Diputado Diego Reyes: “La Shoá no atentó sólo contra el pueblo judío, sino contra la humanidad en su conjunto”

07/Feb/2023

Continuando con la sesión de la Comisión Permanente del 27 de enero, en el marco del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, hoy publicamos la oratoria del Diputado Diego Reyes del Frente Amplio. En parte de su alocución, el legislador destacó la figura de Ana Vinocur y la existencia de una escuela pública con su nombre, y también la labor del Centro Recordatorio del Holocausto.

En el año 2005 la ONU estableció el día 27 de enero como la fecha para que todos sus Estados miembros recuerden a las víctimas del Holocausto y en ellas al horror planificado y provocado por el régimen nazi. Desde entonces, alrededor del mundo, en un día como el de hoy se recuerda a las víctimas de la Shoá, nombre con el que el pueblo judío recuerda al Holocausto. Ya la existencia de dos nombres para denominar este acontecimiento nos indican una de sus singularidades: cuando el mundo se enteró de lo ocurrido dentro de los campos de concentración y exterminio, en los guetos y en los fusilamientos previos y posteriores a 1942, no había una palabra para denominar lo acontecido con el pueblo judío, por lo que se eligió el término Holocausto. En su origen esta palabra se refiere a un sacrificio u ofrenda a Dios. Hoy el pueblo judío recuerda este tiempo con el nombre de Shoá, que en hebreo antiguo significa cataclismo o desastre.

Año a año en Uruguay esta conmemoración cae en tiempo de receso parlamentario. En definitiva, el Parlamento es el representante del pueblo uruguayo razón por la que en el día de la fecha nos reunimos para decir bien alto que nosotros recordamos.

La fecha fue elegida porque un día como hoy, en 1945, tras la ofensiva final de los aliados contra el nazismo, las tropas soviéticas ingresaban a Auschwitz, campo de exterminio, emblema del intento de deshumanización que ciertas personas pueden infligir a otras. Es cierto que rescataron a los pocos sobrevivientes que allí quedaban con algo parecido a la vida y que no pudieron ser arrastrados a las marchas de la muerte, pero al entrar también encontraron las montañas de restos humanos que, en su derrota, los nazis no pudieron destruir. Permanecieron como testigos silenciosos de la llamada solución final al problema judío. Ese 27 de enero de hace setenta y ocho años la humanidad perdió su inocencia al correrse el telón de la verdad al mundo entero. Las grandes potencias ganadoras ya tenían suficientes datos como para tener una idea de lo que estaba pasando. Si bien el horror de aquel hallazgo quedó retratado y filmado para la historia –y sigue causando repudio y solidaridad con los que sufrieron la persecución en carne propia–, el químico, escritor y sobreviviente italiano, Primo Levi, nos recuerda  que –y cito–: «El que estuvo allí nunca podrá salir y el que no estuvo nunca podrá entrar».

En días como hoy podemos intentar aproximarnos, aprender de lo ocurrido, grabarlo en nuestra memoria para que no vuelva a ocurrir.

La resolución de la Unesco que llama a honrar a los seis millones de víctimas agrega luego la necesidad de luchar activamente –y cito textualmente- «contra el antisemitismo, el racismo y toda forma de intolerancia que pueda conducir a actos violentos contra determinados grupos humanos».

Uruguay recibió después de la guerra a muchos sobrevivientes. Cada uno de ellos encontró en nuestro país un lugar donde volver a comenzar. En los casos más afortunados más de un miembro de familias numerosas llegaron aquí. En otros, como únicos sobrevivientes de  sus familias formaron la propia en nuestro país. Algunos decidieron hablar sobre lo acontecido y otros optaron por el silencio. Hablando o callados, las heridas de los sobrevivientes, los recuerdos de lo vivido y las ausencias calaron hondo y hoy hijos y nietos siguen dando testimonio porque, como expresó el sobreviviente y Premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel, quien escucha a un testigo se convierte en testigo. A todos ellos los honramos en la figura de una sobreviviente que tomó la ciudadanía uruguaya y cuyo nombre hoy lleva la Escuela pública n.º 359: Ana Vinocur.

En el marco de un día como hoy, de conmemoración de lo acontecido en el Holocausto, en el año 2007 fue votada por unanimidad una moción para que una escuela llevase su nombre, cristalizándose en junio de 2009 en la Ley n.º 18521. En aquel 2009 la Escuela Ana Vinocur era la primera y única en el mundo con el nombre de una sobreviviente del Holocausto de la que Yad Vashem –la  principal institución  de recordación del Holocausto en el mundo– tuviera conocimiento.

