Diputado Caggiani: “El testimonio ha sido la fuerza para construir una memoria ejemplar ante los continuos intentos de olvido y negación”

01/Feb/2022

Comenzando con la publicación de los discursos pronunciados en la Sesión Especial de la Comisión Permanente del Poder Legislativo en homenaje al Día Internacional de Conmemoración de la memoria de las víctimas del Holocausto, presentamos la oratoria del legislador Daniel Caggiani, Representante Nacional por el Frente Amplio.

Gracias, señor Presidente

Quiero saludar a todas las autoridades presentes, al Cuerpo diplomático, a las diferentes organizaciones, sus autoridades e integrantes de la comunidad judía de nuestro país.

Agradezco también a mi fuerza política que me haya designado en este día de recordación para expresar, en su nombre, estas palabras.

Ningún evento ha conmovido tanto a la humanidad como lo hizo el Holocausto. Inscribir ese espanto, es necesario para la reflexión en los tiempos que vivimos y fundamental para el futuro de la humanidad, tras un siglo XX con varios genocidios, además del sufrido por el pueblo judío.

En un día como hoy 27 de enero, pero de 1945, las fuerzas soviéticas liberaron el complejo de campos de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau montado por el régimen alemán nazi tras invadir Polonia en 1939, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Un millón y medio de seres humanos; mujeres, hombres, niños y ancianos fueron asesinados en ese campo por una maquinaria de la muerte, según las estimaciones.

Como sabemos, el 1° de noviembre de 2005, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la resolución 60/7 para designar el 27 de enero como el Día Internacional en Memoria del Holocausto; jornada de reflexión y homenaje a las víctimas del genocidio. En el año 2007 el mismo organismo emitió la resolución 61/255 en la que se “condena sin reserva cualquier negación del Holocausto” y se “Insta a todos los Estados Miembros a que rechacen sin reservas cualquier negación del Holocausto como hecho histórico, en su totalidad o en parte, o cualesquiera actividades encaminadas a tal fin”.

A su vez, nuestro Parlamento, por la Ley N° 18.768, del 24 de junio de 2011, adhirió al recordatorio de las víctimas del Holocausto, transformándolo no sólo en una adhesión y participación cada año, sino en toda una perspectiva de la educación y memoria.

Hace muy pocos días atrás la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó otra resolución sobre el rechazo a la negación del Holocausto tomando en cuenta el creciente y notorio incremento de la difusión de información errónea o información incorrecta en redes sociales.

El término Holocausto refiere a un acontecimiento genocida específico que tuvo lugar en la historia del siglo XX: la persecución sistemática, apoyada por el Estado, y el aniquilamiento de personas por parte del Régimen Nacional-Socialista Alemán y sus colaboradores entre 1933 y 1945. Más de la mitad de las víctimas eran judíos: seis millones de ellos fueron asesinados; pero también fueron perseguidos y exterminados en similar magnitud gitanos, soviéticos, comunistas, Testigos de Jehová, polacos étnicos, pueblos eslavos, discapacitados, hombres homosexuales y disidentes políticos y religiosos, que por sus ideas, etnia, orientación sexual o hasta discapacidad sufrieron la gravísima opresión, tiranía y muerte bajo el dominio nazi.

Pero el Holocausto no se perpetró por circunstancias aisladas, tuvo un contexto que permitió su desarrollo no como una idea loca o descabellada, sino como un programa que efectivamente consideraba que traería una “solución final” a la “cuestión judía”, en la ideología nazi, y por tanto también al problema del pueblo alemán.

Veamos someramente el contexto para no caer como dice la misma declaración de las Naciones Unidas en la simplicidad de las explicaciones.

El destacado músico Yehudi Menuhin dice: “Si tuviera que resumir el siglo XX, diría que despertó las mayores esperanzas que haya concebido nunca la humanidad y destruyó todas las ilusiones e ideales”.

En el mismo sentido, Isaiah Berlin, filósofo, dice: “He vivido durante la mayor parte del siglo XX sin haber experimentado, debo decirlo, sufrimientos personales. Lo recuerdo como el siglo más terrible de la historia occidental”.

