Cuando Gregory Peck fingió ser judío y dejó un mensaje conmovedor para la posteridad

27/Ago/2018

Infobae- por Alfredo Serra

Cuando Gregory Peck fingió ser judío y dejó un mensaje conmovedor para la posteridad

“La luz es para todos”, película de 1947
dirigida por Elia Kazan, alude con valentía a una tragedia todavía sin fin: el
antisemitismo. Un film multipremiado, que continúa siendo actual.
Film Made in USA de 1947 –dato no menor– se
llamó en inglés Acuerdo de Caballeros (Genteleman´s Agreement), en España La
Barrera Invisible, y en Hispanoamérica, La luz es para todos. Duración: 118
minutos.
Su tema: el racismo. Pero no sucede en los
estados del sur, entre grotescos y trágicos asesinos del Ku Klux Klan y sus
disfraces de carnaval.
No hay cruces llameantes, chozas
incendiadas ni negros ahorcados según la Ley de Lynch: en el primer árbol a
mano, ni judíos también odiados por esos monstruos de la Supremacía Blanca,
pero sólo baleados y muertos cuando defendieron los derechos civiles (Ver más
de una vez Mississippi en Llamas, dirigida por Alan Parker: un himno basado en
un atroz hecho real…)
Muy otro es el escenario de La Luz es para
todos. Nueva York después de la guerra. Opulencia. Lujo. Y con personajes,
presuntos caballeros, unidos por un cínico antijudaísmo muy extendido pero
simulado: los buenos modales, el dinero y las finas ropas ante todo…
Pero un periodista, Philip Schuyler Grenn
(impecable y convincente Gregory Peck), debe escribir un artículo sobre
antijudaísmo para una revista, y elige el camino más riesgoso: hacerse pasar
por judío y vivir como tal durante seis meses para sufrir en carne y sangre ese
rechazo disimulado entre lujosos ambientes: clubes privados, restaurantes
Cordon Blue, hoteles cinco estrellas.
Primero le confiesa su plan a la madre
(encarnada por Anne Revere), a su hijo Tommy, de 9 años, y a Kathy, la mujer
con la que empieza un romance destinado a final feliz (la bella Dorothy
McGuire).
Lanzado el plan para quitarle la careta a
esa mayoría silenciosa (la barrera invisible) que finge rechazar en
antijudaísmo en sus reuniones sociales… pero actúa en sentido contrario, pronto
empieza a desatarse un descarado racismo bañado en sonrisas y baño de
chocolate…
A Philip Green le impiden concretar una
operación inmobiliaria –eco de la atávica prohibición a vender tierras a los
judíos–, un borracho lo insulta en un restaurant en el que todos parecen
respetables ciudadanos, y entre sonrisas falsarias el dueño de un hotel High
Society le niega alojamiento:
–Lo siento, estamos a full –le dice, ante
un panel que muestra decenas de vacantes…
Una tarde, Tommy llega, llorando, de la
escuela:
–¡Un chico me llamó sucio judío!
Grave error de Kathy:
–No llores, no sos judío.
Pésimo consuelo. En lugar de condenar al
agresor y defender a Tommy, le recuerda que por suerte no es judío… porque
serlo es malo.
Se descubre así la clave de su conflicto.
Está enamorada de Philip, pero “harta de sentirme culpable. No puedo
evitar mi alegría por ser cristiana y no judía, del mismo modo en que es mejor
lindo y no feo. Trae menos problemas…·”
La relación tambalea a lo largo del film.
Kathy llega a la cobardía organizando una gran fiesta a la que asisten todos
sus copetudos amigos –ellas, de largo, ellos black tie… para anunciarles que su
futuro marido… ¡no es judío!
De todos modos –reglas de Hollywood–, hay
final feliz.
Dirigida por el más que talentoso judío
Elia Kazan (Nido de Ratas, Un Tranvía llamado Deseo, Un Rostro en la Multitud…)
y producida por el no judío Darryl Zanuck para la 20th Century Fox, recibió
ocho nominaciones a ganó tres Globos de Oro, tres Oscars 1947: mejor película,
mejor director y mejor actriz secundaria (Celeste Holm), y los mismos rubros
fueron premiados por el Círculo de Críticos de Nueva York.
Dato que confirma la fuerza ciega del
antijudaísmo entre esa mayoría silenciosa neoyorkina: el film es de 1947. Dos
años después de terminada la guerra. Y cuando ya eran públicos los horrores de
los campos de concentración nazis en los que murieron seis millones de judíos.
El Holocausto.
El valor agregado –mejor, el máximo– del
film es el primero o uno de los primeros (recordar Crossfire) en denunciar el
antijudaísmo latente en Nueva York.
¿Su mejor momento?: cuando la madre de
Philip elogia, emocionada, un párrafo del artículo escrito por su hijo: el que
se refiere a la igualdad sin distinción de razas y credos en la Constitución
del país redactada en 1787 por los padres de la patria.
Han pasado 71 años desde su estreno.
Pero, con cambios de tiempo, escenarios y
circunstancias, el antijudaísmo sigue siendo un cáncer incurable en muchos
puntos del planeta.
En definitiva y tristemente, una película
actual.