En su testimonio, Ana Vinocur recuerda este día de hace setenta y ocho años: «Es inexplicable la  sensación que se tiene al saberse liberado de las cadenas después de seis años de cautiverio en el infierno. ¿Cómo encontrar palabras adecuadas? No podremos borrar nunca lo que hemos soportado llegando a grados infrahumanos. Tampoco podremos recuperar lo que hemos perdido; ni todas las riquezas del mundo agolpadas lograrían borrar las huellas tatuadas en nuestros corazones. A pesar de todo tenemos que seguir adelante y edificar nuestro futuro. A lo vivido es imposible darle un título; todos los nombres que existen palidecen ante esta realidad. No lo confundan con una novela, esto es una historia verídica  entre miles que hubo en la época de los nazis. Es solo un leve esbozo de lo que fue ciertamente. No se debe permitir que los tiranos lleven el mundo hacia la esclavitud. Tendrán que tener siempre presente esta tremenda historia para que no se repita jamás. Es necesario que las futuras generaciones sepan defender, comprender y apreciar la palabra libertad».

Ana Vinocur –quien falleció en el año 2006–, junto a Chil Rajchman y algunos otros, dio a nuestra sociedad los primeros testimonios de lo ocurrido durante la Shoá; aunque estaba lejos de aquellos campos de concentración, también podía y puede aprender sobre lo ocurrido en la Shoá, cuando un grupo de personas fue visto por otros como subhumanos y, por tanto, no merecedores del goce de derechos humanos fundamentales, comenzando por el del derecho a la vida.

Habiendo pasado unos años, los sobrevivientes de la Shoá en Uruguay se fueron encontrando y generando espacios donde poder estar con personas que compartían una experiencia tan singularmente trágica como la supervivencia a un genocidio. Ese espacio hoy es el Centro Recordatorio del Holocausto, que contiene el primer Museo de la Shoá de Latinoamérica, fundado en 1985 y donde Rita Vinocur –hija de Ana y sobrina de otro superviviente, Enrique Benkel–, junto a muchos otros  uruguayos con distintas iniciativas, como la asociación civil Proyecto Shoá, mantienen viva la memoria que, por biología, cada vez queda más en manos de quienes escucharon testimonios que de sobrevivientes de aquella tragedia.

De Ana, además de su familia y sus amigos, nos queda su voz en los tres libros que escribió: Sin título; Luces y sombras después de Auschwitz y, finalmente, Volver a vivir después de Auschwitz. Estos libros son memoria viva, escritos por alguien que halló en Uruguay una nueva patria y, en ella, una nueva vida.

La importancia del recuerdo de la Shoá es clara. La respuesta a por qué hablar de Shoá es sencilla: la Shoá no atentó contra el pueblo judío, sino contra la humanidad en su conjunto. Y desde esta perspectiva ya no puede ser considerada patrimonio exclusivo de un pueblo porque en su sombra se cuestiona la condición humana. Preguntarse por la esencia del ser humano en el siglo XXI sin comprender el significado profundo de Auschwitz sería como esperar que llueva en un desierto: inútil y decepcionante, porque se estaría excluyendo un aspecto fundamental de la historia, en especial en sociedades occidentales, donde la Shoá implicó un quiebre decisivo en la utopía del progreso positivista. El mundo, con la Shoá, perdió los restos que le quedaban de inocencia.

Sin embargo, para recordar cabalmente tenemos que hacerlo hablando desde el comienzo de este episodio tan doloroso de la historia. La Shoá es el asesinato planificado y sistemático de aproximadamente seis millones de judíos durante el régimen nazi en Alemania, que comenzó en 1933, en un contexto de vulnerabilidad económica y social y con instituciones democráticas endebles en dicho país, con el ascenso de Hitler al poder. Ese plan de extermino continúa y se profundiza durante la Segunda Guerra Mundial, desde 1939 a 1945.

Este genocidio de más de la mitad de la población judía europea –recordemos que la población judía previo al Holocausto era de once de millones de personas– fue efectuado por los nazis y colaboradores, hombres y mujeres de diversas nacionalidades, edades y credos, a través de diversos métodos, entre ellos, la cámara de gas. El nazismo, asimismo, persiguió a todo aquel que no considerase apto para pertenecer a un diseño de sociedad racista donde solo cabían algunas personas.

