Daniel Dolinsky, rabino: El judaísmo es una emoción fuerte que nos une (1ª parte)

16/May/2022

Semanario Voces- por Jorge Lauro y Alfredo García.

Semanario Voces- por Jorge Lauro y Alfredo García.

“Salimos al encuentro de los sectores minoritarios en nuestra sociedad pensando en las religiones sobre las que tenemos una profunda ignorancia. Y arrancamos por los judíos. La charla trascendió lo religioso y aprendimos muchísimo de una colectividad que influye desde todo punto de vista en nuestro país.” Crédito foto: Rodrigo López (Semanario Voces)

¿Naciste en Montevideo?

No, nací en Buenos Aires. Soy argentino, porteño de nacimiento, pero hace mucho que no ejerzo.

¿Tu familia vino para acá?

Me mudé con mi esposa y mis tres hijos, vine de grande. Estuve muchos años en el interior de Argentina, cumpliendo tareas rabínicas, tanto en la ciudad de Santa Fe como en Rosario. Hace más de siete años nos vinimos al Uruguay a construir un proyecto comunitario significativo y de integración a la sociedad, con toda mi familia.

¿De dónde sale la vocación por ser rabino? ¿En tu familia había rabinos?

No. Pero descubrí que mi abuelo había sido rabino y que fue asesinado en el Holocausto, en la Shoá, en un pequeño pueblito de la Polonia oriental. Era el papá de mi abuela. Pero mi vocación fue muy anterior. Básicamente en mi familia siempre estaba muy presente lo que tiene que ver con una vida judía significativa, con valores, ética, principios. Eso me fue inspirando. Cuando terminé mis estudios secundarios, aparte de inclinarme por las ciencias económicas, empecé a explorar esta posibilidad de dedicarme a la educación judía. Mi camino vocacional arrancó por formarme para ser docente, para poder transmitir la tradición judía e inspirar a otros. Llegó un momento en que decidí profundizar en los estudios rabínicos, en lo que invertí muchos años.

¿Cuántos?

Normalmente los estudios rabínicos son de entre ocho y diez años, que concluyen con un año de estudio en Jerusalén, donde se rinden los exámenes para poder recibir lo que en hebreo que llama la Hasmajá, que es la ordenación rabínica. Con esos estudios empecé a cumplir tareas rabínicas aún sin ser rabino, en algunas comunidades pequeñas de Buenos Aires y los alrededores.

Comparativamente con la Iglesia Católica, ¿cuál es el rol del rabino? ¿Es un sacerdote?

No. El rabino es un maestro, un guía. Aquel que, por vocación y elección, ha invertido su vida en el estudio y conoce las formas de pensar y vivir la tradición judía, para compartirlo con otros miembros comunitarios que eligen dedicarse a otras tareas, profesiones y vocaciones, que comparten con el rabino las cuestiones que puedan tener dentro de la tradición judía. El rabino tiene funciones rituales y de guía, pero principalmente es un maestro, alguien que acompaña. En la tradición judía el rabino es miembro de su comunidad, no es el representante de Dios. Es uno más, un árbol más en el bosque, pero uno que ha elegido dedicar su vocación y su vida a la tarea de inspirar, de compartir, de ayudar.

¿Dónde se obtiene la calidad de rabino?

Nosotros estudiamos en un seminario, el Seminario Rabínico, que en Latinoamérica está en Buenos Aires, y después viajamos al Seminario Rabínico de Jerusalén, donde se completan los estudios. Pero gran parte de la vocación y los conocimientos reales son tus propias búsquedas y también tus propias cualidades y virtudes, y también tus defectos. Tu forma de ser, tus elecciones. Es una vocación que se transforma en una elección de vida. No vamos a decir que viene de la cuna, pero sí viene de lo que uno fue forjando en su propio camino.

Desde afuera se ve mucha diversidad dentro del judaísmo. ¿Qué es el mundo judío? ¿Religión, cultura, nacionalidad?

