Por Nahum Bergstein nahumbergstein@gmail.com
“Individualmente, los musulmanes pueden tener espléndidas cualidades, pero la influencia paralizante de la religión impide el desarrollo social de sus adeptos. No existe en el mundo fuerza retrógrada más poderosa. Lejos de estar moribundo, el Islam es una fe militante y proselitista. Ya se expandió a través de Africa Central, reclutando valerosos guerreros en cada etapa, y si la cristiandad no estuviera protegida por las armas proporcionadas por la ciencia contra las cuales han luchado en vano, la civilización de la Europa moderna podría caer, tal como cayó la civilización de la antigua Roma”.
Este texto está incluido en el libro “La Guerra del Río” (T. 2, pág. 248) publicado en el año 1899. Su autor tenía entonces 25 años de edad. Su nombre es Winston Churchill.
En 1921, siendo a la sazón secretario de Estado para las Colonias, Churchill visitó Palestina acompañado nada menos que por T.E. Lawrence (Lawrence de Arabia). Allí, presentó el plan en virtud del cual se estableció al este del Jordán, el Reino de Transjordania (hoy Jordania) encabezado por el Emir Abdullah. Todo ello en el entendido de que Abdullah aceptase que al oeste del Jordán se diera cumplimiento al compromiso británico contraído en 1917, para la creación del Hogar Nacional Judío en Palestina. (Lo cual fue ratificado en 1922 por la Sociedad de Naciones). Lamentablemente, ésta y muchas otras gestiones diplomáticas, fracasaron. Churchill tardó años en comprender que ningún gobernante árabe puede reconciliarse aún si quisiera hacerlo con la idea de renunciar definitivamente a cualquier territorio que alguna vez hubiera estado sometido al dominio del Islam.
Todo avance musulmán es intrínsicamente legítimo mientras que la reconquista infiel es ilegítima. El fundamento, según la doctrina musulmana, radica en que cada niño tiene una disposición innata para ser musulmán; son sus padres quienes hacen de él un no musulmán, sea cristiano, judío, o lo que fuere. De tal manera que los avances o reconquistas musulmanas, dice Bernard Lewis, son una liberación. No hay límite de tiempo para restablecer la legitimidad, entendiendo por tal el dominio musulmán sobre las tierras alguna vez perdidas. No es de extrañar que en su libro “La Segunda Guerra Mundial”, por el cual se le otorgó el Premio Nobel de Literatura, Churchill tildara “Mi Lucha” de Hitler, como “El Nuevo Corán de la fe y la guerra turgente, locuaz, informe, pero preñado con su mensaje”.
¿A qué viene todo esto?.
Hace algunos días el primer ministro de Israel Beniamin Netanyahu exigió como precondición para reiniciar las negociaciones, que los palestinos reconozcan a Israel como Estado judío, simultáneamente con el reconocimiento del Estado Palestino por parte de Israel.
“Esperamos una actitud recíproca … agregó que permita al pueblo israelí volver a tener fe en la voluntad palestina de llegar a la paz”. Según algunos voceros de gobierno, este reconocimiento recíproco, además, facilitaría la prórroga de la moratoria para establecer nuevos asentamientos en Cisjordania.
El planteo de Netanyahu fue unánimemente rechazado por la dirigencia palestina, empezando por el presidente Mahmud Abbas, quien en una reunión con diputados árabes que integran el Parlamento de Israel, o sea: diputados israelíes recalcó que no firmará bajo ningún concepto un acuerdo con Israel que incluya su reconocimiento como un Estado judío.
Mientras para los occidentales la religión está reservada para un ámbito espiritual, en el mundo islámico la religión, incluyendo el cuerpo de enseñanza teológico y legal, abarca y domina todos los aspectos de la vida. Este conjunto, en su escolasticismo y legalismo es un escollo insalvable para que la autoridad palestina acceda a la propuesta de Netanyahu, dado que la tierra de Israel estuvo bajo el dominio musulmán. Dicho sea de paso, estuvo mucho más tiempo bajo soberanía judía, pero desde el punto de vista del Islam esto es irrelevante porque si alguna vez esta tierra estuvo bajo dominio musulmán, alcanza para que deba descartarse la renuncia musulmana a recuperarla. Esta es la razón de fondo para el rechazo de la propuesta de Netanyahu. Se trata, como decía Churchill, de la influencia paralizante de la religión, aún para un régimen secular como el de la autoridad palestina presidida por Abbas. Sin embargo, el Islam deja un resquicio para suscribir por razones tácticas, acuerdos temporales que en realidad son simplemente treguas (denominadas también tratado de paz) y que según los juristas tienen precedentes incluso en el Corán. Esto abre las puertas para que Israel y la autoridad palestina lleguen a un acuerdo, llámese como se llame, que si bien no colmará las expectativas de Israel porque no pondrá fin al terrorismo ni a la hostilidad en sus fronteras ni tampoco (obviamente) a las actividades del Hamas y el Hizbollah , permitirá en cierto modo un grado de coexistencia entre el Estado judío y el Estado palestino. Coexistencia ésta cuyos resultados nadie puede predecir, pero que al menos deja margen para una renovada esperanza.
El planteo de Netanyahu reclamando el reconocimiento recíproco y explícito de un Estado judío y un Estado palestino, es impecable. Aún así, sería deseable que quede en suspenso, y comiencen las negociaciones aunque fuere con quien ya ha anunciado que el acuerdo a firmarse no incluirá en ningún caso el reconocimiento de Israel como Estado judío. El solo hecho de que Israel participara en esta negociación (aún con esas limitantes), demostrará al mundo cuan lejos está dispuesta a llegar en aras de cierta paz y, al mismo tiempo, le permitirá reinsertarse en pie de igualdad a la comunidad internacional.
Aun así…
17/Nov/2010
La República, Nahum Bergstein