Otras víctimas del nazismo fueron los opositores políticos y religiosos, particularmente los testigos de Jehová, los homosexuales, las personas que tuvieran alguna discapacidad física o mental, las personas negras o afrodescendientes, y el pueblo romaní, más comúnmente conocido como gitanos. Tal y como establece Mario Escobar en el desgarrador libro Canción de cuna de Auschwitz, más de veinte mil miembros de la etnia gitana fueron encarcelados y exterminados en Auschwitz, y alrededor de un cuarto de millón fueron asesinados en las cunetas y los bosques del norte de Europa y Rusia.

Con respecto a las personas LGBT, a pesar de que la homosexualidad estaba prohibida en Alemania previo al ascenso del nazismo, el artículo 175 del código penal alemán no era aplicado, y antes de Hitler estas personas gozaban de libertades jamás antes tenidas, que convirtieron a Berlín y otras ciudades en centros de florecimiento intelectual, artístico, científico y humano de referencia para esta comunidad. Muchos en Alemania vieron la tolerancia de los homosexuales como un símbolo de la decadencia de ese país.

Una vez que tomaron el poder, en 1933, los nazis intensificaron la persecución de los hombres homosexuales alemanes, que variaba desde la disolución de las organizaciones homosexuales a la internación de homosexuales en campos de concentración. Los nazis creían que los homosexuales eran hombres débiles que no podían luchar por la nación alemana. Las lesbianas no se consideraban una amenaza a las políticas raciales de los nazis y en general no fueron objeto de persecución.

Similarmente, los nazis en general no tenían como blanco a los homosexuales no alemanes. En la mayoría de los casos, los nazis estaban preparados a aceptar a los exhomosexuales a la comunidad racial con la condición de que se hicieran racialmente conscientes y abandonaran su estilo de vida, es decir, vivieran como parejas heterosexuales y tuvieran hijos. Esta opción no estaba disponible para ninguna persona que fuese judía.

Entre 1933 y 1945 la policía arrestó aproximadamente a 100.000 hombres homosexuales. La mayoría de los 50.000 condenados por los tribunales pasaron tiempo en prisiones regulares y entre 5000 y 15.000 fueron internados en campos de concentración. Los nazis internaron a algunos homosexuales en campos de concentración inmediatamente después de haber tomado el poder en enero de 1933.  Según muchos relatos de los sobrevivientes, los homosexuales eran uno de los grupos más abusados en los campos.

Algunos nazis creían que la homosexualidad era una enfermedad que podía ser curada y diseñaron políticas para «curar» a los homosexuales de su «enfermedad» a través de la humillación y el trabajo duro. La sobrevivencia en los campos tomó muchas formas. Para algunos hombres homosexuales, generalmente jóvenes, esto implicó el intercambio de favores sexuales por comida y protección de los abusos de otros prisioneros.

Otra forma de sobrevivencia disponible para algunos homosexuales era la castración, que algunos oficiales de la justicia criminal apoyaban como una manera de «curar» la perversión sexual. En un principio, los acusados homosexuales podían consentir la castración a cambio de sentencias menores. Más tarde, los jueces y los oficiales de los campos de las SS podían ordenar la castración de un prisionero homosexual sin su consentimiento.

Debido a que el artículo 175 no fue abolido con el final del nazismo y la pertenencia al colectivo LGBT siguió siendo motivo de vejámenes y persecución, hay relativamente pocos testimonios y no existe al día de hoy un número exacto de víctimas de esa persecución.

Entre los crímenes más desconocidos del nazismo, narra Götz Aly en su libro Los que sobraban, se encuentra el asesinato de unos 200.000 alemanes que entre 1939 y 1945 fueron víctimas de la eutanasia como parte de un plan llamado T4, por considerárseles enfermos incurables, débiles mentales, epilépticos o discapacitados, lo que los convertía en una carga innecesaria para el presente y en un riesgo para el mantenimiento de la pureza racial. Les era conveniente, además, poder liberar recursos médicos y camas de hospital para los soldados que estaban en los frentes de la guerra. Muchas familias que sufrieron estas pérdidas las mantuvieron en secreto, por vergüenza o para no cargar con el estigma de admitir una enfermedad hereditaria en la familia. Para referirse a sus crímenes, los muchos implicados utilizaron eufemismos como redención, interrupción de la vida o muerte de gracia. Unos pocos condenaron los asesinatos abiertamente, pero la mayoría guardó silencio.