¿Tenés tiempo? Es muy sencillo. Te lo voy a explicar. El mundo judío es altamente complejo. A veces es difícil de explicarlo, por la complejidad que tiene el colectivo que llamamos pueblo judío. Es diverso por definición. Fue diverso, lo es y lo va a ser. Esta sensación de un judaísmo monolítico es más de afuera hacia adentro que de adentro hacia afuera. Tiene que ver con que el judaísmo no la discute, porque es también una forma de preservación. El judaísmo, con tantas épocas en las que ha sido perseguido, echado de un lugar a otro, donde los judíos lo único que tenían para llevarse eran sus conocimientos, ha implicado una inversión en cultura, en educación, cosas que te podés llevar a donde vayas. Quizás una pared no te la podés llevar, pero lo que tenés en interior sí, tanto en conocimiento como en cualidades. Son cosas que te van a servir allá donde vayas. En eso el judaísmo se fue construyendo capa sobre capa desde las opciones de cómo mirar ese mundo diverso: cultura, educación, miradas religiosas, interpretación de valores, y cómo todo se lleva a la práctica. A pesar de que todos piensen que es un colectivo cerrado y que vivimos guéticamente entre cuatro paredes, el judaísmo siempre ha interactuado con las sociedades en donde ha vivido, siempre que se lo han permitido. Por eso el judaísmo tiene influencias del imperio griego, del imperio romano, del imperio otomano, del mundo musulmán, de Europa. No es lo mismo un judío que tiene orígenes en Francia que otro que los tiene en Alemania, Polonia o Inglaterra, porque todos ellos interactuaron con las sociedades en que vivieron. De todo ese conjunto lo que sale es un grupo bien diverso.

¿Qué los une?

Un origen común, una creencia, un idioma, una filosofía, valores, ética, un plan y un destino común, independientemente de que podamos diferir en la forma en que llevamos adelante el plan. Entendemos que tenemos un pasado y un destino en común, y todo eso se va plasmando y las diferencias se van superponiendo de tal forma que muchas veces van modificándose. Por ejemplo, durante siglos hubo una gran diferencia entre judíos askenazíes y sefaradíes, los que venían de Europa y los que venían del norte de África, los que interactuaron con la iglesia o con el imperio musulmán, en sus diferentes visiones. Hoy, después de tantos años de presencia judía en el Uruguay, cada vez hay menos barreras entre askenazíes y sefaradíes. Digo menos, porque no me animo a decir que ya nos las haya. Alguno todavía sigue apelando emocionalmente a esa división de origen. Hoy hay otras divisiones o diferencias que ya no pasan por el lugar de origen. Hoy los judíos nos dividimos por nuestra mirada en relación a la norma. Es una división más religiosa pero que tiene que ver con cómo nos acercamos a la normatividad judía.

El origen común es medio relativo. ¿Qué tienen en común los judíos etíopes que tuvieron que trasladar a Israel y el judío que nació en París?

El judío en Etiopía, que se redescubre veinticinco siglos después, tanto como el judío de Francia o Alemania, cuando estamos en una festividad como el Pésaj, la pascua judía, en la que en una noche nos juntamos en familia y leemos un texto, todos terminamos diciendo: “el año próximo en Jerusalén”. Y cuando evocamos la epopeya de la salida de Egipto, de la esclavitud a la libertad, no importa si ese grupo estuvo veinticinco siglos alejado, porque tiene la misma epopeya con la misma narrativa. El judaísmo es una emoción fuerte que nos une, ese pasado, ese origen común, que está vigente en el reconocimiento a la Torá, a los valores. Después, los distintos vaivenes de la historia nos van a llevar a la interpretación de todo ese origen, de cómo ese origen se mantiene vigente. Si uno se pone a pensar e intenta hilar fino, podría preguntarse por qué el pueblo judío no desapareció de la faz de la tierra como los persas, los babilonios o los fenicios, de los que el pueblo judío fue contemporáneo.

¿Por qué no desapareció?

Porque entendió que su ligazón no era solamente con una tierra. Era una tierra con una filosofía y una cultura. Con eso podés sobrevivir incluso en lo que llamaríamos diáspora. Podés sobrevivir en la incertidumbre. Es como si el judaísmo fuera el gran paraguas con el cual, aunque llueva, no te vas a mojar. O te vas a mojar menos. Y eso se mantiene. Un judío que llegó a Israel desde Etiopía, después de veinticinco siglos de vivir en un micromundo y sin contacto con el exterior, tiene las mismas emociones y valores, la misma sensación de plan de vida de la tradición judía que el que vivió en la Francia iluminada de la revolución francesa, cosa que el otro no tenía ni idea que existía. La diferencia está en cómo se lleva a la práctica. El etíope se va a sentar una vez al año en el piso, y el otro se va a poner un saco y una corbata. Incluso hasta hay algunos que piensan que el judaísmo tiene que ver con la vestimenta, con cuestiones externas. No tiene que ver con eso. Si te sirve para fortalecerte, bienvenido el que cree en eso. Pero el judaísmo es una fuerza, una potencia, un motor interior que llevamos los judíos para mantener vivo este plan que nos trajo hasta acá. El desafío es mantenerlo relevante. El día que la propuesta no sea significativa, cerrá y vamos.

