“El dilema humano no se resume en la simple antinomia de amar u odiar, sino en la difícil y noble tarea de comprender”

06/Feb/2013

Senador Sergio Abreu, Discurso en la Comisión Permanente (28 de enero de 2013)

“El dilema humano no se resume en la simple antinomia de amar u odiar, sino en la difícil y noble tarea de comprender”

SEÑOR PRESIDENTE.- Tiene la palabra el señor legislador Abreu.SEÑOR ABREU.- Señor Presidente: quiero saludar, no sólo a los legisladores en la persona de su Presidente, sino al Comité Central Israelita del Uruguay, a la Comunidad Israelita del Uruguay, a la B’nai B’rith, a la Nueva Congregación Israelita, al Consejo Uruguayo de Mujeres Judías, a la Comunidad Israelita Sefaradí del Uruguay y a todas las organizaciones que están presenciando esta sesión y comparten con nosotros, más que un homenaje, una reflexión, una profunda y humana reflexión sobre nuestra naturaleza y sobre los hechos y circunstancias en los que pueden verse involucrados los seres humanos.Hace muchos años que estamos en este tema, y quizás tenemos, también, algunas experiencias humanas muy cercanas que nos han hecho vivir y revivir los horrores de la guerra y lo que puede hacer el odio entre los pueblos: que se maten entre nacionales por el simple hecho de haber nacido en una parte de un territorio; que se defina al enemigo por el lugar en que nació, por la raza, por la etnia o por otras razones. Esa discriminación termina, justamente, con la diferencia entre el animal irracional y el ser humano: cuando el ser humano se lanza a cercenar los derechos, la vida y los aspectos fundamentales del prójimo es cuando más se transforma en una bestia. Estoy hablando en nombre del Partido Nacional, señor Presidente, y lo hago con inmenso honor, pero además con responsabilidad y conmovido por muchas circunstancias: por estas que explico y por muchas otras. Hoy hace 68 años que los soviéticos entraron en Auschwitz; por eso, Naciones Unidas ha elegido esta fecha especial para declarar el “Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto”, con la resolución que con mucha elocuencia y precisión mencionó el señor Senador Rosadilla.Esa declaración tiene un elemento importantísimo: rechaza toda negación parcial o total del Holocausto como hecho histórico. Esto quiere decir que no se puede relativizar ni negar; solo se puede condenar lo que sucedió, que no se dio por generación espontánea, sino que es una situación que el pueblo judío arrastró durante mucho tiempo. En estos días –no sé si no fue hoy mismo–  Pilar Rahola publicó lo siguiente: “Antes de que ese mal puro se perpetrara”  –que Lanzmann  describe como el Shoah que todos conocemos–  “se cavó durante siglos un profundo surco de odio y prejuicio contra un pueblo entero, cuya identidad tuvo que construirse en la lucha por la supervivencia. Nada de lo que pasó en Auschwitz es ajeno a siglos de persecución religiosa y política que hicieron de Europa” –la que tantas veces nos indica el camino de la verdad– “la casa, pero también el cementerio, del pueblo judío. Dos tercios de la población judía europea desaparecieron convertidos en humo. Por ello es importante conmemorar un día como hoy, porque nunca habrá suficiente pedagogía contra el odio. Y el holocausto es el paradigma de todos los odios”.Umberto Eco –a quien todos conocemos–, para aclarar este concepto que tratamos de desarrollar –y pido disculpas porque me estoy citando a mí mismo en algunas conferencias que he dado, pero al menos trato de ratificar lo que siempre he sostenido y pensado–, decía: “la opinión pública occidental descansa sobre dos ideas con las que trata de tranquilizar su conciencia:” –diría que es como ponerle medias suelas a su conciencia– “el antisemitismo es una cuestión árabe y, en Europa, se reduce a una estrecha franja de neonazis”. Sin embargo, son muchos los siglos de albergar demonios adentro, por lo que el componente judeofóbico sigue estando presente en sectores importantes de nuestras sociedades. Hay también un nuevo antisemitismo, encubierto bajo la forma de formulaciones antisionistas y de deslegitimación del Estado de Israel. Con esa profundidad que lo caracteriza, Eco decía que es difícil distinguir la oposición a la política de un Primer Ministro de Israel, sea cual fuere su filiación partidaria –con la que pueden coincidir muchos hebreos porque, obviamente, la democracia israelí permite tener coincidencias y discrepancias en el seno de ese Parlamento, el Knesset–, porque es difícil distinguir la política del antiisraelismo y del antisemitismo. Pero cuando la crítica al Estado de Israel y a las acciones y políticas de sus gobernantes viene acompañada de la banalización del Holocausto, de una visión maniquea del conflicto palestino-israelí, de la minimización del terrorismo y su justificación como forma de lucha legítima, estamos –en términos más o menos explícitos– ante una nueva forma de antisemitismo. Lo que con tanta elocuencia expresó Umberto Eco también es parte de nuestras reflexiones sobre lo que somos como ciudadanos, como integrantes de esta comunidad. Esta visión, que para nosotros es tan importante, señor Presidente, tiene que estar definida por una coherencia –no ya por una