Finalizo estas breves citas de introducción con lo que nos dice Primo Levi: “Los que sobrevivimos a los campos de concentración no somos verdaderos testigos. Esta es una idea incómoda que gradualmente me he visto obligado a aceptar al leer lo que han escrito otros sobrevivientes, incluido yo mismo, […]. Nosotros, los sobrevivientes, no somos solo una minoría pequeña […]. Formamos parte de aquellos que, […], no llegamos a tocar fondo. Quienes lo hicieron y vieron el rostro de la Gorgona, no regresaron, o regresaron sin palabras”. Y agrega Primo Levi: “Si comprender es imposible, conocer es necesario […]”, y vaya si es necesario seguir conociendo!

Es necesario que esta conmemoración del Holocausto sea un acto de lo que nunca deba olvidarse, de un compromiso para que no se repita y se siga recordando y conociendo, porque sigue siendo necesario.

Nuestra memoria a las víctimas del Holocausto es, además de una obligación de nunca más, un compromiso de trabajo por un porvenir mejor que también ellos anhelaron.

El testimonio ha sido la fuerza para construir una memoria ejemplar ante los continuos intentos de olvido y negación, hay pasados que no pasan, son aquellos que nos siguen interpelando y enseñando, sin saber de dónde venimos difícilmente sabremos dónde podemos llegar.

En este sentido, el de la memoria y los testimonios de los sobrevivientes es imposible no hacer mención a “Un libro sin título” de Ana Vinocur.

Ana fue pionera en América Latina en contar su historia, un testimonio de los horrores y vejaciones que padecieron millones de seres humanos bajo el nazismo. La autora narra su periplo por Lodz, Auschwitz, Stutthof y en buques que fueron bombardeados en el mar Báltico. Su libro inspiró a muchos sobrevivientes a hablar. Para muchos el silencio había sido su manera de sobrevivir el horror. Ana Vinocur sentía que narrar la historia de lo sucedido en los campos era su obligación como sobreviviente.

A continuación leeré algunos testimonios de otro de sus libros: “Testimonios sobre el Holocausto”. Esta publicación recopila testimonios de los sobrevivientes del nazismo en Uruguay, para dejar una huella de lo que ocurrió en pleno siglo XX, constituyendo un legado para las futuras generaciones.

Rememoro a Isabella Matrai de Primo, sobreviviente que residió en Uruguay: “Hacía apenas unos días que llegamos de este infierno llamado Auschwitz. Miles de preguntas pasan por mi mente, pero sin respuestas. Es el cementerio más grande del mundo.”

Pola Zylberberg de Rener: “Llegué al Uruguay en 1947. Aquí me casé. Formamos un hogar con dos hijos. Soñamos con darles todo lo que tan brutalmente nos habían quitado. Soñamos en un futuro mejor, pero el pasado era muy triste y fuertemente me atormentaba. No me dejaba en paz durante el día y con pesadillas por las noches. Cinco años infernales de terror, miedo y hambre en el ghetto de Lodz, mi ciudad natal- y otro año terrible en los campos de concentración como Auschwitz, Berlín y otros. Continuamente me preguntaba si realmente era cierto todo lo que ocurría. ¿Podría existir tanta maldad humana? Y desgraciadamente tenía que contestarme a mí misma que sí, que existió todo ese infierno.”

Ana Vinocur, emblema de la memoria, cuyo nombre engalana una escuela pública de Montevideo, nos enseñó que aunque nunca podemos olvidar de nuestra mente lo que hemos soportado, ni tampoco recuperar lo perdido, debemos buscar el camino de la tan anhelada paz y no permitir que los tiranos lleven al mundo hacia la esclavitud”.

Hoy, nosotros tenemos la obligación de regresar a aquellos, de hacerlos presentes, de hacerlos memoria, y también futuro, de dimensionar hasta lo que es posible e inimaginable la condición humana en su crueldad, pero al mismo tiempo reivindicar la esperanza.