Decís que se juntan a leer la Torá. Pero esos son los religiosos. Tengo un montón de amigos de origen judío que no pisan una sinagoga.

Es cierto. El judaísmo no es una religión, es una forma de vida que incluye una religión. Podés ser judío sin ser religioso, y podés vivir plenamente tu judaísmo. De todas formas, lo que llamamos “religioso” en la tradición judía es muy relativo. Para un judío leer un texto de la sabiduría de hace dos mil años no necesariamente es religión. Si lo quiero plantear asépticamente, estoy leyendo un texto religioso. Si leo la opinión de un rabino de hace dos mil años, tengo la sensación de que estoy leyendo un texto religioso, pero estoy leyendo un texto de alguien que representaba la cultura y la educación en aquel momento, porque rabino significa “maestro”. El que enseñaba a los niños era rabino. El que reunía a la comunidad para las celebraciones era rabino. El que se ocupaba de la disputa entre dos miembros de la comunidad también lo era.

¿Era el mismo rabino el que hacía todo?

Probablemente no. Había rabinos que se dedicaban más a una cosa y otros a otra. Pero como el término rabino quedó asociado a lo religioso tenemos la sensación de que lo religioso es absoluto, cuando es relativo. Si se pudiera volver en el tiempo, quizás a algunos de esos que llamamos rabinos los llamaríamos jueces o maestros. El término hebreo de rabino abarcaba todo eso. Tras la destrucción del segundo templo de Jerusalén por el emperador Tito, en el año 70 de la era común, básicamente el judaísmo estaba condenando a morir, porque el judaísmo era ritual en el templo de Jerusalén, y la única forma de vinculación era un sacrificio. Pero el judaísmo se reinventa, cambia el sacrificio por la palabra, y lo que antes era una acción es lo que ahora pongo en palabras a través de una acción, ya no a través de un animalito que tengo que poner arriba de la parrilla, porque ahora soy yo el animalito. La interpretación cristiana de poner a Jesús en el lugar del cordero es una interpretación hiperjudía de aquel que tiene un mensaje y que tiene que ir por ese mensaje en un propio compromiso. Lo importante es que el judaísmo, después, por estas cuestiones de la interacción, fue aggiornando el discurso para que fuera comprensible para sus vecinos no judíos. Rabino es el homónimo de un cura, pero es mucho más que eso, y un judío es mucho más que el que profesa una religión. Vos, hoy en pleno siglo XXI, en Montevideo, podés tener un montón de amigos que no pisen esta ni ninguna otra sinagoga, pero que tienen intacto su judaísmo, su identidad, su emoción y su pertenencia al plan que tenemos en común, con su propia forma de llevar adelante el plan para que haya continuidad. El gran desafío de un plan tan diverso es lograr que haya continuidad.

Hablás de plan.

Un proyecto. ¿Por qué son judíos tus amigos judíos? ¿Solamente por el origen? Alguno te va a decir que sí. A otros el judaísmo les es relevante. Si no, ¿por qué tenés que aclarar que sos de origen judío?

Tienen el apellido.

Está bien, pero se identifican como judíos. Ahí hay un punto. Aquel que no se identifica ni lo siente relevante es el que decidió que no hay más continuidad para el plan. Sin embargo, sin llegar a ese punto, hay diversas formas de llevar adelante la tradición, las prácticas y el pensamiento judío con una proyección de continuidad en tus hijos y en tus nietos, hacia el futuro que no conocemos.

El nexo siempre es la madre.

