrados y los anónimos– lo que es actualmente la identidad nacional. El Uruguay es lo que es gracias al aporte de todos. Es imposible mencionarlos a todos, y tampoco quisiera nombrarlos como si hiciera falta ser encumbrado, ser una excepción, para que el colectivo judío sea reconocido como un ingrediente insoslayable y apreciado de nuestro país, pero quiero destacar algunas personalidades de todos los ámbitos del quehacer nacional. Mencionaré a algunos que ya no están con nosotros, porque nombrar a los de hoy sería hablar de cientos de uruguayos que están construyendo el Uruguay de hoy, codo a codo, con todos nosotros. En las artes plásticas quiero mencionar a José Gurvich, a Zoma Baitler; en medicina, al doctor Moisés Mizraji, padre de la reumatología moderna en el país, y al doctor Mauricio Gajer, quien introdujo el concepto de centros de tratamiento intensivo a la pediatría infantil y todavía hoy, más de una década después de su muerte, es un referente para sus colegas; y en el ámbito político, al señor Guelman y al ex-Diputado y ex-Senador doctor Nahum Bergstein, así como a tantos otros. Todos ellos y muchos más han contribuido a construir el mundo y a nuestro querido Uruguay, no a destruirlo. Terminemos de una vez por todas con las mentiras, los prejuicios, los preconceptos, los mitos, las calumnias y los libelos antisemitas. Ese será nuestro mayor y mejor tributo a las víctimas del Holocausto judío. Como ciudadanos y como legisladores debemos asumir la responsabilidad de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para construir y mantener una sociedad basada y caracterizada por la igualdad, la no discriminación, la multiplicidad y la aceptación del otro, respetando sus tradiciones y su heredad milenaria, que tanto ha dado y seguirá dando al mundo y a nuestro querido país.Muchas gracias. (Aplausos en la Sala y en la Barra)