De cada uno de estos grupos podríamos hablar durante horas, describiendo las particularidades de sus padecimientos durante el nazismo, pero hoy recordamos al pueblo judío porque durante el nazismo no todas las víctimas fueron judías pero todos los judíos fueron víctimas; sin embargo, todas tienen algo en común: ver en otro ser humano algo distinto a un reflejo de sí mismos, ver en el otro a otra persona y, por tanto, tratarla con la dignidad y el respeto que merece cualquier vida humana.

Para entender la Shoá debemos tener presente que, como todo genocidio, tuvo etapas.

La primera fue la erradicación de la influencia judía de la sociedad.  Esta etapa ocurrió entre 1933 y 1939 y se caracterizó por prohibiciones, discriminación y violencia hacia la población judía. Dentro de las medidas se encontraban el expolio de negocios pertenecientes a personas judías, quema de libros y su prohibición, censura artística a disidentes al régimen y pensadores, artistas y científicos judíos, diversas prohibiciones de participación en el ámbito público de personas judías y la prohibición del ejercicio profesional y la participación académica de judíos.

De hecho, ya en abril de 1933 el ministro de Ciencias, Educación y Cultura de Alemania, Bernhard Rust, ferviente defensor del adoctrinamiento educativo en ideas nazis, se expresaba de la siguiente manera: «La ciencia para un judío no supone una tarea, una obligación, un dominio de organización creativa sino un negocio y una forma de destruir la cultura del pueblo que le ha acogido».

El 15 de setiembre de 1935 los nazis implementaron las leyes raciales de Núremberg. Estas leyes racistas estaban dirigidas contra los judíos en Alemania, dándoles menos derechos que a otros residentes de ese país. Las leyes determinaban quién era judío y quién no y esa distinción estaba basada en la ascendencia; los judíos ya no eran considerados ciudadanos y, por consiguiente, no podían ejercer ciertos derechos civiles como votar, ni tampoco trabajar para el gobierno

Otra característica es la «Ley sobre la protección de  la sangre y el honor alemán». Dicha ley prohibía los matrimonios entre judíos y alemanes. Además, a los judíos no se les permite emplear en sus hogares a mujeres de 45 años o menos edad para preservar la pureza racial.

De esta etapa de prohibiciones Ana Frank relata: «Nuestra vida no transcurría sin emociones ya que el resto de nuestra familia sufría el impacto de las medidas hitlerianas contra los judíos. (…) las disposiciones contra los judíos se sucedieron unas a otras. Los judíos fueron obligados a llevar la estrella amarilla, y a ceder sus bicicletas; prohibición para los judíos de subir a un tranvía, de conducir un coche; obligación de hacer sus compras exclusivamente en los establecimientos marcados con el letrero “negocio judío” y de las 15 a las 17 únicamente. Prohibición para los judíos de salir después de las ocho de la noche (…) prohibido participar en los deportes públicos (…) prohibición de visitar a los cristianos, obligación de asistir a escuelas judías. (…) No podíamos hacer esto o aquello, pero la vida continuaba a pesar de todo. (…) No te atreves a hacer nada por miedo a que esté prohibido».

A medida que transcurrían los años se fue planteando, teniendo a  Eichmann a la cabeza, la idea de la migración de los judíos como política de Estado y quienes podían emigraban a otros países. Sin embargo, tal y como evidencia el resultado de la conferencia de Evián, donde se reunieron líderes del mundo para debatir sobre si aceptar o no refugiados judíos, el mundo se dividió en dos grupos de naciones: aquellas que querían expulsar a los judíos y las que no querían recibirlos. A nivel interno, la utilización de la propaganda y de la educación fue insensibilizando a la población respecto a qué ocurría con la población judía en Alemania, a la que culpaban de todos sus males a pesar de representar menos del 1 %. En noviembre de 1938 finalmente ocurrió la infame Noche de los Cristales Rotos. Esa noche cientos de negocios, templos y hogares de personas judías en ciudades alemanas y austríacas fueron atacadas por la población civil, instigada por los nazis. Más de 30.000 judíos fueron detenidos e internados en campos de concentración donde algunos de ellos murieron. El número de judíos asesinados es incierto, con estimaciones entre 36 a 200 aproximadamente entre esos dos días de levantamientos. El régimen ya tenía evidencias de que ni al mundo ni a sus ciudadanos les importaba el destino de la población judía y podía avanzar en su plan de segregación racial.