homogeneidad– en la expresión y defensa de determinados principios que no pueden ser relativizados. Siempre hemos sostenido que cuando se toma posición contra el imperialismo, contra la violación del Derecho Internacional o de los Derechos Humanos, si se ha incurrido en esas conductas, resultan tan violadores de estos derechos los amigos como los adversarios. Esta es la gran diferencia que existe en muchas apreciaciones de carácter político que se formulan en algunos ámbitos: cuando se trata de una afinidad, se pone el acento en el adjetivo favorable; pero cuando se trata de una discordancia, se intenta disimular el mismo hecho buscando la interpretación más laxa, con la intención de evitar lineamientos que puedan justificar o no las contradicciones, las mismas a las que el profesor Robert Wistrich hacía referencia en su famosa advertencia sobre la proliferación de “actores armados” transformados hoy, modernamente, en nuevos caballos de Troya. Este tema nos hace reflexionar, pero no para rendir un homenaje de carácter protocolar como los que generalmente se hacen para recordar personas y hechos; este es un tema que genera gran impacto en la humanidad, una profunda reflexión sobre la naturaleza del ser humano, y que por lo menos nos hace pensar cuál es el grado de intolerancia y soberbia que podemos mostrar en algún momento, al establecer que una raza es distinta, que un color es diferente, que alguien es menos o no tiene derecho a pensar ni a vivir, máxime en épocas en que los Derechos Humanos comienzan a  avanzar con una fuerza mayor que la que tuvieron durante tantos años. Es por ello que debemos evitar esa dualidad, que muestra indiferencia hasta frente a atentados como el ocurrido con la bomba contra la AMIA, en Argentina. Hoy se ha firmado un convenio entre los Gobiernos de Argentina y de Irán para empezar buscar, casi veinte años después, a los responsables de ese atentado terrible, de un terrorismo malsano, inhumano, en el que obviamente existen responsabilidades y acusaciones de toda naturaleza, pero que todavía no somos capaces de aclarar en nuestro barrio, en nuestras comunidades, en el Río de la Plata, que abrió sus brazos y sus puertas para que las colectividades de todos los Estados, y en particular del judío, tuvieran un lugar para vivir en paz, sin ser perseguidas. Si nosotros no afirmamos esto con fuerza, se termina banalizando el Shoah, minimizando el genocidio y también el Holocausto.Señor Presidente: no se trata de una circunstancia política puntual, porque cuando vemos y analizamos esto, advertimos que el pueblo judío nos ha enseñado que el dilema humano no se resume en la simple antinomia de amar u odiar, sino en la difícil y noble tarea de comprender. Comprensión y tolerancia componen el hilo conductor del amor y del entendimiento humano, aunque parezca hasta una expresión un tanto romántica y banal. En tiempos tan duros de la vida del mundo hemos perdido el sentido de la ternura y del amor, y solemos utilizar esas palabras como último recurso, o les buscamos sustitutos para no entrar en lo que algunos piensan que podrían ser aspectos semánticos de la cursilería. De la tolerancia se deriva el respeto y la consideración hacia las opiniones de los demás, aunque no coincidan con las nuestras, y el pueblo judío vio durante todos estos años –no solamente durante la feroz expresión del nazismo inhumano, sino desde mucho antes– que la tolerancia está reñida con el autoritarismo y, por lo tanto, con la violencia. En consecuencia, en la antesala de la paz y del diálogo está nada más que eso: la tolerancia, que es el principio básico que da sentido a la libertad. Pero la tolerancia no se construye por generación espontánea. La lucha de clases, el nazismo, el estado fascista o el fundamentalismo religioso no surgen de la nada; se gestan en forma escalonada en hechos y en circunstancias que a veces hasta parecen aislados, impulsados por medios de comunicación y propaganda, manipulados por algún dictador de turno de cualquier época y por las mentiras oficiales, que siempre son parte de una imposición –hasta silenciosa y disimulada– sobre la humildad y la fragilidad del ciudadano común. Todas estas cosas demostraron que lo que era imposible se transformó en improbable, y lo que era improbable devino en tragedia.En cada instancia como la de hoy, señor Presidente, se nos presenta una forma de reflexionar sobre las amenazas a la paz internacional que se ciernen en varias partes del mundo, en especial hoy en Medio Oriente, con estas particularidades y serias dificultades para entender y llevar el hilo respecto de muchas de las conductas que se producen de un lado y del otro. Lamentablemente, la historia –esto lo decía el doctor Julio María Sanguinetti cuando le fuera otorgado el Premio Jerusalén, distinción que tenemos el honor de compartir– nos enseña que no hay protección efectiva para la iracundia y que la lucha por la tolerancia no debe tener descanso, en particular en estos días, cuando nuevamente el odio y la confrontación se tratan de instalar en forma irreconciliable. Somos testigos –como lo fuimos en la historia, pasiva o activamente– de liderazgos que alimentan odios y resentimientos que van más allá de lo que