Dos grandes: Emanuel Adler y Enrique Iglesias

09/Ago/2021

El Observador- por Adolfo Garcé

El pasado viernes 6 de agosto, la Asociación Uruguaya de Ciencia Política realizó un homenaje muy especial a un colega tan poco conocido en nuestro pago como admirado en el mundo. El profesor Emanuel Adler recibió el Premio Aldo Solari, a una “vida de contribuciones distinguidas en ciencia política”. El próximo miércoles 11, la Asamblea General realizará una sesión especial para rendir tributo al Cr. Enrique Iglesias “en reconocimiento a su permanente apoyo a la promoción del desarrollo económico, social y cultural de nuestro país”. Crédito foto: Leonardo Carreño (El Observador)

Es ahora, ahora que hay tantos problemas y desafíos, ahora que tanta gente encuentra tantas razones para no soñar, ahora que prevalece la desconfianza y el fastidio entre quienes legítimamente piensan distinto, es ahora, en este tiempo de pandemias y malhumores, cuando más hay que detenerse a celebrar vida y obra de personas tan buenas como ellos.

Emanuel Adler nació en Uruguay en 1947. A comienzos de los setenta se instaló en Israel y, poco después, comenzó sus estudios universitarios en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Luego de graduarse como Bachiller (1974) obtuvo la Maestría en Relaciones Internacionales (1976). Continuó su formación en Estados Unidos, en la Universidad de Berkeley, donde culminó su doctorado bajo la dirección, nada menos, que de Ernst B. Haas. Trabajó durante décadas en la Universidad Hebrea de Jerusalén y en la Universidad de Toronto. Fue editor durante cinco años de International Organization, una de las revistas más prestigiosas en su campo. Ha recibido importantes reconocimientos por su brillante trayectoria. Desde el año 2002 es miembro de la Academia Europea de Ciencias, desde 2010 Profesor Honorario de la Universidad de Copenhague, y desde 2013, es miembro de la Sociedad Real de Canadá.

Adler es, sin ninguna duda, uno de los principales exponentes mundiales en el campo de la teoría de las relaciones internacionales. En particular, se ha convertido en un referente teórico insoslayable de las teorías constructivistas en Relaciones Internacionales. Más específicamente todavía, es un exponente del “practice turn”, es decir, de la movida intelectual verificada en diversas disciplinas, alimentada por el pragmatismo filosófico, orientada a poner en el centro de la agenda de investigación el estudio de las prácticas sociales. Si tuviera que definirlo en mis propias palabras diría que su pensamiento es una versión actualizada, realista y modesta de la vieja apuesta de la modernidad y del programa iluminista a las luces de la razón, a las razones de la ciencia y al progreso moral.

Enrique Iglesias nació en Asturias, pero muy pronto cruzó el océano en barco con su familia (“vimos pasar un Zeppelin”, contó alguna vez) para radicarse en Uruguay.  De ese hogar modesto salió un estudiante brillante y curioso. Siendo adolescente estudió taquigrafía y teatro, aprendió francés e inglés (en la década del sesenta, no me pregunten cómo, se las ingenió también para estudiar ruso). Su paso por las aulas de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración no pasó desapercibido. Poniendo de manifiesto sus aptitudes para el liderazgo, creó el grupo de viajes. Rápidamente pasó a desempeñar tareas docentes y se integró al pequeño equipo de investigación de la época. Combinó sus tareas en la universidad con la actividad privada como gerente de un banco. Siempre dijo que esa experiencia de gestión le permitió entender más a fondo la economía real.

Su vida dio un vuelco decisivo hace exactamente sesenta años. En agosto de 1961 se lanzó la Alianza para el Progreso (ALPRO). Este ambicioso programa fue una iniciativa de signo panamericanista del presidente John Kennedy. La idea era sencilla. Si EEUU quería evitar más revoluciones como la cubana debía favorecer el desarrollo económico y social de los países de América Latina. En la época, no se concebía la gestión económica sin planificación (“imperativa” o “indicativa”). Por eso mismo, en la Carta de Punta del Este se estableció que, para acceder a los fondos asignados por ALPRO, los países deberían elaborar “planes de desarrollo amplios y bien concebidos”. En ese contexto, el contador Juan Eduardo Azzini, ministro de Hacienda, convocó a Iglesias para liderar la elaboración de ese plan. Fue así como nació la CIDE, que generó primero expectativa y luego frustración.

En 1965, en plena crisis financiera, viajó con Wilson (el “primer ministro”) en la Misión Refinanciadora. En 1967 pasó a presidir el Banco Central, una de las creaciones de la “reforma naranja”. El clima político en Uruguay se puso cada vez más turbio. La muerte de Líber Arce por un disparo de la policía durante una manifestación estudiantil terminó de persuadirlo de tomar distancia, y de aceptar la invitación de Raúl Prebisch para trabajar con él. A partir de ahí asumió importantes responsabilidades en instituciones internacionales. Tuvo una participación protagónica en la Primera Cumbre de Medioambiente (Estocolmo, 1972). Asumió la Secretaría General de Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, 1972-1985), la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID, 1988-2005) y la Secretaría de la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB, 2005-2014). Entre 1985 y 1988, durante la primera presidencia de Julio María Sanguinetti, fue Ministro de Relaciones Exteriores.

El destino quiso juntar dos homenajes en menos de una semana, a dos uruguayos que desplegaron su talento por el mundo prestigiando a nuestro país. Emanuel Adler e Enrique Iglesias trabajaron y trabajan, intensa y persistentemente, cada uno a su manera y desde su lugar, por la paz en el mundo y la cooperación entre los pueblos. Tienen en común, además, la bonhomía, la sencillez y la modestia genuina de los más grandes.