Formalmente la tradición judía elige la pertenencia básica a través de lo que llamamos la ley de vientre. En el tiempo bíblico el judaísmo era patrilineal. Después, por cuestiones bastante complejas que tuvieron que ver con persecuciones y sufrimientos, especialmente en la época de las cruzadas, cuando las hordas de los cruzados atravesaban Europa y no se portaban bien en muchos lugares a donde llegaban, especialmente con las comunidades judías, sucedía que lo único certero es la madre. De hecho, así se dice también en el derecho romano.

No había estudios de ADN.

La única certeza era de dónde habías nacido. La decisión rabínica fue aferrarse a lo que se llama la ley de vientre, que también era algo que no solamente estaba en el pueblo judío, sino que era una forma de entender la nacionalidad y la pertenencia en una época de la humanidad. Los judíos pasamos a ser matrilineales, y hasta hoy en día la mantenemos. Aquel que no es matrilineal puede elegir, porque judío es el que nace de una mamá judía y lo elige o el que no nace de una mamá judía y también lo elige. Lo judío tiene que ver con una elección.

¿Es muy matriarcal la cultura judía?

La mujer tiene un lugar importantísimo.

¿La idishe mame es un mito o una realidad?

Hay mito y hay realidad. En todas las culturas la madre es protectora. No existe una cultura donde la madre entregue a su pichón. En general la madre tiene un instinto protector. Esto no quiere decir que los padres no lo tengamos. Lo tenemos, pero en la evolución humana los varones se dedicaron más a proveer y a otros menesteres, entones la crianza quedó más reservada a lo femenino. Gracias a Dios vivimos en un tiempo donde en el mundo en general y dentro del colectivo de la comunidad judía trabajamos fuertemente por lo que es la igualdad y la comprensión de que Dios nos hizo diversos.

¿Hay rabinas mujeres?

Hay.

Ustedes los rabinos se casan, están más avanzados que los católicos.

El judaísmo tiene menos rigidez, aunque no en todas las líneas. También en el judaísmo hay líneas que se aferran a determinadas rigideces, dándole un valor a esa rigidez. Personalmente, creo que, en la humanidad, las cosas que son rígidas a la larga se rompen. Todo está en movimiento, e incluso aquellos que creen ser rígidos tampoco lo son al final. Dentro de las miradas más ortodoxas hay una sensación de tranquilidad en la rigidez, de descanso en la rigidez. Hay extremos, y está el medio. Se puede andar por el camino del medio, que a veces tiene vaivenes pero que intenta construir sentido. En los extremos el sentido se soslaya detrás del “lo que hay que hacer”. Nosotros creemos que el sentido es la fuerza que nos hace hacer lo que hay que hacer, porque creemos en lo que hacemos. Es un proceso mucho más complejo, porque requiere intelectualidad, emoción, ponerse en juego, ponerse a prueba. Y todo eso es un trabajo.

Igual genera muchas menos rispideces que la ortodoxia y los fundamentalismos, que se dan en todas las religiones.

Los fundamentalismos son como los caballitos con anteojeras, una postura en la que no hay mundo más allá del que yo quiero ver. Pero hay mundo. Se le puede hacer creer al caballo que lo único que hay es lo que está adelante, pero la realidad no es así.  Al caballo lo tranquiliza y lo hace ir por el camino por el cual el jinete quiere que vaya, pero no necesariamente es que ese sea el único camino. Hay otras opciones.

Hablaste de persecuciones. ¿Por qué en la historia se persigue a los judíos?

Si tuviera la respuesta… Creo que gran parte de la historia de la humanidad está plagada de ignorancia. El miedo al desconocido, el miedo al otro. Por definición somos todos distintos. Incluso dos gemelos de una misma familia van a ser distintos en algo. Cada uno de nosotros es único e irrepetible. Los seres humanos buscamos juntarnos con los similares, con los parecidos, con los nuestros.

La tribu.