El 1.º de setiembre de 1939 con la invasión a Polonia comienza la Segunda Guerra Mundial. Con la invasión de varios países del continente europeo, las prohibiciones impuestas a los judíos alemanes se les impusieron a los judíos de los países conquistados. También existía más población judía bajo el yugo nazi. En Polonia únicamente la población judía ascendía a alrededor de tres millones, de los cuales, por cierto, un 90 % fue asesinado. A posteriori se comenzó con la separación física de las personas judías del resto de la población civil a través de la construcción de guetos, que eran barrios de las distintas ciudades donde, con muros altos y alambres de púas, se aislaba a los judíos del resto de la población. Allí vivían en condiciones deplorables, hacinados y con escaso a nulo acceso a comida y medicamentos. Se calcula que aproximadamente un tercio de las víctimas de la Shoá pereció en estas condiciones.

El gueto más infame fue el de Varsovia. Allí, una joven polaca de 14 años llamada Rutka Laskier también escribe la historia. Nos dice: «Voy a intentar describir los hechos de ese día para poderlo recordar dentro de unos años, si no me deportan, por supuesto». Rutka nos da un escalofriante relato de la realidad en el gueto de Varsovia.

En una de las páginas de su diario, del 6 de febrero de 1943, dice: «Vi, con mis propios ojos, cómo un soldado arrancaba a un bebé de las manos de la madre y le abría la cabeza a golpes contra un poste de electricidad. Los sesos de la criatura salpicaron la madera. La madre enloqueció. Ahora lo escribo como si no hubiera pasado nada, como si yo misma formara parte de un ejército entrenado para la crueldad; soy joven, tengo catorce años, todavía he visto poco en la vida; sin embargo ya me he vuelto tan indiferente. Ahora (…) lo único que siento es un miedo terrible. Cuando veo a alguien con uniforme, pienso apenada en las masas que esperan la muerte. (…) Lo más extraño de todo es que ninguna de nosotras lloraba nada, NADA EN ABSOLUTO. No derramamos ni una sola lágrima. Entonces, vi tantas desgracias que sería inútil describirlo con palabras».

Rutka no sobrevivió.

También en el gueto de Varsovia nos encontramos con la trabajadora social Irena Sendler que, por trabajar en el gueto como enfermera en un intento del régimen de frenar epidemias, se convirtió en famosa por rescatar bebés judíos y colocarlos en familias cristianas, preservando su identidad en registros y no delatando dónde estaban, a pesar de la tortura, y diciendo cerca del final de sus días que de lo único que se arrepentía era de no haber podido salvar un niño más.

Irene salvó alrededor de 2500 niños.

También había luz en las personas judías que allí se encontraban prisioneras. Uno de los héroes más destacados es Janusz Korczak. ¿Por qué Janusz Korczak fue un héroe? Su heroísmo y desinterés en la vida y la muerte son sus legados más inolvidables. Por su relevancia como pedagogo e intelectual se le ofreció un salvoconducto para escapar a una nueva vida en otro país. Sin embargo, él dirigía un orfanato en Treblinka durante la Segunda Guerra Mundial, para que los niños de su orfanato no murieran solos en la cámara de gas. Durante su vida y en su muerte fue un reconocido defensor de los derechos de los niños y de la independencia.

En Teresin, una especie de gueto y campo de concentración a la vez, el joven Pavel Friedmann escribió sobre sus sentimientos respecto al encierro:

«La última, precisamente la última,

era de un brillante amarillo que aún me deslumbra.

Era como si el sol no pudiera dejar de llorar sobre las piedras…

Tan amarilla era, y volaba ligera hacia lo alto

Seguramente quería despedirse del mundo, con un beso.

Hace siete semanas que vivo encerrado en este gueto,

al lado de mi gente, y las flores me llaman,

y la rama blanca del castaño del patio.

Pero ya no he vuelto a ver más mariposas.

Aquella fue la última mariposa que yo vi.

Aquí, en el gueto, las mariposas ya no saben, no pueden volar.

La última mariposa…».

