El Egipto de las posibilidades

14/Feb/2011

El Observador, Pablo Aragón

El Egipto de las posibilidades

Con firma Por Pablo Aragón. Especial para El Observador.
14-2-2011
Este es, hoy, el momento mágico de Egipto: ese breve respiro en el que un pueblo, agobiado por la prolongada, estéril y prepotente dominación de un régimen sin ideas, violento, pringoso de corrupción y autocomplacencia, cae bajo el peso de su pudrición y, al así hacerlo, abre la ventana a una vaharada de bienvenida esperanza y expectativa.
Lo que ahora sigue, tras la renuncia de Hosni Mubarak a la jefatura del Estado, será ciertamente menos inspirado: la sucesión de momentos en los que los oportunistas, los venales, los arribistas, saquen de las manos de esos jóvenes, de esas familias martirizadas, este instante de posibilidad, de bien pagada libertad.
Fueron apenas 18 días, pero cambiaron la historia de Egipto y, con ella, la de Medio Oriente. Comenzó el día en que la juventud de las grandes ciudades egipcias entendió que era, cuando menos, insultante celebrar un Día de la Policía, el nombre que en realidad recibía la brutal fuerza de choque del régimen, empleada por el Ministerio del Interior y el Servicio Investigador de la Seguridad Estatal.
¿Policías? Aquellos eran rufianes en uniforme, responsables por flagrantes torturas (450 casos registrados en nueve años, 125 de ellos fatales) y desapariciones (73, desde 1992), además de innúmeros actos de represión política, persecución y hostigamiento, perpetrados bajo el mando de un “Estado de Emergencia” instaurado tras la muerte de Anwar el Sadat en 1981 ¡Y mantenido incambiado desde entonces!
A las protestas que aquella jornada desatara se sumaron los desbordes del atónito régimen, reducido a presentar a su octogenario carro alegórico por televisión, el que, mientras mentía bajo las sinuosidades de sus teñidos cabellos, desataba, el 2 de febrero, la desmadrada violencia de sus matones a sueldo, una caterva de peronistas egipcios que, con palos, cadenas, caballos y camellos, arrastró su voracidad entre los manifestantes de la bien llamada Plaza de la Liberación de El Cairo, engalanándolos con una indiscutible victoria.
Para entonces, la dictadura egipcia se embarcó en todos los errores del manual. Aseguró que convocaría a elecciones generales en setiembre de este año& como si el hambre de libertad de los martirizados pudiera esperar a ver cómo reeditaba la carnestolenda electoral de 2008, con toda su panoplia de trampas.
Designó por vez primera un vicepresidente, Omar Suleiman, pretendiendo despertar la esperanza de un relevo pese a que Suleiman es el jefe de las fuerzas de inteligencia militar a las que el pueblo debe sus sevicias para no hablar de la repugnante práctica de recibir prisioneros de la llamada “guerra contra el terrorismo” a fin de someterlos a torturas. Buscó tapar el cielo con las manos, silenciando celulares, interrumpiendo los servicios de internet, emitiendo estupideces por televisión, en tanto la gente moría, sin cámaras, en las calles. Atribuyendo sus pesares a una cadena noticiosa, a los periodistas extranjeros.
El jueves 10 de febrero alcanzó la cúspide de su ridiculez al anunciar, por boca del dictador, que no habría renuncias, que habría reformas constitucionales, que todo estaba en calma y que todo el mundo podía volver a sus casas, porque los gorilas habían oído el reclamo, lo compartían y ya verían cómo atenderlo de aquí a setiembre. La furia que el anuncio desatara en las calles de las ciudades en llamas, el grito de la plaza Tahrir, debe haber resonado como una bíblica tormenta de escarmiento ya que, horas después, un abatido Suleiman anunciaba que Mubarak había puesto el mando en manos de un consejo ejecutivo de las Fuerzas Armadas. La dictadura había caído.
La intemporal rutina de estos pujos de la libertad indica que hoy todo es posible en Egipto. Suleiman intentó atemorizar al mundo con el espantajo de una dictadura militar podría ocurrir, pese a que las Fuerzas Armadas (un verdadero conglomerado económico y social nacido en la noche nasserista, cuidadosamente alimentado por la dictadura y la dádiva estadonidense que, a razón de 2.000 millones de dólares anuales, cree así sustentar el edificio del tratado de paz egipcio-israelí de 1979) puntillosamente buscaran mantener un equilibrio entre los contendientes callejeros de enero.
¿Un gobierno de coalición entre las diferentes fuerzas políticas? Si es que las hubiera Los partidos opositores no existen, por cortesía de las mazmorras de Mubarak. La Hermandad Musulmana aún no se sacude el sambenito de ser el demonio islámico del circo represivo que el régimen había cuidadosamente orquestado. Los jóvenes que mediante las nuevas tecnologías ganaran las calles, seguramente resistirán ser acollarados por los viejos posibilistas a los que Egipto no debe, por cierto, nada de su actual libertad.
El gobierno israelí, convertido en puntal de Mubarak por obra y gracia de la percepción de sus propios intereses, hoy teme que Egipto desmonte el proceso iniciado en 1977, convirtiéndose en un riesgo para la seguridad en su frontera meridional, tal vez en un apoyo a Hamas y la población de Gaza. Para este gobierno, pues, la libertad de la plaza Tahrir tal vez también encierre una interesante lección: que la lógica de Camp David exigía el retorno de los territorios ocupados en 1967, no su colonización. Un Egipto democrático, embarcado en una diplomacia de paz, estará en mejor condición de recordarle esto a las actuales autoridades israelíes. Mejor de lo que lo estaba el vetusto carcamán al que cualquier exceso le era perdonado, siempre que viajara con frecuencia a Washington y perpetuara una “paz fría” con Israel.