Claro. En algún lugar de nuestro ADN emocional hay algo que quedó. No sé cuánta fuerza tiene, aunque creo que hoy tiene mucha menos que en otras épocas. A lo largo de la historia el pueblo judío ha sido extraño, porque ha sobrevivido a lo insobrevivible, ha perseverado cuando era más fácil rendirse y no continuar. En general no se ha sometido a los grandes imperios, incluso en la adversidad han continuado con su plan, con su propuesta de mundo y de valores. El judaísmo siempre fue una tradición de valores, en épocas o lugares donde los valores a veces no abundaban, y donde si reconocías valores que no tenían los que conducían esas épocas, eventualmente te volvías peligroso. Se dieron esas cuestiones, que transformaron al pueblo judío en un blanco fácil para encontrar al diferente. Y muchas veces los humanos nos construimos a partir de aquello que no queremos ser, por la negativa. Estereotipar un grupo y decir: “esto es lo que no quiero ser” genera un enemigo fácil. Y el pueblo judío no tuvo, a lo largo de la historia, una dinámica de intentar el poder. No puedo establecer el porqué, porque quizás lo pudo haber hecho, pero no fue un pueblo interesado en cooptar los imperios o influir sobre los estratos de poder. Los judíos no eran muy aceptados en las cortes ni ellos se interesaban mucho. Buscaba influir en algunas decisiones de algún gobernante de turno, sí, pero como la humanidad estaba tan atomizada fue muy difícil. Después, con la adopción del cristianismo como religión oficial por parte del imperio romano, allí se produce un quiebre.

¿Por qué?

Hasta allí, el judaísmo y el cristianismo eran dos ramas de un mismo tronco. A partir de ahí también el imperio romano tenía que demostrar que todo lo que no fuera cristiano estaba mal, por un lado, el paganismo previo y por otro el judaísmo previo. La idea de dividir la historia en antes y después de Cristo tiene como contrapartida la idea de decir que hay una historia vieja y una historia nueva, y que todo lo que había en la historia vieja tenía que ser historia, y ahí el judaísmo venía un poco a molestar, porque no solamente era historia, sino que estaba presente. Le llevó casi veinte siglos al cristianismo llegar al punto de reconocer que puede existir el judaísmo y que eso no lo debilita, sino que lo fortalece. Encontrar raíces que te solidifiquen y te den sentido te hace más fuerte. Saber de dónde venís y que ese lugar exista te da más fuerza, porque hace que no seas un cuento sino una realidad. Eso también en nuestro tiempo hace que para nosotros sea difícil de entender cómo durante siglos hubo un divorcio entre judaísmo y cristianismo. Hoy nos juntamos líderes judeocristianos y la gran pregunta es por qué. Visto con los ojos de hoy es prácticamente inentendible que durante diecisiete siglos la mirada haya sido otra.

El cristianismo siempre intentó ser una fuente de poder político.

Si el judaísmo hubiese intentado el mismo proceso hubiese sido una competencia entre dos por detentar poder, pero el judaísmo no lo hizo. Hubo interacciones entre papas y judíos, entre curas y judíos, en motones de lugares de la historia. Sería muy injusto decir que no las hubo. Pero pasan a ser las menos, las historias no oficiales. La historia oficial, la formal, fue una historia de desencuentros.

“Mataron a Cristo”.

Técnicamente eso fue algo que se construyó tres o cuatro siglos después. Hasta ese momento queda claro que, como judaísmo y cristianismo eran lo mismo, no había habido un asesinato de un judío por parte de judíos. Así como Jesús muere en la cruz, murieron en la cruz un montón de otros judíos en la misma época. Es una época, y la forma de matar en la cruz es romana, no es judía. Los judíos no tenían esa forma de matar, y no ejecutaban pena de muerte. Lo tendría que haber hecho el Sanedrín. No hay chance que esa sea una historia judía.

El Sanedrín lo mandó con Poncio Pilatos.

Es que no había opción, porque la autoridad que detentaba la posibilidad de la vida o la muerte, y la justicia, no era una autoridad judía. Si el Sanedrín hubiese querido juzgar, igual lo tenía que mandar a la autoridad. La autoridad última son los romanos, que eran los que detentaban militarmente la autoridad, y el gobernador, en este caso Poncio Pilatos, que era la ley, era Roma en Jerusalén. Nada pasaba en Jerusalén que Poncio Pilatos no quisiera, para bien o para mal.

Los judíos eligieron al ladrón.