Una compañera de encierro de Pavel, Ela Weissberger visitó Uruguay en 2015 y fue recibida por la entonces ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, y la intendenta de Montevideo, Ana Olivera, en el marco del estreno del espectáculo Brundibár, ópera infantil compuesta por Franz Krása e interpretada a escondidas de los nazis en cerca de cincuenta oportunidades hasta que, como Teresin era utilizado como campo modelo de humanitarismo de los nazis para mostrar a la Cruz Roja, el mismo régimen filmó una interpretación de la ópera, que es, en definitiva, una enorme metáfora del derrocamiento de los nazis.

Ela, Pavel, Rutka y Ana Frank, como tantos otros, son ejemplos de la resistencia espiritual que la comunidad judía ejerció frente a un régimen que buscaba deshumanizarla y frente al que no tenían los recursos como para combatir. Escribir, crear, consolar a un amigo, ayudar a un hermano, todas esas son acciones que nos hacen ser seres humanos.

A la par de los guetos existían campos de concentración y trabajos forzosos, donde la población vivía en condiciones deplorables, trabajaba de forma esclava o esperaba la muerte. Cientos de campos de concentración se instalaron en ciudades de varios países europeos. Asimismo, a medida que los nazis avanzaban en los distintos territorios europeos, escuadrones que iban detrás de los soldados, encargados específicamente de esta tarea, iban fusilando a los judíos. Estas personas eran sacadas de sus casas, llevadas a bosques, obligadas a cavar su propia fosa común y uno a uno, hombres, mujeres y niños, eran asesinados.

El 20 de enero de 1942 los nazis se reunieron para discutir las siguientes medidas para imponer a la población judía. Esta reunión es hoy conocida como la Conferencia de Wannsee. Este fue el episodio de la historia nazi donde la «solución final» se creó. Generalmente las soluciones resuelven problemas que tienen las personas, sin embargo, la solución final, muy lejos de ser una, es un eufemismo para definir al genocidio del pueblo judío de toda Europa bajo ocupación alemana. La solución final era que los judíos fuesen enviados a los campos de exterminio operados por las SS y ubicados en Polonia.

Los campos de exterminio eran fábricas cuyo producto era la muerte. Los prisioneros llegaban; en algunos campos eran elegidos para trabajar, porque el campo contaba con una parte de concentración y otra de exterminio, y en otros, simplemente, su destino era la muerte. Las víctimas eran llevadas a los campos de exterminio en trenes de ganado por días y días, sin poder comer o tomar agua y, en muchos casos, sin aire fresco. Quienes sobrevivían a la travesía se adentraban a un infierno que ni Dante Alighieri se animó a describir.

Al llegar eran despojados de sus ropas, rapados y, a veces con la excusa de ser higienizados y a veces plenamente conscientes de su destino, eran llevados a las cámaras de gas. Luego los cadáveres eran inspeccionados para saber si en su boca no había dientes de oro o algo de valor escondido, y cuando ya no había nada que los nazis quisieran, sus cuerpos eran incinerados. Dicho campos de exterminio eran Auschwitz, Chelmno, Majdanek, Belzec, Sobibor y Treblinka. A Treblinka llegó con su hermana un joven judío polaco llamado Chil Rajchman, en un tren con otras diez mil personas. Ese día, los nazis que estaban allí eligieron a unos pocos para realizar tareas dentro del campo. La idea de la deshumanización del régimen nazi también requería la mayor distancia entre la víctima y su asesino. Quienes fusilaban veían las consecuencias de sus actos. Sin embargo, quienes dirigían un campo de exterminio y quienes lo diseñaron e idearon no; obligaban a otros judíos a realizar ese trabajo. Chil fue elegido para realizar tres tareas: clasificar ropas, ser peluquero y dentista. A este respecto nos cuenta: «Clasificando las ropas encuentro el vestido de mi hermana. Me olvido de todo y permanezco con la prenda entre las manos, mirándola. Se la muestro a mi vecino. Él también se conduele conmigo. Arranco un trozo del vestido y lo escondo entre mis ropas. Mantuve conmigo ese trozo de género durante diez meses, es decir, durante todo el tiempo que estuve en Treblinka.