“Es muy difícil realizar un análisis racional del fenómeno del nazismo”, señala el historiador Kershaw. “Bajo la dirección de un líder que hablaba en tono apocalíptico de conceptos tales como el poder o la destrucción del mundo, y de un régimen sustentado en la repulsiva ideología del odio racial, uno de los países cultural y económicamente más avanzados de Europa planificó la guerra, desencadenó una conflagración mundial que se cobró las vidas de casi cincuenta millones de personas y perpetró atrocidades —que culminaron en el asesinato masivo y mecanizado de millones de judíos— de una naturaleza y una escala que desafían los límites de la imaginación. La capacidad del historiador resulta insuficiente cuando trata de explicar lo ocurrido en Auschwitz”.

El historiador Eric Hobsbawn presenta en su libro “Historia del siglo XX” todos los sucesos que marcaron el desarrollo del siglo pasado. Parte de la división del siglo XX corto, que abarca de 1914 hasta el derrumbe del muro de Berlín, que precede a la caída del “socialismo real” en 1991 en tres etapas fundamentales: la era de las catástrofes, la edad de oro y el derrumbamiento, procesos históricos y tendencias que marcarán no sólo un nuevo ordenamiento de los países dominantes, sino la conformación de nuevas modalidades de hacer y llevar la guerra.

En primer término, la etapa denominada la era de las catástrofes, incluye en su periodo a las dos guerras mundiales y los periodos de posguerra que influyeron en el desarrollo modernizador de las economías emergentes a partir de los conflictos bélicos, la consolidación y desaparición de las grandes economías e imperios que habían predominado gran parte del siglo XIX.

Al respecto, Hobsbawn señala:

“De todos los acontecimientos de esta era de las catástrofes, el que mayormente impresionó a los supervivientes del siglo XIX fue el hundimiento de los valores e instituciones de la civilización liberal cuyo progreso se daba por sentado en aquel siglo, al menos en las zonas del mundo «avanzadas» y en las que estaban avanzando. Esos valores implicaban el rechazo de la dictadura y del gobierno autoritario, el respeto del sistema constitucional con gobiernos libremente elegidos y asambleas representativas que garantizaban el imperio de la ley, y un conjunto aceptado de derechos y libertades de los ciudadanos, como las libertades de expresión, de opinión y de reunión. Los valores que debían imperar en el estado y en la sociedad eran la razón, el debate público, la educación, la ciencia y el perfeccionamiento (aunque no necesariamente la perfectibilidad) de la condición humana. Parecía evidente que esos valores habían progresado a lo largo del siglo y que debían progresar aún más”.

En definitiva, esta era de las catástrofes conoció un claro retroceso del liberalismo político, que se aceleró notablemente cuando Adolf Hitler asumió el cargo de canciller de Alemania en 1933. Considerando el mundo en su conjunto, en 1920 había treinta y cinco o más gobiernos constitucionales y elegidos (según como se califique a algunas repúblicas latinoamericanas), en 1938, diecisiete, y en 1944, aproximadamente una docena. La tendencia mundial era clara. Los regímenes fascistas estaban unidos por el “odio común a la Ilustración del siglo XVIII, a la revolución francesa y a cuanto creían fruto de esta última: la democracia, el liberalismo y, especialmente, «el comunismo ateo»”.

Los nuevos movimientos que respondían a las antiguas tradiciones de intolerancia calaban especialmente en las capas medias y bajas de la sociedad europea, y su retórica y su teoría fueron formuladas por intelectuales nacionalistas que comenzaron a aparecer en la década del noventa. El término de nacionalismo se acuñó durante estos años para describir a los nuevos portavoces de la reacción.

“Las capas medias y bajas” dice Hobsbawm “fueron la espina dorsal de esos movimientos durante todo el período de vigencia del fascismo”.

El Senador Marcos Carámbula en ocasión de la conmemoración del día internacional en este recinto agregaba a esta caracterización de Hobsbawn: “a ello se suma el llamado soldado del frente, frontsoldat, defraudados y humillados tras la Primera Guerra Mundial, 1914-1918, que se convierten en grupos armados ultranacionalistas. No olvidamos que fueron los que mataron a Rosa Luxemburgo. Asimismo, el gran capital al principio dudó y luego decididamente le dio su apoyo, recibiendo a cambio mano de obra esclava de los campos de concentración, de exterminio. Cabe recordar que hacia 1945 había en Alemania seis millones de trabajadores retenidos a la fuerza.”