Eso es relativo. Es una historia narrada desde una determinada lectura textual que es la que propone el cristianismo. Es poco probable, por no decir nada probable, que el gobernador romano sometiera nada a la voluntad popular. En nuestra cultura, donde creemos en la democracia y entendemos la división de poderes, el poder de un gobernador romano está marcado porque el tipo toma decisiones todo el tiempo y no le pregunta nada a nadie, salvo, a lo sumo, a dos o tres asesores, que también hasta un punto son de su confianza, porque hasta un punto están esperando que le erre para ocupar su puesto. No confiaban en nadie. Se vivía de intrigas palaciegas, de las que en algunas cosas existen hasta hoy en día, pero somos bebés de pecho atrás de todo lo que pasaba en esas épocas. Era tentador ser el gobernador, porque tomaba decisiones. No voy a contradecir la historia, pero es poco probable que el pueblo haya podido tener voz y voto para salvar a alguien. Es más probable que decidiera matar a los dos antes que darle al pueblo a elegir. No quiero herir ninguna susceptibilidad, pero es una forma de narrar la historia. Incluso las formas de matar que tenían los romanos eran muy sanguinarias, porque era morir por desangramiento, y que todos lo vieran para que nadie se animara. Dejar a un ladrón suelto no es compatible con ese pensamiento. Pero no estuve ahí. Simplemente es una lectura de cómo creo que fueron las cosas.

Hablaste varias veces de valores judíos. ¿Cuáles son? Los básicos.

Construcción familiar, ética, honestidad, respeto por el prójimo. La máxima judía es “ama a tu prójimo como a ti mismo”, la misma máxima cristiana heredada de la tradición judía. ¿Quién es tu prójimo? Tu próximo. Tener esa solidaridad, esa empatía, sin irme a cosas grandilocuentes, es por donde va la propuesta de valores de la tradición judía, que se busca que cada judío transite a lo largo de su vida.

La familia pesa muchísimo.

Ocupa un lugar central. Especialmente después de la destrucción del templo de Jerusalén, en este momento refundacional, la tradición judía perdió el lugar al cual se iba a llevar los sacrificios, donde se conectaba con la trascendencia y con Dios. Ahí surge el rabino. Hasta allí la autoridad era el sacerdote, el cohen, que desaparece en sus funciones tras la destrucción del templo y es remplazada por un multitareas, que es el rabino, que puede hacer todo, o que pueden ser varios que hagan distintas cosas. Allí es que los rabinos empiezan a discutir a dónde llevar el centro de la vida judía, cuando ya no hay templo en Jerusalén. Y ese centro podía ser llevado a dos lugares, a la comunidad, a la congregación, o al hogar. Y como buenos judíos no se pusieron de acuerdo. Siempre entre los judíos decimos que lo bueno que tenemos es que no nos ponemos de acuerdo.

Dos judíos, tres opiniones.

Acá pasó eso. Primó una tercera opinión, que no fue ir ni a la sinagoga ni al hogar, sino a los dos lugares, un poco a la comunidad y otro poco al hogar. Quizás por miedo a elegir uno y creer que la solución, la salvación y la continuidad estaban en el otro. Y después, también, porque al dividirse no se ponían de acuerdo. Había que seguir adelante, y fue un ganar-ganar. Se construyó un judaísmo relevante en la comunidad, que por eso es relevante, y que no es solo religiosa, sino también social, cultural, educativa, identitaria. Y otro en el hogar, que también es identidad, cultura, educación, continuidad, que contiene y te hace persona. A la larga, si transitás la comunidad y tu hogar, ese es el programa de vida judío que hay para nosotros.

¿Qué pasó en Jerusalén, que es el lugar central de las tres principales religiones monoteístas?

Para muchos es el ombligo del mundo. En esas calles hay magia. Hay un pasaje del texto bíblico donde Abraham está por sacrificar a su hijo Isaac sobre una piedra. Según las tradiciones cristiana, judía y musulmana, eso ocurrió en Jerusalén. En hebreo significa “ciudad de la paz”, lo que es interesante, porque es la ciudad donde más conflictos se han generado. Es lo paradójico. Dios quiere que sea la ciudad de la paz, y mientras no lo entendamos, las limitaciones son nuestras y no de Dios. Por ahí quizás Jerusalén es el lugar llamado a ser el punto de encuentro permanente, desde tiempos inmemoriales hasta el final de los tiempos. Y quizás todavía no hemos encontrado el camino de la convivencia, de la hermandad. En esa ciudad andan todos, pasan todos, y prácticamente uno diría que es el ombligo del mundo. Quizás le falta el último condimento, el último empujón como colectivo humano, que la transforme realmente en la ciudad símbolo de la paz. Falta, claro.