Ese joven, a pesar de haber perdido a su hermana, a pesar de dormir en barracones sin nada de abrigo, a pesar de consumir un poco de sopa y café para largas jornadas de trabajo, a pesar de apenas estar vestido y a pesar del desolado panorama de desesperanza, por esa pulsión de vida que las personas tenemos, siguió trabajando y organizó con otros ochocientos prisioneros una revuelta en la que dinamitaron una cámara de gas e hicieron inutilizable el campo. Ese joven, tras la guerra, se reencontró con su hermano Jacobo; se casó con Lila; emigró a Uruguay; tuvo hijos, nietos y bisnietos, y dio testimonio hasta el final de sus días. Comenzó a escribir lo que vio en cuanto escapó del campo y nunca dejó de ser una voz por todos aquellos que ya no podían hablar. En 2004, a los 89 años, Chil Rajchman falleció. Hoy somos nosotros los que tenemos que ser la suya; la de todos.

En las horas difíciles, hubo uruguayos que se jugaron por salvar vidas en plena operación de exterminio. Así, cuando algunos presidentes de Uruguay como Julio María Sanguinetti y Tabaré Vázquez visitaron Israel, pudieron ver cómo se recuerda en Yad Vashem, memorial del Holocausto, a los denominados Justos entre las Naciones. Quienes son reconocidos con este honor son aquellas personas que no siendo judíos rescataron a hombres, mujeres y niños judíos, y de los que se tiene evidencia que pusieron en riesgo su vida sin obtener nada a cambio. En la medalla que reciben está inscrita una oración del Talmud, que engloba el espíritu de estas personas. Dice: «Quien salva una vida es como si salvara al universo entero».

Los rescatadores y los Justos entre las Naciones son el reflejo de la luz humana en una época donde se vio lo peor de lo que somos capaces como humanidad. Tal es el caso del embajador ante Países Bajos, Carlos María Gurméndez. Mientras ese país era invadido por las tropas nazis, la reina se refugiaba en Inglaterra y cientos de paracaidistas conquistaban el suelo holandés, la embajada uruguaya era una gran mansión, pero parecía pequeña para la cantidad de gente que se «agolpaba en habitaciones y escaleras», relataban testigos de la época.

Gurméndez otorgó visas, pasaportes y nombró a gran parte de los refugiados en la embajada con títulos diplomáticos. De esta manera, hubo personas que no sabían ni una palabra de español y fueron traductores oficiales. Otros, sin la venia del Gobierno uruguayo, fueron designados cónsules y vicecónsules. Todos quedaron incluidos en el grupo de personas que abandonarían el país en un tren blindado. El éxodo incluía a todos los integrantes de las embajadas reconocidas en La Haya. El tren fue detenido. El embajador uruguayo se paró delante de los oficiales nazis junto a toda su familia para defender a su delegación con 20 judíos. Los agentes, tras vacilar sabiendo que esos veinte títulos diplomáticos eran inventados, por fortuna finalmente cedieron. Del otro lado de la frontera, más que Suiza les esperaba la vida.

También colaboró con valentía Florencio Rivas, cónsul en Hamburgo, quien se calcula emitió centenares de documentos para ayudar a los perseguidos. El Consulado de Hamburgo estaba lleno de gente: más de 150 personas se refugiaron en la famosa Noche de los Cristales Rotos, el 9 de noviembre de 1938, en la que el régimen nazi coordinó incendios y saqueos en Alemania y Austria.

Otro hecho que demoró mucho tiempo en descubrirse fue la muerte de uruguayos como consecuencia del Holocausto. Sí se supo siempre que muchos sobrevivientes se nacionalizaron uruguayos; ellos y sus descendientes son algunos de nuestros compatriotas, pero hasta hace poco se ignoraba que algunos uruguayos habían muerto en los campos nazis por ser judíos. El primer caso que se conoció fue el de Ana Balog. Una investigación de largos meses llevó a varios compatriotas, con el apoyo del entonces canciller Gonzalo Fernández, a establecer que esta víctima, que figuraba en todos los archivos como húngara, tenía raíces uruguayas. En efecto, sus padres habían emigrado desde aquel país en la primera mitad del siglo XX, pero la crisis económica los obligó a regresar en 1935 a su país natal. Con ellos regresaron sus hijas nacidas en el Pereira Rossell, Ana y Eva. La primera murió en 1945 en Auschwitz sin que se supiera que además de judía era uruguaya. La noticia se confirmó poco antes del viaje del presidente Vázquez a Israel en 2008 y este pudo llevar consigo, además de la partida de nacimiento, una ofrenda floral especial en su memoria. Asimismo, el intendente de Montevideo Ricardo Ehrlich inauguró un monumento con una placa a metros del Memorial del Holocausto en la rambla.