cada ciudadano pueda desarrollar en su propio interior, hasta en su espíritu. Es así que vemos convocatorias a la violencia y al exterminio, y anuncios sobre la iniciación de una cuenta regresiva para la destrucción del Estado judío. En muchos lugares, y aun en nuestro continente, la tolerancia parece ceder lugar a la violencia propiciada por los portadores de la “verdad revelada”. Esto es lo que nos demuestra que no hay lógica para la violencia, que esta se previene y combate con firmeza y determinación, pero también con la mano tendida como expresión de nuestra ética judeocristiana. El puño crispado no es el estilo corriente y permanente de un relacionamiento. El propio profeta Zacarías nos enseñaba la palabra del Eterno: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu”; así ha dicho el Eterno de los ejércitos. Bajo esta perspectiva es necesario impulsar –y también para tomarla como parte de la comunidad política del Uruguay– una renovada lógica humanista, que empieza y continúa todos los días en la familia, en el trabajo, en la comunidad, para extenderse como una nube de espíritu destinada a sustituir los excesos de la tecnocracia materialista. El esfuerzo debe centrarse en el juego equilibrado entre la libertad y la responsabilidad, ambos dando sustento al contenido ético de la conducta humana, porque de nada vale proclamar estos valores para la sociedad si no los incorporamos al compromiso individual de nuestra vida común. Si afirmamos esos valores, ni la persecución al pueblo judío ni el Holocausto volverán a repetirse, porque la comunidad internacional recordará que por ignorancia o silencio acompañó en pasiva complicidad –como bien decía el señor legislador Rosadilla– páginas de horror de la humanidad, dentro y fuera del país. ¡Y no volverá a suceder! Como dijera en su momento nuestro recordado y querido Washington Beltrán al recibir el Premio Jerusalén: cuando una estructura de Derecho se desmorona, sus escombros sepultan a todos, y cuando se descarga la fuerza de la barbarie contra una persona, un grupo o una raza, la descarga nos alcanza a todos.Señor Presidente: la brevedad debe ser compatible con la emoción y el compromiso, y por ello quiero finalizar, en primer lugar, recordando el cumpleaños de Wilson Ferreira Aldunate. Un día como este nació Wilson Ferreira, quien nos enseñó y dejó como legado muchos de estos aspectos en sus espléndidos discursos y compromisos –y no únicamente con el Estado de Israel–,  que no solo asumió, sino que también transmitió a su familia. Y debe quedar claro que esta definición o herencia que suelo mencionar puedo hacerla extensiva a tantos otros integrantes de distintos partidos políticos, porque no creo ni quiero que pueda entenderse que hablar en nombre de un partido es una manera sesgada de interpretar un sectarismo inadecuado e inmoral. Lo que pretendo es poner en evidencia que no hay lógica para el terror y que debemos prevenirlo con firmeza y determinación. Cuando Caín era buscado por el Señor, respondía: “¿Acaso soy el guardián de mi hermano?” Si queremos que la memoria sustente un futuro alejado de esos errores debemos contestar: “Sí, soy el guardián de mi hermano, de la sangre de mi hermano, de la vida de mi hermano”. Los valores y los derechos no se salvan cuando se sale en su rescate después de su desconocimiento, sino que se preservan todos los días en la vida de nuestras familias, de nuestras empresas, de nuestra fe religiosa –si la tenemos–, de nuestros parlamentos –que tenemos gracias al pueblo y a nuestra lucha– y de nuestra convivencia política, tanto interna como externa.Hoy venimos a hacer un homenaje en defensa de los valores, más aun tratándose de un país pequeño como el nuestro, un Estado que abrió los brazos a todas estas corrientes migratorias; en general, cada uno tiene algún antepasado que vino a buscar un mejor destino, pero a la comunidad judía le dio todo lo que hoy podemos tener de orgullo en muchas de las expresiones de su vida cultural, política y económica. Esta conmemoración nos compromete a todos, fundamentalmente en estos momentos en que el mundo y la región –nuestra región– viven una gran incertidumbre, y en que los Derechos Humanos se desconocen en el universo tanto o más que lo que se proclaman. Como ahora hablo en nombre del Partido Nacional –y no lo hago, digamos, por un recurso político–, quiero terminar mi intervención recordando las palabras del doctor Luis Alberto Lacalle Herrera –ex¬-Presidente de la República, ex¬¬-Presidente de nuestro Partido y actual Senador, que no está aquí porque no integra la Comisión Permanente–, que en un acto conmemorativo de la Noche de los Cristales Rotos en Montevideo dijo estas palabras, que quien habla repitió en Asunción cuando fuera invitado por la B’nai B’rith: “El viento del Shoah, que tantas veces amenazó apagar las velas de nuestro Menorah debe ceder al suave murmullo que percibió Elías después del viento, el terremoto y el fuego en presencia del Señor. De nosotros depende oír ese suave murmullo, de nosotros depende que supere siempre a la tempestad, porque seguiremos diciendo y diremos siempre: Shemá Israel, Adonai Eloheinu Adonai Ejad”.Muchas gracias.(Aplausos en la Sala y en la Barra)