Buscar una democracia, conformarse con un califato

09/Feb/2011

Iton Gadol, Oliver Javanpour

Buscar una democracia, conformarse con un califato

CRISIS POLITICAS EN EL MUNDO ARABE 08.02.2011 | Oliver Javanpour* Fuente: The Jerusalem Post
Los recientes acontecimientos en Túnez, Egipto y Yemen son una clara señal de un cambio a largo plazo en las relaciones globales. Ésta podría ser la nueva Guerra Fría.La democracia es definida por la mayoría como el poder del pueblo (de la raíz griega demos-kratos), pero el poder ha eludido al pueblo en el norte de África y la mayor parte de Medio Oriente durante siglos. La noción de democracia como se la conoce en su versión occidental es incompatible con los actuales norte de África y Medio Oriente. Desde los puntos de vista cultural, institucional y religioso, la democracia no ha sido capaz de conseguir un punto de apoyo, con una excepción: Israel.
Lo interesante es que la gente de la región se levanta de vez en cuando, pero la libertad y la democracia le siguen resultando esquivas.
Los levantamientos populares tampoco son inmunes a la manipulación interna o externa. Por su propia naturaleza, carecen de comando y control determinados. El liderazgo es compartido. Grupos con puntos de vista divergentes unen sus fuerzas para enfrentar a un enemigo común. El resultado de la mayoría de levantamientos (conocidos como revoluciones si tienen éxito) es impredecible. Es común, sin embargo, que el pueblo tenga un objetivo común, el cambio, sin haber definido los detalles.
Las revoluciones pueden ser un negocio sangriento.
A menudo, el vacío de poder es llenado por matones, caudillos, hombres fuertes o dictadores militares. La siempre demasiado breve intermitencia de la participación de la intelectualidad en el movimiento popular llega a su fin en la medida que las opiniones divergentes se apagan y un camino común es identificado por un pequeño grupo que tiene menos para perder o mucho por ganar.
Esto nos lleva a la actual crisis en Medio Oriente y el norte de África, con el Líbano, Túnez, Egipto y Yemen en medio de revueltas populares.
A nivel local, los beneficios recaen en una especie de débil gobierno de coalición interino, que en un año o dos llevará a órganos gubernamentales fundamentalistas, no diferentes a los de Irán o la Franja de Gaza; o para el caso, el Líbano. El patrón y la huella ha sido establecida, y sabemos que funciona.
La excepción es Turquía. Se ha podido lograr su transformación a través de procesos democráticos sin derramamientos de sangre, junto con un fortalecimiento de su influencia económica e internacional.
Uno puede mirar en profundidad en su propia bola de cristal, en busca de una proyección a largo plazo basada en las realidades actuales. Tal realidad indica que Medio Oriente y el norte de África están siendo arrastrados por el fundamentalismo organizado, financiado por potencias amigas. Debemos reconocer la posibilidad de lidiar con fundamentalistas reinando en partes de Asia y África. Si bien algunas relaciones claves entre Occidente y los países de Medio Oriente y el norte de África inicialmente pueden cambiar, las dependencias son profundas, sobre todo las económicas.
El mundo todavía necesita petróleo.
Medio Oriente y el norte de África todavía necesitan productos y servicios occidentales.
El equilibrio de poder puede cambiar gradualmente, sin embargo, mientras China y Rusia se mueven para llenar el vacío.
El impacto de ese importante bloque fundamentalista se sentirá en todo el orbe. Primero lo experimentará Israel, que se llevará la peor parte de este tsunami, y luego Europa, India, Rusia y Norteamérica. Japón, China y Sudamérica no sentirán tanto el impacto. Los islamistas en Occidente, la India y algunos países de Asia Central continuarán organizándose y contarán con el apoyo del bloque fundamentalista de Medio Oriente y el norte de África. Podemos especular que tal bloque podría formar un califato sunita con intereses convergentes, que podría tener un impacto global en la economía, los recursos naturales, la cultura, la seguridad, la agricultura y así sucesivamente.
Un impacto tangencial de tal escenario puede ser la aceleración de la actual transformación de Irán de una autocracia a un estado militar. De hecho, en 10 a 15 años, Irán podría perfectamente encontrarse del mismo lado que Israel en este escenario, con los persas chiítas despreciados incluso por los árabes sunitas moderados. Esto es evidente hoy: como una potencia regional clave, los iraníes tienen algunos conflictos serios con los egipcios, los sauditas y otros en el golfo sobre su desarrollo nuclear y sus intentos de dominación regional.
Históricamente, el apoyo anglo-norteamericano a los movimientos islamistas en la región -ya sea para frenar el nacionalismo o desviar la atención hacia la Unión Soviética- sólo ha servido para reforzar esa hipótesis.
Y mientras tratamos desesperadamente de asegurarnos el petróleo y los recursos naturales para nuestro futuro, tendremos que forjar una nueva relación con un bloque que ve a la mayoría del mundo como infieles. Esta hipótesis sin duda prepara el escenario para una situación similar a una Guerra Fría a largo plazo. Sin embargo, a diferencia de las anteriores, ambas partes dependerán del otro.
•Socio principal de una consultora de política pública y relaciones internacionales de Ottawa, Canadá.