El hallazgo invitó a seguir investigando y así se descubrió que fueron cinco los uruguayos muertos en el Holocausto nazi y 18 judíos uruguayos no combatientes los que de alguna forma perdieron su vida por su condición de tales durante la Segunda Guerra Mundial. Algunos nombres fueron Ana Balog, Jacques Bloch, Martín Tomas Fisch, Cecilia Holzer, Luis Konter, Vincenza Foà Valabrega, Ferentz Balkanyi, Luis Friedmann y Rozita Hayet; cinco de ellos murieron en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.

Según el sobreviviente y premio Nobel de la Paz Elie Wiesel lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia; lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia; lo contrario de la fe no es la herejía, es la indiferencia; lo contrario a la cultura no es la ignorancia, sino la indiferencia; lo contrario al arte no es lo horrible. Y lo contrario a la paz es la indiferencia a ambas –a la paz y a la guerra–, indiferencia al hambre, a la persecución, al aprisionamiento, a la humillación; indiferencia a la persecución y a la tortura. Elie Wiesel cierra diciendo que lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia ante la vida y la muerte.

En el presente, el odio hacia el pueblo judío y el resurgimiento de ideas nazis está al alza.

Al concluir el año 2022, y en vísperas de esta jornada, el Departamento de Lucha contra el Antisemitismo de la Organización Sionista Mundial, dirigido por la señora Raheli Baratz-Rix, publicó el informe que resume el antisemitismo durante el 2022.

El informe muestra que el aumento en el número de incidentes antisemitas se ha frenado tras un incremento en la última década, pero la situación aún continúa siendo alarmante; cada día son denunciados más de diez incidentes antisemitas en todo el mundo, mientras que numerosos episodios aún no son denunciados oficialmente. Además, se observa un constante aumento de la intensidad en la cobertura mediática, en comparación con años anteriores. Durante el año 2022, los incidentes antisemitas originados en Europa y los Estados Unidos ocuparon un volumen significativo de aproximadamente el 46% y 39%, respectivamente, en comparación con el 44,7% que se produjo en el 2021 en Europa y el 33%, en los Estados Unidos.

En cuanto a la distribución de las expresiones de antisemitismo, la mayor parte de los hechos antisemitas en 2022 se caracterizaron por la propaganda, que se ubicó en alrededor del 39%, y representa un aumento del 15% desde el 2021; el vandalismo, 28%, con violencia física 14%, verbal 11% y deslegitimación 7%, y sólo el 1% de todos los tipos de sucesos se caracterizaron por manifestaciones.

Aunque el informe para América Latina destaca que el fenómeno del antisemitismo varía entre las diferentes regiones del continente, se ha registrado un cambio positivo en 2022, a la luz de una legislación positiva en los países de la región, pero como consecuencia de la situación económica y de la creciente inflación en algunas regiones, puede verse que la cuestión económica es terreno fértil para el antisemitismo en el futuro.

Las autoridades encargadas de realizar el informe señalan: «El antisemitismo en las redes sociales está creciendo a un ritmo alarmante y lamentablemente, como la historia nos ha enseñado, el mismo derivará también en ataques físicos. Levantamos una clara bandera negra, ante el aumento de la incitación en las redes. (…) El constante aumento de las tendencias antisemitas en la última década es un motivo de preocupación, mientras que la significativa reducción del número de incidentes este año, tampoco es un suspiro de alivio. El antisemitismo está en todas partes, en cada punto del tiempo y el espacio, y no debemos permanecer en silencio e indiferentes ante este fenómeno. Realizo un llamamiento a la integración conjunta de los esfuerzos en los ámbitos de la sensibilización y la información, con el fin de dar una respuesta amplia a esta preocupante tendencia».

Estas situaciones de discriminación que también ocurren en Uruguay y que hace seis años se cobró la vida de David Fremd, judío uruguayo asesinado en Paysandú por su condición de judío, nos tiene que mantener a todos con la guardia en alto para hacerle frente a la discriminación y al odio, porque como dijo Bertolt Brecht:

«Primero se llevaron a los judíos,

pero como yo no era judío, no me importó.

Después se llevaron a los comunistas,

pero como yo no era comunista, tampoco me importó.

Luego se llevaron a los obreros,

pero como yo no era obrero, tampoco me importó.

Más tarde se llevaron a los intelectuales,

pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.

Después siguieron con los curas,

pero como yo no era cura, tampoco me importó.

Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde».

Muchas gracias.