El heroísmo científico de Einstein

04/Oct/2010

El País, Luciano Álvarez

El heroísmo científico de Einstein

CRÓNICAS DE LUZ Y SOMBRAS
El heroísmo científico de Einstein
02-10-10
Luciano Alvarez
El británico Paul Johnson abre las casi 800 páginas de “Tiempos modernos” (1983) con la siguiente frase: “El mundo moderno comenzó el 29 de mayo de 1919…” Es bien conocida, la tendencia de los historiadores por destacar los “momentos pregnantes”, hechos, instantes, fechas, que concentran y revelan la esencia misma de un tiempo histórico. El postulado de Johnson, tan arbitrario y aceptable como otros merece ser explorado, comenzando por el 28 de septiembre de 1905. En esa fecha, “Annalen der Physik” una prestigiosa revista alemana que se edita desde 1790 en Leipzig, publicó el último de una serie de cinco artículos de un joven científico de 25 años, un judío alemán, que vivía en Berna, Suiza.
Sus vecinos nunca habrían pronosticado en ese individuo extraño, simpático, pero probablemente infeliz, al científico más importante del siglo.
Hacia varios años que trabajaba en la Oficina Confederal de la Propiedad Intelectual, una oficina de patentes. Estaba casado con una mujer serbia, Mileva Maric, cuya inteligencia, fortaleza y autonomía, habían enamorado al joven Albert, a pesar de ser más bien fea, bajita, con una renguera congénita y tres años mayor que él. Se habían conocido en la sección Matemáticas del Instituto Politécnico de Zurich, donde Mileva era la única mujer estudiante. Quisieron casarse, hubo resistencias familiares, quedó embarazada, dejó el instituto sin recibirse; en 1902 nació su hija Lieserl, que sería entregada en adopción y su rastro se perdería para siempre. Al año siguiente se casaron y no fueron felices. De todos modos tuvieron otros dos hijos antes de separarse en 1914 y divorciarse en 1919.
Cuando Albert Einstein publicó los artículos que serían conocidos como los del «Annus Mirabilis» (año extraordinario), escamoteaba tiempo durante sus horas de oficina, para dedicarlo a sus estudios sobre las propiedades físicas de la luz y a la preparación de su doctorado. También ocupaba la mayor parte de su tiempo libre jugando con su hijo Hans Albert, de poco más de un año y recibían amigos para hablar de física, filosofía y literatura, en ruidosas reuniones que irritaban a sus vecinos. Decididamente era difícil apostar a la celebridad futura de Albert Einstein; especialmente para sus antiguos profesores, que lo consideraban un alumno de los que siempre “puede y debe rendir más”, al punto que tardó bastante tiempo en conseguir puestos docentes, lo que explica su trabajo en la oficina de patentes.
En cambio, el inglés Arthur Eddington, hijo de un maestro de escuela y tres años menor que Einstein, fue un alumno brillante que mediante becas sucesivas había obtenido su master en el célebre Trinity College de la Universidad de Cambridge, en 1905.
Radicado en Berlín desde 1913, los trabajos de Einstein sobre la Teoría General de la Relatividad, se difundieron lentamente, sobre todo durante la Guerra de 1914-1918. Sin embargo, en 1916, Ed-dington y otros colegas como Frank Dyson, Astrónomo Real de Greenwich, pudieron obtenerlos gracias a su colega holandés Willem de Setter. Para Einstein era esencial la comprobación empírica de su teoría, para lo cual había diseñado tres pruebas específicas. La principal implicaba fotografiar un eclipse solar. Aún en plena guerra, Dyson obtuvo la promesa del gobierno británico de destinar 1100 libras esterlinas para enviar dos expediciones que tomarían fotografías del eclipse de sol previsto para el 29 de mayo de 1919.
El equipo de Greenwich (Charles Davidson y Andrew Crommelin) iría a la ciudad brasileña de Sobral, en el Estado de Ceará, mientras que el de Cambridge, con Eddington y su asistente E. T. Cottingham se instalaría en la Isla Príncipe, posesión portuguesa, en la costa occidental del África. Los astrónomos pasaron la noche previa a la partida, 8 de marzo de 1919, reunidos en el estudio de Dyson, en Greenwich. A Cottingham se le ocurrió plantear qué sucedería si el experimento fallaba y la teoría de Einstein no podía ser confirmada empíricamente. «En tal caso, Eddington enloquecerá y usted tendrá que regresar solo a casa», respondió Dyson.
El esperado 29 de mayo de 1919 amaneció nublado en Sobral y tormentoso en la isla Príncipe. En Brasil se despejó y Crommelin telegrafió a Londres: “Espléndido eclipse”. En cambio, Eddington sólo pudo tomar 16 fotografías, entre nube y nube, y envió el siguiente mensaje: “A pesar de las nubes, esperanzado”.
Pasaron otras seis noches revelando las tomas, cuidadosamente. Al anochecer del 3 de junio, Eddington se dirigió a su colega: «Cottingham, no tendrá que volver solo a casa».
Jamás una verificación científica acaparó tantos titulares de la prensa. Mientras Einstein se convertía en una celebridad mundial, imagen misma del genio, el propio científico se negaba a aceptar su validez hasta la conclusión de las otras dos pruebas que había diseñado para probar la Teoría General de la Relatividad. Una tu- vo lugar en septiembre de 1922 y la definitiva, el «cambio al rojo», fue confirmada por el observatorio de Mount Wilson (California) en 1923.
Paul Johnson justifica su elección por el “heroísmo profesional de Einstein” y su influencia sobre personalidades como Karl Popper y sus amigos de la Universidad de Viena. Sobre estos supuestos, Popper escribió en 1934 su obra clásica «La lógica de la investigación científica», donde argumenta que una teoría está obligada a ofrecer las herramientas para demostrar su eventual falsedad.
Contrariamente a otras dos figuras fundamentales para el mundo contemporáneo como Marx y Freud, sostiene Popper que «Einstein procuraba experimentos fundamentales cuya coincidencia con sus predicciones de ningún modo demostraría su teoría; en cambio, como él mismo lo dijo, una discrepancia determinaría que su teoría fuese insostenible. Por mi parte, yo pensaba que ésa era la auténtica actitud científica».