El Holocausto fue un punto de quiebre, no sólo del siglo XX sino de la historia de la humanidad, un crimen aberrante perpetrado con la crueldad sistémica, pero sobre todo el intento de exterminio del pueblo judío. No fue un accidente de la historia ni el hecho de que sucediera significa que fuera inevitable, ocurrió porque personas e instituciones tomaron decisiones que legitimaron el odio. Describir el Holocausto es espeluznante, es conmovedor; no se encuentran palabras que puedan describir esa atrocidad.

Si se me permite, quiero recordar el testimonio de Elie Wiesel, con motivos de estos hechos. En su libro La noche, escribió: “Nunca olvidaré esa noche, la primera noche en el campo, que convirtió mi vida en una larga noche, siete veces maldita y siete veces sellada”.

Más adelante, dice: “Nunca olvidaré ese humo. Nunca olvidaré las pequeñas caras de los niños, cuyos cuerpos vi convertirse en espirales de humo bajo un cielo azul en silencio. Nunca olvidaré esas llamas que consumieron mi fe para siempre. Nunca olvidaré el silencio nocturno que me privó, por toda la eternidad, del deseo de vivir. […]. Nunca”.

Sin duda, no alcanzan las palabras.

La memoria del Holocausto debe servir como un recordatorio de los peligros de la marginalización de grupos en la sociedad como las más extremas y aberrantes presiones de la intolerancia, la xenofobia y el racismo. Un recordatorio de que las instituciones y los valores democráticos no se sostienen por sí mismos sino que necesitan ser protegidos, allí donde el silencio y la indiferencia hacia el sufrimiento de los otros o la violación de los derechos en cualquier sociedad pueden perpetuarse.

Apenas treinta años después del Holocausto, en Uruguay y en la región hemos sido testigos del terrorismo de Estado que persiguió a las personas por sus ideas y creencias. Las heridas de ese periodo aún están abiertas y requieren de nuestro esfuerzo conjunto para que vayan cicatrizando.

El Holocausto no es un tema de los judíos, así como el Apartheid no es un problema de una determinada etnia, ni el Plan Cóndor algo que sufrimos en el Cono Sur, son tragedias de la condición humana que no prescriben. Todos compartimos la responsabilidad colectiva al recordarlas y sobre todo de erradicarlas con verdad, justicia y garantía que no se repetirán nunca más. Incluso hoy, existen políticas de exterminio contra pueblos y grupos que se realizan de forma silenciosa o silenciada en varios lugares de este desigual y trágico mundo.

También está en nosotros también denunciarlo y combatirlo para que nunca más se repita.

Sin dejar de reconocer las diferencias y particularidades de los acontecimientos y sus contextos, estos hechos históricos debieran tener en común su carácter ejemplar. Su recuerdo además de la condena debe conducirnos a extraer enseñanzas, a reafirmar los principios de igualdad y solidaridad y a transmitirle a las nuevas generaciones los valores y las pautas culturales que impidan que esos siniestros eventos se retiren.

Así como otros genocidios de la historia, el Holocausto nos ha enseñado que, aún cuando se ha avanzado en la adopción de normas jurídicas internacionales, resulta necesario hacer actos concretos para preservar la memoria y los derechos de las personas, no solo para condenar la barbarie sino para edificar sociedades nacionales e internacionales capaces de convivir en la igualdad de nuestros derechos y en el respeto de nuestras diversidades.

Pero como conmemorar el día internacional en memoria de las victimas del Holocausto sin recordar también a aquellos, hombres y mujeres, adolecentes, niñas y niños que protagonizaron esa resistencia heroica, porque a ellos nos aferramos para levantar la esperanza.

¡Y vaya si tiene significado la fecha y el lugar que se definió para recordar el Holocausto! ¡Vaya el homenaje a la resistencia de aquellos soldados rusos que liberaron el campo de concentración de Polonia y que venían de derrotar al ejército nazi con más de veinte millones de obreros, de soldados, de campesinos rusos, que dieron su vida por la patria!

