Egipto: la revolución de las sorpresas

07/Feb/2011

El Observador, Pablo Aragón

Egipto: la revolución de las sorpresas

CON FIRMA POR PABLO ARAGÓN ESPECIAL PARA EL OBSERVADOR
7-2-2011
La de Egipto ha sido, por cierto, una revolución de sorpresas. Comenzó por la de sus mismos organizadores, los mayormente jóvenes integrantes de un movimiento claramente informal (con excepción del grupo llamado 6 de Abril en Facebook) que desde 2008 agita, desde las clases medias urbanas y afectas a la tecnología de las comunicaciones, por una apertura democrática en Egipto.
El 25 de enero pasado, estos jóvenes decidieron organizar un “día de furia” contra el régimen encabezado por Hosni Mubarak pensando en dar, con ello, un primer paso en el largo camino de erosionar el dominio de la oligarquía gobernante y, tal vez, restar legitimidad a los intentos del régimen en el sentido de establecer una virtual monarquía, que entronizara en la presidencia al hijo de Hosni, Gamal Mubarak.
La masiva asistencia a las protestas, y la lucha campal que se planteara entre los manifestantes y las fuerzas de la hasta ahora omnímoda fuerza represiva del régimen, Seguridad Central, dejó aquel día planteada una segunda sorpresa: los opositores a Mubarak controlaban las calles de las principales ciudades, estaban dispuestos a sostener serias pérdidas, y habían ocupado la céntrica Plaza de la Liberación en El Cairo, proyectando al mundo su rebelión.
La tercera estuvo a cargo del arco opositor. El grupo más articulado, la Hermandad Musulmana, se había abstenido de convocar a la marcha. Con muchos de sus militantes presos, es una figura de ficción que el régimen ha cultivado con esmero: si bien denuncian, con fervor, los acuerdos que Mubarak sostiene con Israel y con EEUU en materia de seguridad regional, son apenas núcleos de tibios, viejos y oportunistas islámicos, geográficamente dispersos, sin proyección social significativa, tal vez bien organizados, pero confinados a una rutina de militancia y módica ayuda social que les torna en un león islámico sin dientes. Cuál no sería el azoro de la Hermandad cuando los jóvenes “twiteros” pasaban por encima de sus anticuados remilgos, enfrentando, sin distinción de sexo, a la impresionante policía del régimen.
La cuarta sorpresa la tuvo el aspirante a liderar la oposición al régimen, el ex secretario de la Organización Internacional de Energía Atómica, Mohamed elBaredei. Descendido del avión, se dirigió al centro de El Cairo esperando ponerse al frente de la revuelta, solo para descubrir que los jóvenes manifestantes no lo conocen siquiera: es, apenas, un turisferario internacional con magnífica prensa en los medios que nadie lee en Egipto. ElBaredei aún cuenta con esta caja de resonancia, y la hará cantar todo lo que pueda de aquí a las próximas semanas. Como los hermanos musulmanes, sin embargo, lo único que intentará será ponerse al frente de una caravana que partió sin darles aviso.
La quinta sorpresa se la llevó la administración Obama en Washington.
Uno de los momentos de esplendor retórico del presidente de Estados Unidos fue, precisamente, cuando meses atrás se pronunciara en El Cairo a favor de un mundo árabe democrático y abierto. Su anfitrión, ahora queda claro, era uno de los menos democráticos y más cerrados autócratas de ese mundo. Intentando evitar que los impredecibles manifestantes egipcios identificaran al dictador camino a la caída con EEUU, la administración Obama dio un giro de 180 grados, exigiendo el lanzamiento de reformas políticas inmediatas en Egipto.
Cuando Mubarak maniobraba intentando desactivar la crisis al renunciar a un sexto mandato al frente del país y designar un vicepresidente militar, Omar Suleiman, que pudiera traer sosiego al país, Washington le hacía decir al asesor de prensa de la Casa Blanca que el proceso de cambio en Egipto “comenzó ayer”.
Esta pieza de tontería política ya ha generado lo previsible. Israel, en donde así Mubarak fuera Belcebú y se desayunara niños con su café oriental les tendría sin cuidado, en tanto se respeten los acuerdos de paz de 1979, ha reaccionado con ira frente a lo que ve como una ingenuidad estadounidense, equivalente a las presiones que Jimmy Carter ejerciera en 1979 sobre el tambaleante sha de Irán, Reza Pahlevi. Sumarse al linchamiento de Mubarak con tan absurdo entusiasmo, se razona con justeza, no va a mejorar en un ápice la imagen estadounidense en Egipto o Medio Oriente, donde sí se tomará nota, en cambio, de la facilidad con la que uno puede pasar de ser recibido con todos los honores en la Casa Blanca hoy y ser pateado en el piso mañana. La paloma de campanario ataca de nuevo.
La sexta sorpresa no ha sido tan extensamente cubierta, pero está allí. El mundo contiene la respiración ante la posible caída de Mubarak y que ello abra el camino a que Egipto se convierta en otro régimen fundamentalista islámico, del estilo iraní. Eso, al menos, era lo que conservaba al octogenario en el poder. Los manifestantes de la plaza Tahrir, sin embargo, no parecen entusiasmados en corear consignas islámicas, expulsar a las mujeres de sus filas o hacer un alto en sus protestas a fin de orar cara a la Meca. ¿Dónde, por Alá, están los fanáticos de los que Mubarak decía protegernos?
La última sorpresa no lo es tanto: cuanto más información parecemos tener en la mano, menos parece que podamos desentrañar el mundo que nos rodea. Ver a los burócratas de Washington corretear de un lado a otro con desesperación a fin de ver cómo “reaccionar” frente a tanta sorpresa es, realmente, muy penoso. “Hemos oído su voz”, trata de sonar, tranquilizador, Barack Obama. No creo que haya sido eso lo que oyeron: los jóvenes egipcios no le estaban hablando y, si le sirve de algo saberlo, tampoco lo están oyendo.