Vale recordar la descripción del general alemán cuando debieron parar sus ofensivas el 1º de diciembre, en las afueras mismas de Moscú. Allí, a brazo partido y con sus herramientas, los obreros pelearon contra el invasor. Al mismo tiempo, señor presidente, el homenaje es un símbolo a la resistencia del gueto de Varsovia, imponente en todos los planos. Solo pensar en ese puñado de judíos, niños, niñas y adolescentes que iban cayendo, que fueron diezmados por las enfermedades, por el hambre, por la metralla, y su capacidad de resistir cuarenta y dos días, de pelear cada día, de generar poesía, música, aun en las más extremas condiciones, y resistir y resistir, una y otra vez, es de los ejemplos épicos más grandes de la historia universal.

Es que su ejemplo, el de la resistencia ha sido y aún hoy es un ejemplo de resistencia para todos aquellos pueblos que les ha tocado o les toca aún en pleno siglo XXI enfrentar tamaña agresión.

Dice el documento de Naciones Unidas: “Las palabras que describen el comportamiento humano con frecuencia tienen múltiples significados”. Yo digo que también las limita. El término “resistencia”, por ejemplo, normalmente se refiere a un acto físico, a una revuelta armada; durante el Holocausto fue mucho más. Se refiere a la actividad partisana, a la transmisión secreta de mensajes, de comidas, de armas; implica también la desobediencia voluntaria y consciente, como la derivada de la continuidad de las prácticas religiosas y culturales que desafían las normas, o la creación de arte, de poesía, de música, en los guetos y en los campos de concentración.

Para muchos, el simple mantenimiento de la voluntad de sobrevivir ante la abyecta brutalidad era un acto de resistencia espiritual.

¡Y vaya si lo fue!

Por todo ello, en este día de reflexión y de afirmación de una cultura de dignidad, el Parlamento rinde homenaje a las víctimas del Holocausto y reafirma su compromiso de defensa y promoción de todos los derechos humanos.

Hoy, 27 de enero y Día Internacional de Conmemoración del Holocausto, es una fecha fundamental para reflexionar sobre la historia y nuestra historia. Aquel plan con intenciones de ser una “solución final” según la lógica y el pensamiento de sus creadores se repitió en esencia muchas veces después del Holocausto, y traer esa experiencia con tantas otras al presente nos alerta de volver a caer en las mismas atrocidades.

“Ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si éste vence. Y es ese enemigo que no ha cesado de vencer”, decía Walter Benjamin en un temprano 1940, aún en la antesala del Holocausto pero con el nazismo en expansión y éste exiliado en Francia por la persecución de la Gestapo. Construir la historia desde los vencidos y no desde los vencedores era la invitación de un Benjamin que avizoraba los peligros de los regímenes fascistas en ascenso en una Europa marcada por la guerra. Quizás esa también siga siendo una advertencia y un compromiso a asumir por quienes apostamos en nuestra democracia, donde el ejercicio constante de la memoria es fundamental para revisar nuestras prácticas pero sobre todo como un leccionario para perfeccionar nuestras aún imperfectas formas de organización como sociedad.

Condenar los crímenes atroces del pasado basados en el racismo, la discriminación racial, la xenofobia o cualquier otra forma de intolerancia con respaldo institucional de los Estados, del que el Holocausto judío es uno de los más grandes ejemplos, por su magnitud y por la gran visibilidad que con el esfuerzo de sus protagonistas y el apoyo de numerosos Estados y organizaciones internacionales se ha logrado construir de este hecho, no sólo implica su reconocimiento y recordación, sino que implica la responsabilidad de atender y reparar sus consecuencias en el presente y de luchar contra cualquier manifestación actual de odio y discriminación en todas sus formas y a cualquier escala, sobre todo de aquellas en las que sus víctimas aún no tienen voz.Para finalizar es necesario recordar una frase de Elie Wiesel: “Ante las atrocidades tenemos que tomar partido. El silencio estimula al verdugo”.

Siempre!

Muchas Gracias!